Se cuenta que a María Virginia Outes Tamayo, esposa de José María Leguizamón Todd, le ofrecieron unos chanchos para ver si le interesaba comprarlos. Al verlos, ella exclamó, mirando a su hijo de pocos meses de edad: «¡Pero están flacos como este cuchi!». Desde ese momento, a este salteño nacido en la capital de la provincia un 29 de Septiembre de 1917 se lo conocerá como Gustavo «Cuchi» Leguizamón, uno de los grandes creadores del folklore argentino. 

Al cumplirse 100 años del natalicio de este músico enamorado de la baguala, que dijo «toda gran zamba encierra una baguala dormida” y la baguala es un centro musical geopolítico de mi obra», Liliana Herrero y Juan Falú ofrecerán un único concierto gratuito en la sala Caras y Caretas (Sarmiento 2037, hoy a las 21, en vigilia por el centenario de su nacimiento. Las localidades se retiran hasta dos por persona, desde dos horas antes de comenzar el concierto. 

En esta víspera, los intérpretes celebrarán la obra del genial creador, un repertorio que habían recorrido juntos por primera vez cuando en 2000 grabaron y publicaron Leguizamón-Castilla, registro ya histórico que dejó versiones de referencia clave para canciones que son patrimonio central de la cultura argentina. Herrero y Falú -más allá de sus trabajos y trayectorias individuales- son también a esta altura y desde hace tres décadas una dupla creativa insoslayable. Han compartido en todos estos años repertorios, grabaciones, escenarios, posicionamientos ideológicos y proyectos artísticos, como ese ambicioso mapa musical del folklore argentino que fue La Música Interior, por citar sólo uno.

«Cuchi» Leguizamón inició su carrera musical a los dos años, cuando su padre le regaló una quena con la cual, afirman sus familiares, interpretaba «El barbero de Sevilla». Posteriormente y siempre de oído, como buen musiquero, la emprendería con la guitarra y el bombo, hasta que recaló en el piano. Con este instrumento amplió de manera saludablemente incorrecta los límites del folklore, componiendo inolvidables zambas, chacareras, carnavalitos y vidalas. 

Se recibió  de abogado en La Plata en 1945 y  su sed de ampliar su horizonte cultural encontró un vergel al llegar a Buenos Aires, donde conoció, entre otros, al escritor polaco que formaría parte de la literatura argentina Witold Gombrowicz. Cantó con el coro universitario, jugó rugby, fue profesor de Historia y Filosofía, diputado provincial y ejerció durante tres décadas la abogacía, hasta que decidió dejarla, porque, según manifestó «estoy harto de vivir en la discordia humana. Me produce una gran satisfacción ver una vieja en el mercado tarareando una música mía». 

Admirador de la música de Bach, Mahler, Ravel, Stravinsky, Schönberg y Beethoven, pero, además, de Enrique Villegas, Chico Buarque, Milton Nascimento y Vinicius, su inquietud artística lo llevó a organizar en Salta primero y en Tucumán más tarde conciertos de campanarios y maravillarse con la posibilidad de escribir un concierto para locomotoras, fascinado por «ese instrumento musical maravilloso que tiene fácilmente dieciocho escapes de gas que son sonidos y un pito con el cual se pueden hacer maravillas, por no contar su misma marcha». 

Su obra más trascendental se la puede hallar en piezas como La pomeña, Maturana, Balderrama, Zamba de Lozano, Zamba de Juan Panadero, La arenosa, Zamba del carnaval, Zamba del laurel y Si llega a ser tucumana, entre otras, siempre asociado con las plumas de Manuel J. Castilla, Miguel Ángel Pérez, Armando Tejada Gómez, Jorge Luis Borges y Jaime Dávalos. El aspecto lúdico y audaz de su musicalidad encontró en las voces del Duo Salteño (Néstor «Chacho» Echenique y de Patricio Jiménez), a los intérpretes ideales para sus exploraciones sonoras dentro del marco que le ofrecía el folklore argentino. 

«Este tema se lo quiero dedicar a Erik Satie, ese francés que tanto queremos en Salta» comentaba antes de empezar a tocar un tema en un disco grabado en vivo en Rosario en 1983, producido por Litto Nebbia y Manolo Juárez, acompañado sólo por su piano, lo cual habla de la universalidad de su pensamiento musical y de las características que alimentaron a toda su obra compositiva. Persona de fuertes convicciones, noble y alegre, que detestaba los homenajes y los festivales de folklore (incluido Cosquín), fue un gran crítico de las injusticias y admiraba a aquellos que luchaban contra ellas (“El Che fue un tipo formidable, extraordinario. No tenía ningún inconveniente en jugarse la vida y perderla… ¿Cómo vamos a estar pendientes de la evolución del dólar?… Ellos proponían otro modelo distributivo para la sociedad. Que aquel que nada tenga, empiece a tener”). 

Murió el 27 de septiembre de 2000, antes de que pudiera cumplir 83 años, en Salta, la ciudad en la que nació y pasó toda su vida, en la que, con sólo dos años descubrió que con la quena que le había regalado su padre, podía imitar el canto de los pájaros, descubrir su música y llevarla a los oídos de la gente.