La noticia de la muerte de Marcelo Cohen conmovió a sus colegas y lectores. Como escritor escribió novelas, ensayos  y cuentos y como traductor volcó al castellano más de cien autores entre los que se cuentan Nathaniel Hawthorne, William Shakespeare, Alice Munro, Clarice Lispector, J.M. Coetzee y Clarice Lispector. Junto a su esposa, la reconocida crítica Graciela Speranza, dirigió, además, la revista la Otra orilla.

La Biblioteca Nacional le había otorgado hacía pocos meses, más precisamente en julio, el Premio Rosa de Cobre en reconocimiento a su trayectoria en el mundo de las letras.

Mientras la Argentina se preparaba para la enfrentar a Francia en el último partido de la Copa del Mundo y había un clima de algarabía, Cohen se fue sin estridencias. El escritor Hernán Vanoli lo definió como “uno de los Messis de nuestras letras”, a lo que añadió refiriéndose al partido de hoy “que parte de la emoción del domingo va a ser para él, porque nutrió nuestra tradición con un talento personal, inolvidable.  

Fue el creador del Delta Panorámico, un espacio construido íntegramente con palabras que, además, tiene su idioma propio, el “deltingo”, y, como todo idioma, también  propio diccionario.  Egoísta y cobarde en idioma deltingo se dice rúnquino, mientras que piola, callado y sagaz se dice surgo.  

Comenzó a publicar en 1972 muchos años más tarde, en 2000, se dedicó a la creación de ese lugar imaginario al que transformó en un universo paralelo y para el que trazó no solo una geografía precisa sino también una historia, un sistema político, una historia, una fauna y una flora. Si Juan Carlos Onetti creó una Santa María a imagen y semejanza del trazado típico de los pueblos, Cohen recorrió zonas más delirantes quizá porque pensaba, como lo manifestó en una entrevista que “Argentina está  enferma de realismo”. En 1975 se estableció en España y volvió al país en 1996.

En la misma entrevista manifestó: “La clase media a la que en su momento le iba bien con Cavallo estaba enferma de consumo. Me llamó la atención la adicción a las marcas que había. Pero una de las ilusiones que tenía era regresar a ver el río, el delta. Mi padre me llevó a remar de chico al club San Fernando, después de adolescente iba a remar y quedé impregnado de eso. Y al mismo tiempo al volver de España había leído La afirmación de Christopher Priest, que me impresionó, donde hay un lugar que se llama el Archipiélago del Sueño. Como me atraían las islas del Tigre se me ocurrió la idea de un mundo de islas y escribí unos cuentos que terminaron siendo Los acuáticos. Uno siempre cree que existe el peligro de imitar a la Zona de Saer o la Yoknapatawpha de Faulkner, pero esto no habría tenido ningún viso de verosimilitud si no lo sostenía con un equipo que invitara al lector a quedarse.”

Por su originalidad, su imaginación sin límites, su capacidad de trabajo y su posición respecto de la literatura que priorizó siempre sobre las candilejas del mundillo literario, dejo un hueco enorme en la historia de la literatura argentina.