“Gracias por traer a Cristina a la isla.” Francisco Oliveira, español nacido en Málaga, cuenta que ya escuchó la misma frase, un reconocimiento sin demasiado preámbulo, en los últimos tres días. «La isla» de la que hablan los vecinos no necesita mucha aclaración. Tampoco nombre propio. Es la isla Maciel, el histórico barrio que en otros tiempos estaba completamente rodeado de agua –el Riachuelo, el Río de la Plata y el arroyo Maciel- y que con las obras de infraestructura de la última década perdió su carácter insular. Olveira es sacerdote. Algunos lo conocen como “el cura”. Otros lo llaman «Paco».

El martes pasado, junto al también párroco Eduardo de la Serna y otros sacerdotes, Olveira recibió en su lugar de trabajo a la ex mandataria Cristina Fernández. La visita de CFK a un rincón estigmatizado del municipio de Avellaneda se había resuelto apenas 24 horas antes. Muchos pobladores se enteraron el mismo martes, cuando la ex presidenta ingresó con unos pocos colaboradores a la edificación conocida como “el Convento”, un claustro de monjas salesianas luego abandonado que hoy está bajo la órbita del Obispado de Avellaneda-Lanús. Aunque hace casi 30 años que vive en el país, Olveira no perdió su acento del sur de España: cuando habla en plural no suele pronunciar las ‘s’, seña de identidad de los andaluces.

Acá, se hizo hincha de Boca. El ring tone de su celular son las trompetas de la 12 sonando en la tribuna. Su llavero es un escudito de Eva Perón. Paco conoce los cambios de la historia argentina. Algunos los aprendió de lo que le contaron, otros los está observando en tiempo real, con preocupación y en carne propia. “La isla tiene una historia muy fuerte desde lo simbólico. En este lugar supo haber una concentración de 10 mil obreros, aquí estaban los frigoríficos más grandes del país, los astilleros más grandes del país. Al haber sufrido lo que fue el neoliberalismo, todas esas grandes fábricas cerraron y se convirtieron en galpones. Con el tiempo la gente los fue tomando como su vivienda”, relata desde una oficina con amplias ventanas. Enfrente se ve a la única escuela secundaria. En la fachada hay un mural con una carrera de autos al estilo Meteoro.

“Esa escuela antes no tenía ni edificio, se cursaba acá, en el convento. Pero en los últimos años se construyó el secundario, se refaccionó la primaria, que antes se llovía, y además hubo casi una sobreoferta educativa, más allá de la educación formal. Se fundó una escuela de circo, se abrió un taller de creatividad que lo da un artista plástico muy conocido, se desarrolló un programa de murales que se llama Pintó la isla y que permitió llenar de color y arte las paredes. Acá, en este lugar, se dan clases de FINES (plan educativo que ayuda a terminar la secundaria), funciona el Ellas Hacen y existe una Casa del Niño, que permite que los chicos que van al jardín o a la primaria tengan un contraturno con desayuno, merienda, apoyo escolar, recreación y actividades deportivas”, repasa Olveira como buen anfitrión. En el mismo rol recibió a Cristina el martes a la tarde, cuando la ex presidenta (él, sin darse cuenta, la mantiene a cargo del Ejecutivo) apareció en el medio de la isla, a una cuadra de la cancha de San Telmo, club del ascenso que tiene al vecino Docke (Dock Sud) como archirrival.

“Cristina recibió mucho afecto, en la gente había mucha calidez. Se nota en las fotos de la visita: toda la gente está sonriendo, feliz. Para la inmensísima mayoría, ella representa a alguien que les devolvió derechos y que les permitió vivir mejor”, plantea el sacerdote. Nieto de un sastre anarquista que hacía uniformes para el Ejército republicano, Olveira es –al igual que sus compañeros del Grupo de Curas de Opción por los Pobres- un visible admirador de Carlos Mugica. También de monseñor Oscar Romero, Enrique Angelelli y el obispo brasileño Hélder Câmara.

Por el barrio se suele mover en un Fiat Uno blanco, acompañado por un perro que se llama “Plato” y que lo custodia desde el lugar del acompañante. “En la isla no se vende paco. Por una norma interna del barrio. En algún momento hubo un transa que vendía y se lo echó de la isla. Pero del otro lado del Riachuelo, en La Boca, está lleno de lugares que lo venden”, dice «Paco». Luego agrega que en materia de drogas está a favor de la no criminalización y de la despenalización del consumo de marihuana.

“La clave es dar oportunidades a los pibes. Y eso intentaban las políticas que hubo hasta ahora”, dice. En la voz se le nota un dejo de preocupación y nostalgia. Antes del regreso a territorio porteño –para llegar a la isla Maciel hay que cruzar el Riachuelo en un bote de remos, a 4 pesos el viaje-, Olveira resume en una frase los cambios que está viviendo su entorno. “Hasta hace poco teníamos una cooperativa textil que hacía guardapolvos para el Estado. Hoy, esas máquinas están guardadas pero sin uso. Y en ese espacio, hace poco menos de un mes, se abrió un comedor. Vienen 100 niños y 20 adultos. Algunos son de Villa Cuernito, que está cerca”, cuenta. «De una cooperativa textil se pasó a un comedor», apunta Tiempo. «Sí. Es un retroceso que angustia».