El escritor vasco Fernando Aramburu, uno de los invitados internacionales de la Feria del Libro que cerró el 12 de mayo, ya está familiarizado con la Argentina.
La primera vez que viajó desde Alemania, donde reside, a estas latitudes fue en el año 2018 y lo hizo traído por una novela que derribó fronteras, Patria, que narra un asesinato cometido por ETA en un pequeño pueblo vasco.
La segunda vez fue en 2023 y fue otra novela la que lo trajo a estas tierras: Hijos de la fábula. En ella también se refiere a ETA, pero en clave de humor
Esta vez, en cambio, fue Hombre caído (Tusquets) un libro de cuentos, un género que, según dice, le produce mucho placer escribir.
A través de los 14 relatos que lo integran, Aramburu logra un objetivo difícil por lo paradojal: todas las narraciones son muy distintas entre sí, pero, a la vez, constituyen una unidad sin fisuras.
Por otra parte, es un libro muy exigente con el lector, quien deberá completar lo no dicho o apenas esbozado, como si el escamoteo de determinada información fuera un acuerdo tácito con sus lectores, una invitación a jugar a escribir a dúo.
En Hombre caído lo no dicho tiene tanto valor como lo dicho. El silencio, parece querer decirnos Aramburu, también es una forma de escritura.

Fernando Aramburu
–Los cuentos de Hombre caído son muy distintos entre sí y a la vez, tienen una gran unidad, como si los hubiera escrito todos en el mismo momento. Sin duda, no parece un libro en el que se reúnen cuentos escritos a lo largo del tiempo, entre novela y novela. ¿Cómo fue la escritura de Hombre caído?
-En realidad yo estoy empeñado en el proyecto de escritura de un único libro de cuentos que supongo que será grueso en el futuro, del cual, cada cierto tiempo, doy una muestra. Hombre caído es la tercera muestra que se añade a las dos que la preceden. La anterior, que se llamaba El vigilante del fiordo, la publiqué hace 13 años. Desde entonces he seguido escribiendo cuentos y cuando ya tengo una cantidad determinada hago una selección. Las 14 piezas que integran Hombre caído son fruto de una selección. Lo que no hago es buscar un tema común, porque entiendo que cada libro es una pieza de un conjunto mayor
-¿Entonces va escribiendo cuentos al mismo tiempo que escribe novelas?
-El cuento no es para mí una actividad secundaria o lateral, sino que requiere toda la atención de quien los escribe.

-¿Y de qué surgen sus cuentos?
-De tres estímulos. Uno de ellos es muy sencillo y muy efectivo y es el encargo. Me encargan un cuento y estoy obligado a discurrir una historia. Esto ocurre en dos ocasiones dentro de Hombre caído. El segundo estímulo es de naturaleza diferente y no es otra cosa que de manera súbita el cuento empieza a formarse por sí solo en mi pensamiento e interfiere incluso en otro tipo de escritura en la que estoy ocupado en ese momento.
Ese cuento borroso, insinuado, que está en mi pensamiento llega a ser tan molesto que como no lo escriba no me va a dejar en paz. De este tipo hay varias piezas en el libro del que hablamos. Por último, están los meses en que escribo cuentos y que de un cuento paso a otro. No es raro que antes de concluir uno ya hay otro pidiendo atención, pidiendo dedicación.
–Sus cuentos me parecieron políticos en el sentido más amplio del término. Un cuento como “El suicidio de Richi Pardal”, por ejemplo, creo que es muy de esta época: para dejarle algo a sus hijos, un padre que está dispuesto a suicidarse se plantea vender entradas para ver su muerte y que sus hijos reciban algo de dinero. Lo increíble es que la idea comienza a naturalizarse de tal modo que sus propios hijos la aceptan. ¿Usted cómo lo ve?
-No diría que mis cuentos son políticos en el sentido de que aborden temas políticos. Pero debo admitir y lo hago con gusto que son políticos en el sentido de que mis cuentos y toda mi obra literaria está integrada por personajes en los que sí se refleja lo colectivo.
Mis personajes no viven, no están en mundos exóticos, sino que todos ellos son personas comunes y corrientes que se mueven en un ámbito cotidiano. Además, están en una época que es la nuestra, la de ahora. Eso es una constante en mis libros. Muestro, describo determinadas conductas humanas en una época que también es la mía y, por lo tanto, los conflictos sociales o, si se quiere, políticos de esta época por fuerza se reflejan en esos personajes que no son fantásticos, sino que están en sociedades como las nuestras.
Y también es verdad que estos cuentos dan lugar a interpretaciones de tipo social que yo no he buscado deliberadamente, y que no trato de llevar a los lectores a una conclusión determinada. De hecho, priorizo otros ingredientes: por supuesto, la lengua. Me doy por satisfecho si las historias tienen una coherencia narrativa. Una vez que se publica el libro, he asistido a interpretaciones muy perspicaces que van mucho más lejos de donde el propio autor podría llegar.
Pero es cierto que el cuento “El suicidio de Richi Pardal” o el que da título al libro muestran comportamientos colectivos o grupales en torno a una vivencia particular. Que algo tan terrible como el suicidio se muestre como un espectáculo creo que describe de manera descarnada el mundo en el que vivimos.

