Como las casas viejas también los libros tienen un vestíbulo, un espacio que nos recibe antes de entrar de lleno en ellos. Arquitectura fracturada, ese espacio se reparte entre la tapa, la contratapa y las solapas. Recorrerlo permite no entrar del todo desguarnecidos a un lugar que no conocemos. Se trata de lo que Ítalo Calvino llamó “asedio previo” al libro, un ritual casi obligado que actúa a modo de guía de viaje: nos advierte sobre el territorio que vamos a recorrer. Pero ni siquiera la más objetiva de las guías de viaje deja de ser subjetiva, lo que significa que, de algún modo, condiciona nuestra mirada y le pone un límite a nuestras posibles preguntas.

En el caso de Busco similar de Nicolás Artusi, entrar sin pasar por el vestíbulo puede generar preguntas como ¿lo que estoy leyendo qué es? ¿Se trata de una crónica? ¿Es acaso una novela? Nuestro afán taxonómico no cesa ni siquiera cuando estamos decididos a entrar de lleno a esa realidad paralela que es la ficción. ¿Pero acaso importa en qué casillero lo ubiquemos? Teóricamente no, pero en la práctica sí, porque la clasificación genérica es una de las grandes vacunas literarias contra la incertidumbre. ¿Se trata de una crónica de la homosexualidad en los ’90, cuando las personas que se sentían atraídas por otras de su mismo sexo eran culposamente homosexuales mientras que hoy, por suerte,  son orgullosamente gays? ¿O acaso se trata de la historia de un personaje anacrónico, Javier, que vive dentro de una película de los años ’50 junto a Zully Moreno y Hugo del Carril y al que saludan como “maestro”  glorias pasadas del cine y el teatro. Quizá es ambas cosas y muchas más.

La historia comienza cuando Gastón se encuentra con Javier a través de un aviso publicado en una revista para adultos en cuyo correo de lectores se buscaba a alguien similar para establecer una cita, una suerte de antecedente prehistórico de Tinder.

Para calmar el ansia clasificatoria, puede decirse que Busco similar es una novela sí (y además una crónica). Pero también que no es cualquier novela, sino una novela que pone en escena un personaje tan entrañable como misterioso, Javier, un verdadero hallazgo.

Un dato adicional: Nicolás Artusi es periodista y sommelier de café, una materia sobre la que ha escrito diversos libros, incluido un diccionario. De los periodistas suele esperarse que escriban. No así de los sommelier. Sin embargo, parece que lo de “sommelier de café” es lo que en periodismo se llama un dato “de color” que conviene mencionar así como resulta casi obligatorio decir que Félix Bruzzone es o fue limpiador de piletas de natación. Estos oficios terrestres, según parece, no son propios de escritores. Sin embargo, leyéndolo a Artusi da la impresión de que para escribir ser sommelier debería ser un requisito obligatorio para acceder a un taller literario. Busco similar, en efecto, trae al presente un aroma de otro tiempo, con un personaje oscuro y luminoso a la vez y un sabor auténtico que se logra cuando se escribe con pericia y sin pretensiones. Al terminar la lectura de Busco similar en la borra de la escritura queda un dejo de misterio indescifrable.

-¿Cómo nació el personaje de Javier? Es un joven anacrónico que tiene mucho de personajes teatral y que resulta entrañable aunque pueda sugerirse que quizá sea un estafador, lo que no termina de quedar claro.

Cuando empecé a construir el personaje de Javier me gustaba mucho la idea del anacronismo que mencionás, que fuera un joven obsesionado por los artefactos culturales de una época que él no había vivido, los años ’50, alguien que puede regalar, por ejemplo, Dios se lo pague, una persona obsesionada con Zully Moreno, Jorge Luz y todos los ídolos veteranos de esa época.

Por otro lado, pienso que no es menor el tema de los ’90, que no es un contexto o un escenario, sino que es casi un personaje central de todo el relato.  Entonces primero empecé a escribir sobre este personaje y en algún momento me gustó mucho la idea de que fuera un “talentoso señor Ripley”  que aunque es un asesino, aun así lo querés porque parece siempre movido por el amor, por el deseo.  Javier no es un asesino, pero hace algunas trapisondas, es uno de esos “ángeles” que abordan a los ídolos mayores que están en soledad primero para ayudarlos y después ver si pueden heredar alguna cosa o sacarles algo. 

