La Guerra de Malvinas está anclada en pasado, presente y futuro de la Argentina. Más de cuatro décadas después, está tan presente como la indignación que genera un presidente con loas a Margaret Thatcher. Hacia delante, con un reclamo de soberanía que no cesará hasta ser saldado. Y hacia atrás, con nexos que la unen como en un viaje en el tiempo hacia otras luchas dadas en estas tierras. Lo experimentaron en carne propia veteranos que participaron en campañas arqueológicas en campos de batalla emblemáticos, como el de Pavón en 1861. No sólo para aportar a sus reconstrucciones históricas: también, con fines terapéuticos. 

Inspirado en experiencias europeas, el programa “Veteranos de Guerra, Arqueología y Salud Mental” fue puesto en marcha por el Centro de Estudios de Arqueología y Antropología del Conflicto y el Centro de Salud Mental de las Fuerzas Armadas, dirigido por un veterano de Malvinas. Arqueólogos, historiadores y psicólogos conformaron un grupo multidisciplinario que ya actuó en dos campañas, en Rueda (Santa Fe, donde fue la Batalla de Pavón) y en el Fortín Miñana de Azul, provincia de Buenos Aires. 

“Nuestra intención es seguir y tener un mínimo de dos campañas anuales e ir viendo la posibilidad de ampliar la convocatoria a otros equipos arqueológicos”, aspira el historiador Sebastián Ávila. Dependerá, en gran parte, del financiamiento. Hasta ahora, se avanzó “con fondos propios. Al no estar institucionalizado, es difícil de sostener en el tiempo por los costos operativos de las campañas”. Más aún, en un contexto donde las investigaciones científicas se recortan a fuerza de motosierra. 

Encuentros a través de la materia 

En la campaña arqueológica en el campo de batalla de Pavón, en 2022, uno de los objetos hallados por los veteranos de Malvinas fue una bala esférica con una marca que indicaba que había golpeado contra algo. “En ese momento surgieron muchas reflexiones. Un veterano dijo ‘esto fue peor que en Malvinas, acá se mataban entre argentinos’. Otro dijo ‘pudo haber impactado contra un hueso’. Muchas cosas referidas al dolor, una empatía grande con el sujeto histórico. Una cuestión metodológica que tiene que ver con la experiencia compartida de sujetos históricos que se encuentran de alguna forma a través de la materia”, grafica Ávila. “A nivel metodológico es una innovación, porque aparece un sujeto nuevo haciendo arqueología con fines terapéuticos”.

Jorge Soto le puso el cuerpo a la Guerra de Malvinas desde el Regimiento de Infantería Mecanizado 7, en combates tan cruentos como el de Monte Longdon. Aún lleva consigo dos esquirlas y secuelas en su salud. Fue su hija, arqueóloga, quien lo contactó con el equipo que viajaría en el tiempo hasta la batalla de Pavón. 

“Es muy fuerte, a pesar de los años que han pasado. Buscar objetos en la tierra con un detector de metales, municiones. De cierto modo se revive lo que cada uno vivió en Malvinas –relata a Tiempo– A pesar de ser diferente, la gente ahí también se estaba matando entre sí. Cada uno tendría su familia, su historia personal. En el caso nuestro, también. A los ingleses no los conocíamos en forma directa ni teníamos un odio individual contra cada uno de ellos. Es lo que pasa en la guerra. Los que combaten lo hacen porque los mandaron los superiores”.

A Soto le tocó compartir el recorrido con un estudiante de arqueología de la Universidad Nacional de Rosario (UNR), de 19 años. La transmisión intergeneracional que se dio ahí también le resultó reparadora. Las ganas del joven por escuchar lo invitaron a hablar, en un contexto distinto a las charlas y reuniones habituales sobre el tema. 

“Encontramos municiones de los fusiles de esa época, balitas redondas, una con forma de punta. O una pieza de un cañón con la que los arqueólogos pudieron determinar dónde estaban las piezas de artillería, diferente a lo que sabían hasta entonces los historiadores”, cuenta Soto sobre los efectos de las campañas, no sólo terapéuticos. 

“Se eligen sitios que fueron de uso militar en el pasado porque de esa manera se establece un lazo, vinculo o especie de empatía entre el veterano de guerra y quienes fueron los actores o participantes de esos hechos del pasado. Así se recupera y se busca realzar el rol de los veteranos como partícipes de un hecho histórico fundamental de nuestra historia (como Malvinas) y relacionarlos a otros hechos de nuestro pasado más remoto”, decía a este medio Juan Leoni, investigador del Conicet a cargo del Centro de Estudios de Arqueología y Antropología del Conflicto, cuando la primera campaña estaba por concretarse. “Buscamos trabajar en puntos de común, cómo influye y se considera la experiencia de ser soldado, transitar por la vida militar y por supuesto la experiencia de combate, aunque sean muy distintas las batallas y separadas en el tiempo”.

