En tiempos difíciles, en tiempos de reacomodamiento y reconfiguraciones, los días parecen semanas y las semanas parecen siglos.

El Gobierno Nacional asumió hace apenas 50 días, pero su llegada al poder se inscribe en un proceso político, cultural y social que empezó mucho más atrás y que excede ampliamente los tiempos electorales. Es difícil definir un momento de inicio, pero lo que sí sabemos es que el crecimiento de esta extrema derecha se aceleró en nuestro país, en la región y en el mundo a partir de la pandemia del Covid-19.

También podemos decir que, por estos pagos, asume algunas singularidades propias. En su discurso, La Libertad Avanza construye un nosotros y un ellos para los que aggiorna y se apropia de categorías como civilización y barbarie, insertas desde hace tiempo en la tradición antiperonista y antipopular de la Argentina. En el nosotros, los hombres de bien. En el ellos, los planeros, los zurdos empobrecedores, las feminazis. Un discurso que busca reforzar el enfrentamiento entre sectores sociales que cada vez tienen más en común: una realidad que los golpea y los lleva a la búsqueda de soluciones urgentes.

Las élites argentinas siempre fueron depredadoras, nunca estuvieron interesadas en construir un proyecto de país que incluya, de un modo u otro, a los sectores que aborrecen.

Y acá tenemos a la Ley Ómnibus: primer capítulo de una nueva temporada para recortar derechos, eliminar conquistas sociales y ampliar desigualdades. La aprobación que recibió el viernes este proyecto de ley en la Cámara de Diputados no escapa de la dinámica compleja en la que estuvo sometido el debate parlamentario a lo largo de la semana. El Gobierno Nacional pasó la primera valla, pero se lesionó.

Dentro del recinto se vio obligado a eliminar dos tercios de los artículos que había propuesto. Pasó de no querer ceder con nadie a entregarle un poco a cada uno, lo que le produjo conflictos entre todas las partes. ¿Mal negociador?

Para fuera del recinto, esas negociaciones de palacio lo alejaron del debate público. Milei no logra explicar, al menos todavía, cómo estas medidas podrían resolver problemas en lugar de agravarlos. Tal vez sea por eso que la sociedad lo rechazó.

Así lo muestra la última encuesta argentina de la consultora Zubán Córdoba y Asociados, publicada el 30 de enero pasado. Preguntados sobre qué deberían hacer los diputados en el marco del debate del proyecto de Ley Ómnibus en el Congreso, un tercio de los encuestados se volcó por la aprobación de la ley, un 47% optó por su rechazo y un 17,5% por «ponerle límites a Milei».

A esto se le suman el paro y la movilización del 24 de enero, más las consecutivas manifestaciones frente al Congreso. El movimiento obrero organizado, los movimientos sociales y distintos sectores del activismo se juntaron. Artistas, comerciantes, intelectuales, gente suelta. Organizados y no organizados. Hay una voz en común. El ajuste a la casta no llega y la paciencia es poca.

Y, frente a esto, la represión dirigida por Patricia Bullrich muestra todo lo que no es una fortaleza: el tamaño de los operativos y la cantidad de heridos, entre los que se encuentran más de 20 periodistas, dinamitaron la luna de miel y son indicios de la debilidad del Gobierno Nacional para generar consensos. Ganar elecciones es parte de la democracia del mismo modo que lo es la disputa cultural, que está lejos de encontrar vencedores y vencidos.

El debate parlamentario continúa el martes, y las y los diputados van a discutir artículo por artículo el proyecto de ley. Y después deberá hacerlo el Senado. Hay muchos días por delante y la movilización en las calles ya demostró capacidad de incidir adentro y afuera del palacio.

Párrafo aparte para hablar de la traición necesaria para la aprobación de esta ley. No se trata de un puñado de votos ocasionales o de señalar nombres propios: la traición es una práctica típica de las élites y las castas para conservar su statu quo. Se basa en la falta de valores y credibilidad, en acciones que benefician solo a quienes traicionan.

La traición, al fin de cuentas, es la desorientación de quien no puede persuadir al resto de sus ideas. Es una acción cortoplacista y efímera, con efectos muy negativos y profundos para el sistema democrático. Cuando se incurre en estas prácticas, lo que aparece de forma subyacente es la incapacidad de los traidores de construir proyectos coherentes, de largo plazo y de cara a la ciudadanía.

Por eso, no hay nadie más irrelevante e intrascendente que los que traicionan. Sus actos demuestran que sólo actúan para beneficio propio y sin ningún interés por la comunidad.

La contracara de la traición es la lealtad a proyectos, valores e ideas que emergen especialmente en momentos de crisis. A partir de su vigencia en el tiempo, esa lealtad le da un sentido histórico a las acciones políticas.

Por eso, es importante prestar atención a esta nueva mayoría social que se empieza a reconfigurar de a poco. La Argentina tiene una historia muy rica de activismo, organización popular y lucha. Son los sectores que se empiezan a sentir desprotegidos y perjudicados por las políticas de ajuste los que van a protagonizar no sólo la resistencia, sino también la alternativa para escribir un nuevo capítulo en la historia de las victorias populares.