No tenemos privilegios. No vale todo. La solicitada que publicamos en la web de Tiempo durante la semana y hoy en la página 21 de esta edición impresa, firmada por más de 2500 trabajadores de prensa, postula que la libertad de expresión es una conquista colectiva, de toda la sociedad, y no la prerrogativa de un sector, dispensado de respetar las reglas que valen para todos. La transfiguración del concepto de libertad que se agita en las marchas anticuarentena reproduce, con temeridad creciente, el que defiende la prensa corporativa: libertad de tergiversar, de ocultar, de operar.

La movilización del último jueves volvió a pervertir una fecha patria, pretendiendo imponer el derecho de unos cuantos sobre los derechos del resto. Con una convocatoria menguante (la del 20 de junio, impulsada por «la defensa de la propiedad privada» que propició el caso Vicentin, había reunido más adeptos), los argumentos redoblaron la apuesta: libertad, desde luego, pero también fusilar políticos, fusilar sindicalistas, entre otras propuestas flagrantemente reñidas con la convivencia democrática.

El paisaje terraplanista alrededor del Obelisco tuvo esta vez dos elementos distintivos. Por un lado, el apoyo explícito de Mauricio Macri, que reapareció en la escena política horas antes y busca liderar el ala dura de una oposición para la que incendiar el país sería una contingencia aceptable. «Libres», tuiteó el expresidente. Por el otro, la violencia contra el periodismo no alineado con los intereses de los sectores concentrados, que sumó un cariz novedoso.

Hasta aquí, los medios hegemónicos escrachaban a ex funcionarios (K, por supuesto), eventualmente a los jueces que los liberan. La novedad es el escrache a quienes pretenden impedir que los linchen. El salvaje ataque (varios contra uno) a un periodista identificado con el kirchnerismo durante la marcha del jueves motivó esas disquisiciones entre trolls y medios anticuarentena. ¿Eran infiltrados los que procuraron defenderlo de los golpes? Resulto que no. Un joven de pañuelo celeste debió explicar que era, dijo, «de derecha, gorila, de la línea de Baby» (por Etchecopar), pero que además era cristiano, y que por tanto no podía permitir ese ensañamiento. Argumentos similares utilizó la mujer de campera lila, acongojada por el aluvión de insultos que recibió en redes. «No soy una infiltrada K. Grité que dejen de pegarle, pero yo lo recontraputeé, le dije: ‘Yo te estoy salvando el culo a vos'».

El joven celeste agregó un último dato, sugestivo. Él va a todas las marchas anticuarentena. Los movileros de C5N (también agredidos) son los únicos que le ponen el micrófono adelante. Los otros canales, no. Esa prensa que los incita a pedir libertad (que es, también, libertad para propagar la enfermedad) arroja la piedra y, por ahora, esconde la mano.