La posibilidad de resignificar 

Gisela Paly y Constanza Lioni Tarsitano son las psicólogas del Centro de Salud Mental que participaron de la segunda experiencia arqueológica, en el fortín Miñana. El último día de la expedición les propusieron a los veteranos que trataran de poner en palabras qué les había generado ese viaje en el tiempo. 

“No es que usando el detector de metales estaban pensando en Malvinas, pero lo que los conectaba era pensar que no fueron los únicos que habían pasado por una situación en la cual habían sufrido hambre, frío, el pensar si los de la gran ciudad sabían que estaban ahí –como le pasaba a la gente del fortín-, si sabían cómo estaban. Eso los conectaban mucho con lo que les pasó: sentir que estaban solos, que no sabían si su familia tenía idea de cómo estaban, pasar frío, hambre”, señala Lioni. “Desde nuestro lado lo que pudimos ver es esta posibilidad de resignificar. De poder ver esto que ellos mencionaron: no fuimos los únicos, otros pasaron lo mismo, salvando todas las distancias lógicas”.

Para el historiador Ávila cada experiencia “remueve un montón de cosas. En el pueblo donde paramos para después ir a hacer la campaña se acercó el intendente de Rueda, llevó a veteranos a una escuela, hay como una revalorización de la historia. Ya no es solo la batalla del pasado, se tejen más hilos”.

Así como en Pavón se usaron detectores de metales para rastrear piezas del pasado, en Miñana se trabajó en cuadrículas, con pozos, para detectar rastros de quienes se habían asentado a vivir donde había existido el fortín. En el primer caso, la búsqueda sobre el campo de batalla dio lugar a un montón de resultados directamente relacionados con aquel combate clave de las guerras civiles que dividieron a la Argentina en el siglo XIX. En el fuerte, en cambio, la tarea fue más lenta y paciente. Hasta que aparecieron huellas del viaje temporal, como elementos de la vestimenta de los fortineros, de la que no había registro documental hasta el momento. 

“Lo interesante es que los veteranos por su propia historia y por lo que vivieron en la posguerra, que fue un gran período de desidia, de olvido, respecto a la sociedad que los recibió, de alguna forma cuando van a hacer arqueología sienten que están aportando a esos sectores no tan conocidos de la historia”, compara Ávila, quien también integra –junto a arqueólogos como Carlos Landa- el Equipo Arqueología Memorias Malvinas (EAMM), para pensar Malvinas desde otro lado. Su proyecto “Objetos portadores de memoria” reúne testimonios de protagonistas de la guerra relacionados con objetos traídos, evocados, fabricados o reinventados en torno a esa herida abierta de la sociedad argentina, de la que se cumplen 42 años este martes. 

Un mapeo arqueológico de las islas

En 2021 se puso en marcha un proyecto interdisciplinar para revelar nueva información sobre la Guerra de Malvinas: “El rostro y la savia de la guerra. Organización social y política comparada del mando y la logística en dos combates terrestres, 11-14 de junio de 1982”, dirigido por Rosana Guber. Apunta a un mapeo arqueológico realizado con la participación de veteranos argentinos sobre los campos donde combatieron, algo inédito en el país y la región.
Con distintas técnicas, se relevó información arqueológica sobre los campos de batalla donde tuvieron lugar dos de los combates más sangrientos de la contienda: Monte Longdon y Monte Tumbledown. “Todos los datos recogidos en campo están siendo analizados por parte del Equipo Arqueológico, con vistas a generar un análisis integral de datos arqueológicos, fuentes documentales y otras vías de análisis para entender la logística y el mando en ambos combates”, explicó el historiador Sebastián Ávila.

Drones sobre Malvinas

El equipo que mapea arqueológicamente las Malvinas, con participación de veteranos, viajó en noviembre último a las islas. Volvió con los datos que arrojaron 73 horas de trabajo de campo, 450 registros (posiciones, rasgos de artillería, materialidades), más de 7.000 fotografías, 350 minutos de vuelo de dron en 15 vuelos, cinco fotogrametrías de posiciones relevantes y la reconstrucción de tres experiencias de combate junto a veteranos.