Este domingo asume Javier Milei la Presidencia de la Nación argentina. En 2027 deberá entregar el poder a quien lo suceda o será reelegido. Entre sus muchos anuncios vaporosos, contradictorios, ya dejó en claro que uno de sus enemigos es el periodismo que le plantea discusiones o que directamente cuestiona con argumentos lo que elige decir de manera pública. Desde el lunes, ese mismo periodismo que integra Tiempo Argentino comenzará a evaluar, investigar y, en caso de que tenga sentido, cuestionar sus actos de gobierno. Pero vamos a hablar de otra cosa acá, sólo para darle algo de aire a días tan sofocantes. Hablemos de leer y escribir.

En el programa Tres Estrellas del canal de YouTube Gelatina, la semana que se va tuvo como entrevistado a Hernán Casciari, editor de la revista, editorial, productora audiovisual y comercio de bienes culturales conocido como Orsai. Dijo que no cree en la literatura «…y mucho menos en que se lea». Lo relacionó con el crecimiento del formato mismo en el que se encontraba diciendo eso. También dijo que le parecía mucho obligar a un chico a leer ficción en papel. Caímos en la trampa: horas después, trending topic y puteadas mediante, Casciari anunció que ofrecía todos los libros de su autoría a mitad de precio en su comercio de bienes culturales online. Bait -carnada, en inglés.

En marzo de este mismo año, Casciari me había dicho algo parecido para una nota de la revista Crisis en la que junté testimonios sobre cómo estructuran sus modelos de negocios las revistas en nuestro país. «La revista en papel está en una debacle que va a terminar en la nada. Hoy la mantiene viva la nostalgia, pero en diez años no va a existir un porqué para su existencia. La razón de esta caída tiene que ver con que se parece mucho a Internet. La gente iba al quiosco de diarios y se llevaba una revista para ir en el tren o para cuando llegaba a la casa. Tiene un uso fragmentario porque son siempre contenidos cortos. Revistas de chimentos, de caza y pesca, revistas porno: hoy todo está en el celular». Acababa de vender más de 20 mil ejemplares de su revista con una nota que escribió sobre Lionel Messi post Qatar 2022 y la cual promocionó muy bien en un programa de radio que se ve mucho en YouTube.

Foto: Diego Díaz

Casciari tiene razón, pero el tema es en qué. Ahí es atinada la pregunta sobre para qué sirve leer y escribir hoy en día. Digo sirve porque me refiero específicamente a eso, la utilidad material, el uso concreto de ver signos con los ojos para interpretarlos y usar las manos (por lo general una de las dos si se usan lápices o lapiceras, las dos para teclados, a veces sólo los pulgares). Del retroceso del papel en el comercio de cultura ya está casi todo dicho, casi como pasa con la literatura, que lleva mal la disputa de la atención frente al formato audiovisual. Casciari señaló el sol en el cielo. Los riesgos de generalizar es que termines hablando con nadie.

Pero volvamos, volvamos. ¿Para qué sirve leer y escribir desde chiquito, además de para poder buscar lo que queremos sobre pantallas?

Esto quizás sea sólo una intuición errada, pero leer y escribir es una forma muy genuina de libertad. Leer sin esfuerzo y escribir de manera tal que todo aquel que te preste atención entienda lo que querés decir es una forma de poder mínima, indispensable. Leer y que surja algo que fijar al menos por un rato en un procesador de texto es, en estos días en que se nos vuelan los papeles, el arma que mejor combate cualquier miedo. Leer bien es la posibilidad de leer a otros, entender qué dicen pero sobre todo qué quieren. Escribir bien es la posibilidad de conectar con otros, pero sobre todo de acercarse.

¿Cuántas veces no entendemos lo que el otro nos quiere decir en un chat, sea por escrito o en audio? ¿Cuántas veces un mail redactado en tono jurídico nos deja indefensos? ¿Cuántas cosas dichas a las apuradas en YouTube nos hirvieron la sangre antes de que hayamos terminado de entenderlas?

Casciari decía que es imposible la literatura entre tantas pestañas abiertas a la vez. Es cierto. Leer libros, revistas o diarios es todo lo contrario a la dispersión del presente. Es una sola cosa que se agarra, que se vuelve incómoda, que se puede caer, mojar, romper, que muchísimas veces aburre. Escribir sin tanto apuro es una actividad que enfrenta con las peores inseguridades, el hastío de uno mismo, la desprolijidad heredada, los yeites, también el aburrimiento.

Pero hay algo que hacemos mientras leemos y escribimos: estamos pensando. Elaboramos, le damos algunas vueltas al asunto, un cubo Rubik en nuestras cabezas se mueve. Puede haber estrés, enojo, falta de claridad. Pero hay algo muy distinto al miedo, el terror, el pánico.

Se viene un tiempo de resistencia. Pero como escribió Federico Orchani en Oleada hace un par de días, también se llega con un cansancio enorme a este principio de época. El cuerpo propio y el cuerpo social se abren a la posibilidad de una violencia, pero los calambres del desgaste vienen de años. Por algún lado hay que empezar mientras el miedo corre por WhatsApp.

Casciari tiene razón: a quién le importa la literatura este domingo. Pero usémosla como medio, no como fin. A mí me importa algo que hace la literatura conmigo, que es ponerme a pensar. La literatura como ficción y la ficción como algo verosímil, que en los últimos años resulta indistinguible de la realidad salvo por la eventualidad de la muerte. Leer y escribir son los primeros pasos de esa resistencia ante las ganas de estampida. Contra el terror, el pensamiento. Contra la angustia, la palabra que pensamos. Contra el dolor, el mensaje de aliento que damos, como el trago que ahorramos para brindar en compañía.