-¿Y por qué tiene tanto peso en la novela la década de los ’90?

-Porque fue la última década analógica. Hoy es imposible un anacronismo así. Él se presenta ante Gastón falsamente y va engañando a muchos personajes a lo largo de su derrotero. Hoy esa falsedad se comprueba en un minuto, porque entrás al Instagram de esa persona o a su Facebook y toda su mitología se demuele o, por lo menos, se desmiente, porque ves dónde vive, quién es la madre, quién es el padre… Además, creo que en esa década  vivíamos en una Argentina que todavía tenía presentes estos ídolos del ayer. Después, el 2000 fue como un gran reseteo, y hoy muchos de estos personajes reales -porque en el fondo hay una ambición de no sé si de crónica, pero sí de realidad- fueron olvidados. Sólo nosotros nos acordamos de Zully Moreno o de Olga Zubarry.

-¿A quién te referís como “nosotros»?

-A los periodistas, a las personas que vemos películas, a los que tenemos cierta edad.  Yo soy contemporáneo de lo que se cuenta en la novela.  Salí a la juventud en los ’90 y ahí ya eran ídolos del ayer.  Hoy son absolutamente pretéritos.

-¿Qué te planteaste al ponerte a escribir la novela?

No quería que fuera muy compleja en cuanto a capas de lectura, quería que contara la vida gay de los ’90. Pero también tenía este personaje, Javier, que me parecía  muy potente. Aún no lo decidí, pero como hizo Patricia Highsmith con Ripley, me pareció que podía crear otras historias de Javier en el futuro, en otras décadas. Ver qué pasó luego de que Javier desapareció, cómo lo han tratado los 2000.

Me pareció muy interesante que en la novela intercalaras avisos, no sé si reales o inventados, de “busco similar”, que los rescataras como género literario.

-Son reales. Tengo archivos de revistas porque soy un junta cosas como todos los periodistas que amamos la gráfica. Las revistas que nombro son de los ’90, Sexhumor, NX, Eroticón, tenían correos de lectores de adultos.  Me dije que la realidad siempre va a superar a mi capacidad de invención y entonces en vez de inventar avisos personales dije “voy a buscar”. Eso implicó un proceso de selección  e incluso de edición. Todos los datos de los lugares, los nombres de los personajes famosos que aparecen son reales. La frase de Georges Simenon que funciona como acápite de la novela, “Todo es verdad pero nada es exacto”, me parece genial porque me exculpa como periodista del rigor y la exactitud que, vos lo sabes, son agotadores. 

En mis cuatro primeros libros soy muy obsesivo del dato,  más escribiendo un manual,  un diccionario o un libro de historia. Vengo de una escuela de periodismo donde cada dato hay que chequearlo por lo menos dos veces. En este caso, si bien hay una base de realidad, para mí fue una gran liberación poder inventar. Los lugares que nombro existieron, la avenida Santa Fe era como la describo, sé que Ana María Campoy daba clases de teatro cerca de El Solar de la Abadía que es donde se da el comienzo de la historia, sé que Aída Luz se quebró la cadera y se fue a vivir a la casa del hermano, pero sobre esta base de realidad construí una fantasía. Para mí fue una liberación poder inventar.

-¿El personaje de Javier está basado en alguien real?

– Siempre me obsesionó la figura del “ángel” que, como te decía, cuida a figuras del espectáculo mayores. También en la construcción de Javier hay una base de realidad, porque surge de la observación, de haber ido muchas veces ir al teatro e incluso de ir a comer a Edelweiss. De algunas situaciones participé yo mismo. Incluso lo he visto en el Bafici. Lo que me impresionaba de todos esos personajes, de esos grandes figurones era que siempre los veías rodeados de tres o cuatro jóvenes que se ocupaban de sus cosas mundanas: de conseguirles un taxi,  de acercarles la silla, de traerles un teléfono… Siempre me pregunté qué llevaba a estos “ángeles” jóvenes a ser una especie de asistentes. La palabra ángel me parece que es muy gráfica en este sentido y entonces empecé como crear este personaje.

