Con la mirada clavada en el ejemplo de los ancestros, la barbarie nazi referenciada en Adolf Hitler, la ultraderecha en Alemania trabaja en estos días en un plan que podría repetir aquella experiencia que acabó con la vida de millones de seres humanos. Y tiene todo un país que, de una u otra forma, se comporta como un buen aliado. Industriales y productores agrarios («el campo») que exigen privilegios que irritan a la sociedad y que de todo culpan a los inmigrantes y a la burocracia de la Unión Europea (UE), o a todo lo que huela a política social. Partidos políticos remisos a movilizar a sus fieles cuando de enfrentar a la extrema derecha se trata. Una izquierda de tal oportunismo que, aggiornada se dice a sí misma, tiene planes que en mucho se parecen y en poco la diferencian con el ultrismo.

En este escenario crece vertiginosamente Alternativa para Alemania (AfD). La extrema derecha saca provecho de esa suma de expresiones desestabilizantes –que algunos llaman disconformidad y otros nazismo, a secas– para tratar de fusionarlas bajo una sola consigna, resumida en el odio al extranjero. Así, la tarea es limitar el ingreso a Europa de aquellos que llegan hambrientos o perseguidos, y expulsar manu militari a quienes ya llegaron y hacen el trabajo duro que desprecian los activistas y simpatizantes de AfD. Lo dice bien claro René Springer, un legislador por Brandeburgo, uno de los actuales bastiones nazis pero cuatro siglos antes la tierra que avivó el genio de Juan Sebastián Bach para escribir sus  monumentales seis conciertos: «Echaremos a los extranjeros, sea como sea. Millones de ellos. Este no es un plan secreto, lo juramos».

AfD engorda encuesta tras encuesta desde los primeros años del siglo. Sin embargo, el establishment alemán miró sistemáticamente para otro lado, dejando crecer al huevo de la serpiente. La epidermis nacional se ruborizó recién en enero pasado, cuando Correctiv, un sitio independiente de investigación, denunció que en noviembre de 2023 se había reunido secretamente una cumbre en la que AfD les juntó la cabeza a unos 50 dirigentes de todos los partidos. La figura convocante era importada, el ultraderechista Martin Sellner, líder de la Nueva Derecha y el Movimiento Identitario Austríaco, el nazi moderno que acuñó el término «remigración», usado hoy para hablar de deportaciones. El encuentro se realizó en un hotel de las afueras de Potsdam, capital de Brandeburgo, donde hace poco más de ocho décadas el nazismo planificaba la «solución final».

El partido de ultraderecha es hoy el segundo a nivel nacional, con el 22% de las intenciones de voto. Espera ganar las legislativas de junio y las regionales de septiembre para quedar en punta con miras a las federales de 2025. Un sondeo complementario dice que el 45% de los seguidores de AfD está dispuesto a dejar la UE. Los números animan a Alice Weidel, líder del partido, a decir que «cuando formemos gobierno deberíamos hacer un referéndum para que los alemanes voten sobre el Dexit, porque si no se pueden remediar las deficiencias de la UE, el Estado debería tener la opción de abandonar esa comunidad». Lo del Dexit viene de un juego idiomático similar al del Brexit británico. En la propuesta de Weidel es un acrónimo mixto alemán-inglés derivado de Deutschland (Alemania) y Exit (salida). La AfD explicita su odio al extranjero y promueve el aislacionismo, con la UE como blanco.

Foto: Kirill Kudryavtsev / AFP

Llamativamente, parecería que no se están midiendo las consecuencias de romper con los mejores aliados. Consecuencias negativas para la UE y para la propia Alemania. En caso de un retiro, el presupuesto comunitario quedaría gravemente herido, pues Alemania aporta el 20% de los fondos requeridos por la UE para su funcionamiento. Para Alemania, el gran golpe sería para el comercio. La pertenencia a la unión implica la integración a un mercado único que admite la libre circulación de personas, bienes, servicios y capitales. El Dexit implicaría, a priori, que el intercambio comercial entre los países de la UE y una Alemania escindida vendría acompañado de trabas burocráticas y, sobre todo, la imposición de aranceles aduaneros. Si se toma la experiencia del Brexit –la economía británica cayó  un 5,5%– la pérdida del producto bruto interno alemán sería de 245 mil millones de dólares.

El Dexit es, por ahora, una mera hipótesis, pero es aconsejable tenerlo sobre la mesa, bien a la vista. Desde que Estados Unidos puso a la OTAN al servicio de sus planes y, Ucrania mediante, los llevó a una virtual ruptura con Rusia, Alemania quedó ante el peor escenario, lo que podría ser un nuevo Tratado de Versalles (1919, fin de la Primera Guerra Mundial). Cuando los analistas citan semejante antecedente, recuerdan que tal acuerdo se gestó para intentar aislar a Alemania y obligarla a cargar con las consecuencias derivadas de la confrontación. Se pretendió, fallidamente, anular la futura promoción alemana de otras aventuras bélicas, lo que trajo como consecuencia la crisis económica del país y un enorme resentimiento que, poco después, llevó a Hitler al poder. Imposible no pensar, hoy, que se está empezando a vivir en un escenario similar al de aquellos no tan lejanos años.