“No me atrevo a invocarte antes de tiempo, por si desapareces. ¿O la superstición trabaja en el sentido inverso, y nombrarte te confirma?»

“Pendes de un hilo pero no eres frágil, porque aún desconoces tu fragilidad: eres más bien la nuestra”.

“Voy naciendo al decirte”

Así comienza el último libro de Andrés Neuman, Umbilical (Alfaguara), en el que el autor celebra la paternidad y construye para su hijo por nacer una imposible memoria del vientre, porque el líquido amniótico es una suerte de Leteo, el mítico río del olvido. Todos hemos flotado en sus aguas que parecen volverse mansas en la vasija materna, pero que nos apresan en la desmemoria hasta tres años después de haber sido expulsados de su lecho. Los que a veces parecen recuerdos son solo relatos que nos han contado de manera fragmentaria e inconexa, una incompleta memoria prestada.

Neuman se propone completar no un préstamo, sino un regalo que repare ese paño con agujeros de polilla que son los relatos de la vida prenatal, del nacimiento y de los primeros años. Por eso habla primero de “El imaginado”, luego de “El aparecido”, para terminar cediéndole la voz a su hijo en “Un monólogo mínimo”. Se trata de un regalo a la vez emotivo e inteligente.

Prosa lírica o poesía en prosa –poco importa establecer el género de las pequeñas joyas que conforman este verdadero libro de las maravillas-, Neuman escribe desde el perdido asombro primordial, desde la perplejidad filosófica, desde la extrañeza de haber nacido, de hacer nacer, de ese acontecimiento extraordinario, vuelto ordinario por la repetición, que es estar vivo.

-No me gustaría usar una frase hecha para definir tu libro, decir por ejemplo, que es una expresión de las “nuevas masculinidades”, pero es raro que un hombre dé cuenta de la vida prenatal de su hijo.

-Claro, sí, entiendo, pero tiene que ver con eso, transita por ese carril. Podemos negociar el nombre, pero el terreno es ese.

-¿Eras consciente de eso?

-No, creo que me fui dando cuenta mientras iba avanzando. Me parece peligroso concebir la escritura como un programa y mucho más en un caso tan emotivo como éste. El libro consistió en un irse dando cuenta progresivamente del terreno explorado. La primera misión era mucho más íntima y familiar y tenía que ver con escribirle a mi hijo un regalo de bienvenida y contarle todo lo que sabemos que no va a recordar.

Entonces le construís una memoria con la misma mirada extrañada con que escribiste Anatomía sensible.

-Exactamente. Creo que está bien la comparación con ese libro. La mirada extrañada a la que te referís tiene que ver con la evidencia misteriosísima de que uno de los momentos más importantes de nuestra existencia no los podremos recordar nunca. No es lo mismo que el olvido que es la lenta disolución del recuerdo, pero nuestra identidad se basa en una omisión unánime que son los primeros años de nuestra vida. No recordaremos nunca cómo aprendimos a caminar, a hablar. No recordaremos nunca nuestro nacimiento. Sólo algunas drogas rituales (se ríe) consiguen evitar no ese olvido, sino ese agujero o esa imposibilidad de la memoria. Al principio, la escritura tenía que ver solamente con eso, pero a poco me fui dando cuenta de que en la literatura en general hay libros sobre padres o con padres, pero pocos escritos desde la experiencia del cotidiano de la paternidad. Si retrocedemos en la cronología, hay todavía menos libros que cuenten la relación entre hombres y bebés. Y si retrocedemos todavía más y nos referimos a una criatura nonata nos encontramos con un silencio canónico. De eso me di cuenta cuando empecé a mostrarles a otras personas lo que estaba escribiendo, a preguntarles si eso era un libro o qué era. Para mí era un regalo para mi hijo, así que si no era un libro, no pasaba nada. Entonces comencé a pensar por qué tenemos tan escasa literatura de la crianza en general y de hombres y bebés en particular. Me pregunté por qué los bebés no son un tema literario para los escritores hombres.

¿Y cuáles fue tu respuesta?