La historia de Javier no es muy clara. No se entiende muy bien por qué los figurones le dicen “maestro”, cómo es posible que una persona tan joven haya tenido aparentemente una historia tan larga en la actuación. Pero lográs que sea verosímil.

En un momento me pregunté si no había muchos puntos sueltos en su historia. Me lo discutí mucho. En un ejercicio de taller literario quizá lo habrían rebotado porque el personaje no cierra, pero a mí me pareció mucho más estimulante y más verosímil que no cerrara, porque en la vida real las historias no cierran, en la vida real nos conmueve el misterio.

-Es que la verosimilitud no es una característica de la vida real. -Exactamente y entonces el personaje tiene un montón de hilos sueltos.  Es un artista sin obra, pero que a la vez es conocido. Se lo cruza China Zorrilla en la calle y es China Zorrilla la que le dice a él «maestro». No se sabe de qué vive y luego está el misterio de su enfermedad, de su doble muerte. Pero me parecía mucho mejor dejarlo así. Hay una persona que yo admiro mucho, Abel Pintos, el cantante. Tenemos una corriente muy linda de cariño y de simpatía. Yo le quería mandar el libro, pero él, que es muy lector, lo fue a comprar el día que salió. Lo leyó y me  mandó un texto muy cariñoso donde dice que lo que más le había impactado del libro era la idea de la doble muerte del personaje y que se pueda hacer el duelo dos veces por una misma persona. Me tocó mucho eso porque mi película favorita es Vértigo y si bien la novela nunca quiso ser algo hitchcockiano, hay un sedimento hitchcockiano en mí y El talentoso  señor Ripley es una película que podría haber filmado Hitchcock. Me emocionó lo que escribió porque creo que ése es uno de los temas que tiene la novela. Que el personaje no cierre del todo me parece que contribuye a su atractivo y a su misterio.

Una fórmula retórica extraordinaria

-¿Por qué elegiste el título Busco similar?

-Juega con la idea de morirse dos veces pero, a la vez, es la fórmula retórica que se usaba en mi época para levantar a través de los correos de adultos. Ponías, por ejemplo, “Soy Nicolás, 20 años. Me gusta ver películas, ir al gimnasio y salir a pasear los domingos. Busco similar.” Como fórmula retórica me parece extraordinaria. En una nota para Radio Nacional el entrevistador me dijo: “por fin literatura para los que tenemos 40”. Los de la generación X somos invisibles dice ahora la sociología, porque todo es para mayores o menores de 40. Los ’90 quizá no están muy revisados desde la literatura, pero más allá de eso, no quería hacer un ejercicio de melancolía, sino que los lectores jóvenes entendieran cómo era eso. Escribías a través de esas revistas y a lo mejor la respuesta te llegaba seis meses después. Cuando entré a Clarín había una sola computadora conectada a Internet. Tenías que poner el cuerpo no sólo para un encuentro romántico-sexual, sino para conocer a alguien a quien le gustara la misma banda que a vos: ir a la Bond Street o a la Galeria Churba y esperar hasta que apareciera otro con una remera de la misma banda que tenías vos. Esto sucedía sólo hace 20 o 25 años.

Digresión e hibridación, una escuela de escritura

«Esta es mi primera novela, pero mi quinto libro –explica Nicolás Artusi-. Escribí dos ensayos, uno sobre la historia del café y otro sobre la historia de la alimentación, Cuatro comidas. También un manual del café y un diccionario. Mi escuela de escritura la hice con María Moreno, un verdadero privilegio. Con un grupo de jóvenes fui una vez por semana a la casa de María durante muchos años. Era una hibridación entre taller de escritura y de periodismo, algo muy propio de María que es la persona más lúcida y la mejor escritora contemporánea que conozco. La esencia de la escuela de María –ella me odiaría por decir esto- era lo que ella definía como la red: digresión e hibridación. Esa idea de mezclar la crónica, de explorar los géneros, de hibridar, viene de allí. Mis dos primeros libros son híbridos. Son de historia, pero también hablan de familia, tienen crítica cultural, ensayo de costumbres… Cuando llegó el momento de la literatura, de la ficción, también dije ‘quiero que sea algo híbrido’, como lo son mis dos primeros libros”.