A 115 años de su nacimiento, Frida Kahlo se ha convertido en un ícono y ha corrido, como era inevitable, la suerte de los íconos: un reconocimiento innegable que, sin embargo, ciertas operaciones de marketing convierten en remera, en bolso, en colgante, en afiche haciendo predominar su figura y eclipsando un tanto su obra.

Por otra parte, su tormentoso amor con Diego Rivera, la ha convertido en una imagen dual, casi inseparable de él, casi al punto de que no se la puede nombrar a ella sin mencionarlo a él, lo que no ocurre con la misma frecuencia cuando sucede a la inversa. Frida, aun con el reconocimiento internacional que tiene, tiene un fantasmal apéndice masculino o es el apéndice de un fantasma.

Al ingrediente amoroso se suma el trágico accidente que padeció y que constituyó un punto de inflexión en su vida. El tormento físico se convierte así en un elemento determinante de su leyenda.

Ambas cosas existieron, el amor tormentoso y el sufrimiento físico. Pero por sobre ambas está su talento pictórico al que pocas veces se hace referencia sin mencionar esos hechos de su vida. Vivir un amor tormentoso y padecer tremendos dolores físicos, sin embargo, no convierten por sí mismos a una mujer en una talentosa pintora.

Dice Stela Calloni en una nota aparecida en Tiempo Argentino: “La gente de su pueblo, la que transcurre cotidianamente lejos de las élites, puede verla ahora, reviviéndola, y es en general a través de magníficas reproducciones. Lo hacen religiosamente con respeto y despertares.”

“Así lo dicen en las nuevas crónicas. En estos tiempos, cuando la fridomanía fue desatada, el mercado intenta destaparla como uno de sus productos más caros, pero ella lo vence, lo dobla, se impone por sí misma, escapa de los ardides mercantiles y entra en la casa de todos, desnuda, deslumbrante en el dolor.”

Junto a otras figuras femeninas destacadas, Calloni  la incluye en su libro Mujeres de fuego: historias de amor, arte y militancia.

Es bien sabido que a los 18 años, cuando tenía 25, un grave accidente de tránsito afectó su columna  infligiendo un grave daño a su cuerpo que ya estaba deteriorado por la poliomielitis. La recuperación fue larga, estuvo mucho tiempo postrada en la cama y debió usar un corsé ortopédico de por vida.

Se casó con Diego Rivera en 1929. Se divorciaron 10 años después, en 1939, luego de vivir una relación tormentosa jalonada por las infidelidades y  los celos. Cristina, la hermana menor de Frida, fue una de las amantes de Rivera, lo que le produjo a Frida un profundo estado de melancolía. Un año más tarde volvieron a casarse. Su relación siempre fue volcánica. No podían vivir juntos, pero tampoco separado.

Debido a su accidente, Frida no pudo tener hijos, una frustración a la que se resignó luego de la pérdida de dos embarazos.

En su visita a México, André Bretón quedó deslumbrado por su pintura y la calificó sin dudarlo de surrealista. Ella diría luego: “Nunca supe que era surrealista hasta que André Breton vino a México y me lo dijo. Yo misma aún no sé qué soy”. Frida viajó a Europa, donde expuso y  conoció a Pablo Picasso. También a Estados Unidos, donde fue siguiendo los pasos de Rivera y donde tuvo una nueva operación de las diversas que le practicaron a lo largo de su vida.  

La mayor parte de su existencia, sin embargo, la vivió en la llamada Casa Azul, heredada de sus padres. Allí vivió primero con ellos y luego con Diego Rivera. También hospedó en ella a diversos visitantes mexicanos y extranjeros que la visitaban atraídos por su pintura. Pasaron por allí André Bretón, Tina Modotti, Edward Weston, León Trotsky, Juan O`Gorman, Carlos Pellicer, José Clemente Orozco, Sergei Eisentein, Rosa y Miguel Covarrubias entre otras personalidades de la cultura.

Porque la cobijó siempre, ella quiso que a su muerte la casa se convirtiera en un museo. Diego Rivera cumplió con su voluntad y hoy la Casa Azul es uno de los museos más importantes de México. En él se exponen los efectos personales de la artista, muchos de las pinturas de la pareja y los vestidos de Frida.

Ubicada en Coyoacán, Ciudad de México, tiene 800 metros cuadrados y está emplazada sobre un terreno de 1200 metros cuadrados.

En ella se preserva la memoria de esta mujer de fuego y de quien fuera su compañero de vida a pesar de la relación tumultuosa que mantuvieron siempre.