-Creo que en Hombre caído usted hace un manejo del humor más explícito que, por ejemplo, en sus novelas. ¿Es así?
-Es un humor que va conmigo y que podríamos calificarlo tanto de negro como de inoportuno. Es un humor que se despliega en situaciones en las que sería esperable otro tipo de expresión o de conducta. Es un humor que surge en medio del duelo, en medio de la pena, en medio de la agresión, en medio de la crueldad.
–No sé si la relación es válida, pero sobre todo en este libro suyo recordé a Primo Levi y su libro Si esto es un hombre. Es un libro terrible sobre el Holocausto que no carga las tintas, que está despojado de adjetivos, que narra las atrocidades que ve como si se tratara de algo común, no califica. Creo que usted, aunque lo suyo es ficción y lo de él no lo era, hace lo mismo. Cuenta lo absurdo sin señalar que es absurdo, no carga las tintas, como si se limitara a narrar con objetividad.
-Sí, es una buena descripción de lo que es mi literatura. Busco adrede lo que usted señala. Yo no cargo las tintas, no derramo adjetivos. Llevo años implicado en un proceso de depuración. En cada caso cuento lo mínimo necesario usando las palabras imprescindibles. Es raro que en mis libros aparezca una metáfora novedosa. Jamás incurro en una comparación.
He aprendido de Primo Levi, un autor que he leído y releído y que cuenta hechos que ya por sí mismos son terribles y, por lo tanto, no hace falta sobrecargarlos con adjetivación. Considero, además, que son los lectores los que deben sacar las últimas conclusiones. Procuro no intervenir en la interpretación de los lectores. No quiero influir en ellos con ideas, moralejas, incisos ni máximas morales. Todo eso está prohibidísimo en mi literatura. Pero sí debo decir que escribo no para un público pero sí para una persona que está al otro lado del escritorio, por lo que no me dejo llevar simplemente por un ritmo creativo.
Me pregunto de qué modo podría transmitirle una historia a ese lector hipotético y qué efectos podría causar yo en su conciencia. Eso determina de una manera muy intensa todo mi trabajo.
–Tampoco explica, por ejemplo, en el cuento que da nombre al libro, por qué está prohibido levantar al caído. Yo saco mis propias conclusiones, que es que en esta sociedad el caído es siempre sospechoso. Pero quizá no sean las suyas. Lo que sí es seguro es que la situación es absurda.
-Sí, alguien dicta normas y, no sabemos por qué, su cumplimiento es obligatorio. De hecho, hay quien vigila el cumplimiento de estas normas. Le confieso que yo no sé interpretar ese cuento. Me vino, se me ocurrió y luego he leído conclusiones muy perspicaces a las que yo mismo no hubiera llegado por mi cuenta. En todas las interpretaciones he podido ver que se vinculaba ese hombre caído que estaba prohibido levantar con el mundo actual. Con esto quiero decir que yo no determino lo que quiero que piensen los lectores.
Uno saca de sí historias que vienen del sueño o de la vigilia, historias que uno convierte en un texto.

-Además de los estímulos a los que se refirió, de qué nacen sus cuentos, de una imagen, de una palabra…
-Mis cuentos son escrituras a ciegas. No son frutos del cálculo. De todos modos debo decir que de todos los palos literarios que toco la escritura del cuento es la más jocosa para mí. Esa escritura tiene un alto ingrediente de improvisación aun cuando en el transcurso del cuento voy buscando una congruencia, una sucesión ordenada de episodios… Es el olfato el que me indica, por ejemplo, si llegué al final, si en ese momento de la narración debo dejar de escribir.
-¿Se deja llevar por las palabras?
-Hasta un determinado punto. Un cuento no es el resultado de una sola fase de escritura. El escritor añade, corrige, cambia. Y, a medida que aumenta el trabajo, también aumenta el nivel de racionalización. Un trabajo no es fruto de la improvisación que conduce hasta el final y ya está. A veces, hay que reanudar, hay que corregir, hay que quitar y algunos cuentos no pasan la selección.
-Pero sí se nota que usted se lanza sin red para descubrir qué es lo que quiere escribir. -Es cierto, pero suele suceder que, a veces, los lectores descubren más que uno mismo.
Cuento, novela, escritura
–¿Qué diferencia hay entre escribir un cuento y una novela en el momento de ponerse a trabajar?
-Yo no inicio una novela hasta que no tengo resueltos una serie de fundamentos formales, el anticipo de un posible final para saber hacia dónde voy, por ejemplo.
Además, resuelvo qué narradores tendrá o qué narrador me va a contar la historia de la novela, pienso también en un estilo… Tengo que resolver muy bien ese trabajo de cocina literaria primero y cuando lo resuelvo recién entonces me pongo a escribir.
-¿Y qué pasa con el cuento?
–Con el cuento no es así, es muy diferente. Enciendo el computador y allá voy. El cuento de turno coloniza mi cerebro, lo llevo a todas partes, incluso al sueño y allí voy resolviéndolo, voy dándole vueltas. Es como si hiciera una doble escritura, por un lado, la propiamente física y, por otro, la mental.