-Creo que hay como tres alambradas. Está el marco biológico que la ciencia demuestra que es más negociable de lo que parece pero que, hasta cierto punto, es el que es; luego está el marco de la estructura de las familias, las tradiciones familiares que reparten los roles como bien sabemos que los han repartido siempre, y hay una tercera que cada vez me interesaba más que es la del imaginario: aunque siempre hubo un cierto número de padres que sí cambiaban pañales, que sí hacían dormir a sus hijos, eran observados como un conjunto de excepciones . A los hombres nos ha costado mucho generar una comunidad emocional, como si siempre la paternidad hubiera sido un conjunto de aventuras individuales. Además, esos padres que cambiaban pañales y daban mamaderas no parecen haber considerado que eso era digno de contarse, objeto de reflexión. Es como si no sólo hubiéramos delegado las tareas de la crianza en las mujeres, sino que en el reparto de tareas literarias también hubiéramos delegado el narrarlo. Sin embargo, desde hace décadas sí tenemos una literatura brillante, provocadora y decisiva sobre otros tipos de maternidades, sobre no maternidades, sobre las autodenominadas malas madres… ¿Por qué no pensar,  entonces, en la posibilidad paralela de repensar las paternidades en la literatura? Ante esta pregunta recordé de pronto que yo mismo decía lo que le escuchado decir a muchos otros hombres: “a mí me gustan los niños o las niñas a partir de cierta edad”.

-La edad en que comienzan a hablar.

-Claro, cuando comienzan a hablar, a hacer eso que llamamos razonar, cuando ya tienen un cierto filtro emocional, cuando se inician en eso que Freud llamó el malestar en la cultura, es decir, cuando, para bien o para mal, la civilización ha operado lo suficiente como para dejar un terreno más resguardado, más seguro emocionalmente para nosotros. ¿Qué es un bebé? Todo aquello para lo que no educan a los hombres. Es pre verbal, pre racional, no tiene filtro emocional, es todo llanto, es un cuerpo vulnerable, es todo presente y eso contraviene todo sentido común de la educación tradicional  que, en general, hemos recibido los hombres. Entonces no tenemos herramientas culturales para lidiar con la criatura que refuta todo tu aprendizaje. Eso me ponía ante un desafío literario que me emocionaba mucho y que era cómo declararle nuestro amor a alguien que no conoce la existencia de las palabras, cómo se expresa literariamente un amor que no solo te deja sin palabras, sino también que el destinatario no las conoce  y no le importan las palabras. Hay ahí un repensar el límite del lenguaje que es un problema muy literario y muy propio de la poesía. Un día en que le estaba cortando las uñas a nuestro bebé con devoción y temor traté de acordarme de alguna canción, algún poema, alguna película que hablara de eso, aunque estaba seguro de que en ese mismo momento había en el país que habito muchos padres cortándoles las uñas a sus hijos, no sé en qué porcentaje, pero creo que lo suficientemente significativo como para que resulte sospechoso que yo no consiguiera recordar nada acerca de eso. Quizá hubiera algo, pero si así fuera, el hecho de que yo no consiguiera recordarlo también me parecía sospechoso.

-¿En qué sentido?

-En el sentido de que era una omisión. Para los hombres no es literario hablar de un pañal con caca. Esto me lleva a contarte dos anécdotas que para mí fueron muy conmovedoras. La primera tiene que ver con un amigo periodista que ya está a punto de jubilarse y que fue padre hace ya varias décadas. Leyó el libro y me contó que cuando su hija era chica, salía corriendo del trabajo para poder bañarla, que no creía haberse perdido nunca un baño de su hija. Creo que me lo contaba para señalarme que siempre había habido padres, en todas las generaciones, que dedicaban parte de su día a las maravillas y fatigas, placeres y horrores de la crianza. Entonces le pregunté si en el trabajo hablaba con sus compañeros de a qué temperatura poner el agua del baño para el bebé, si bañarlo con la esponja o con la mano, qué tipo de jabón usar, cómo regular la temperatura de la habitación, si conviene más el baño antes o después de la cena… En fin, de esas importantísimas minucias. Me contestó con una frase que me quedó grabada: “Hombre, hacer lo hacía, pero hablar no lo hablábamos. Me pareció el resumen de algo cultural. No se trata de si hacemos o no hacemos, sino de si conseguimos o no crear una conversación colectiva  que incluya la escritura acerca de esto. Si todo es una aventura individual y no hay una comunidad que comparta sus dudas, emociones o temores, nunca habrá un verdadero cambio.

-¿Y cuál es la otra anécdota?

-La que me sucedió con un señor muy bien vestido, muy clásico y muy elegante  que fue a una de las presentaciones del libro. Era un excelente lector y hablamos de literatura un rato. Después se me acercó a susurrarme al oído una especie de secreto íntimo: “He vivido de todo en la vida –me cuenta-, he viajado, he tenido sexo, he visto lo bueno y lo malo, pero leyendo su libro recordé que no supe que tenía piel hasta que tuve a mi bebé en brazos. Me conmovió muchísimo no sólo lo que dijo, sino la perfección, la belleza con que lo dijo. Le pregunté si su hijo lo sabía y me contestó “no, se lo estoy contando a usted”. Nos dimos un abrazo y le pedí que, por favor, se lo contara a su hijo que ya estaba en la universidad. Me prometió que se lo iba a contar y espero que lo haya cumplido. Este hombre que había tenido la sensibilidad para sentir eso, las posibilidades culturales y lingüísticas para expresarlo en esos términos propios de un escritor, sin embargo, no se lo había contado a quien más necesitaba y debía saberlo. La cuestión, entonces, es el imaginario. Nuestros referentes son, para mencionar dos grandes estrellas del cine, Humphrey Bogart y Clint  Eastwood, con el estoicismo de la emoción silenciosa, el prestigio de lo no dicho, la presunta nobleza de no decir, nos enseñan a no decir las cosas que sentimos, a no compartirlas. Además, hay  una suerte de policía estética que es la vigilancia de lo cursi. Por eso ese silencio es  un problema colectivo, no de este señor o del otro.

Volviendo a la literatura…

-Volviendo a la literatura, creo que lo que tienen en común las maternidades bizarras o punks, los discursos contra la maternidad, de la no maternidad, de las autodenominadas malas madres con las posibles otras paternidades en la literatura que tienen que ver con la vulnerabilidad, con el miedo, con el cuerpo del padre, con la escatología, con el juego, con las aprensiones es la desobediencia emocional. El padre que limpia culos y piensa en eso es perfectamente complementario de la madre que dice «¿y por qué tengo que hacer esto?, ¿por qué se supone que esta es mi misión?» Es el mismo fenómeno histórico, sin embargo, uno está siendo muy trabajado literariamente, hay mucha ficción y ensayo sobre el tema- y el otro, la paternidad canónica misma, está llegando tarde. Pero llegará, como no puede ser de otra manera.  «

Una forma particular de bilingüismo

-En Umbilical conviven el tú con el vos. ¿Por qué?

-Mis padres no se fueron con la dictadura, sino con los indultos porque se sintieron muy decepcionados De modo que hice la escuela primaria en Argentina. Hay ahí un trauma que tiene que ver con el desarraigo en una edad difícil como es la pre adolescencia. Además, no fuimos a una gran ciudad como Madrid o Barcelona, sino a Granada, porque mi madre, que hasta ese momento era violinista de la Filarmónica del Colón, encontró allí una plaza en una orquesta. Yo vivo allí y mi hijo nació allí. A esta altura se supone que mi hermano y yo tenemos el exilio gestionado emocionalmente. Pero el hecho de tener un hijo andaluz al que le empezás a enseñar cómo se nombran las cosas, porque el parque también se llama plaza en la otra orilla, el columpio se llama hamaca, el plátano se llama banana, hace que me ponga en crisis otra vez respecto de mi propia extranjería. Para mi hijo voy a ser un extranjero y yo no me sentía así. Cuando aparecen en el libro los ancestros de mi hijo: mi abuela, mi mamá, mi papá, vuelve el voseo como un fantasma. Es la historia de mi vida. Reaprendí mi lengua en plena adolescencia. Hoy tengo dos acentos. En España hablo como un español y aquí, como un argentino. Me sale naturalmente. Es como una forma particular de bilingüismo. Mi hermano, mi padre y yo nos tuteamos, pero cuando venimos a Argentina, nos voseamos sin darnos cuenta. Mi madre, nació de vos y se murió de tú.

Memoria individual y memoria colectiva

-Vos construís para tu hijo una memoria de lo que no va a recordar. No puedo obviar que naciste en el ’77, en plena dictadura militar, que más tarde tus padres se exiliaron en España. ¿Hay, entonces, un doble tema  con la memoria que es la construcción, por un lado, de una memoria individual y, por otro, la preservación de otra colectiva?

-Sí, sin duda. Yo nací nueve meses y pico después del golpe de Estado, por lo que no soy solo histórica y políticamente, sino literal, biológicamente un hijo de la dictadura. Fui concebido más o menos al mismo tiempo que el golpe. Es extraño y conmovedor al mismo tiempo que en un momento de tanta muerte, de extinción y desaparición, hubiera gente, mucha de ella en peligro, procreando, porque no deja de ser un perfecto resumen de la especie. En un mismo individuo conviven la destrucción, la autodestrucción y la supervivencia.

Aunque no son dos hechos comparables porque uno es político y el otro no, tu hijo nació en pandemia, otro momento de muerte.

-Está bien hacer la distinción porque no hay que confundir un fenómeno histórico con uno natural, pero lo que ponen en juego como reacción los dos es la supervivencia, por un lado, y la destrucción, por el otro. Ahí se da algo muy propio de la condición humana: reaccionar con la supervivencia a situaciones radicalmente de muerte.