Hay ciertos dolores que están rodeados de silencio. El dolor de quienes fueron combatientes en una guerra es uno de ellos. ¿Cómo explicar lo que excede a la palabra? ¿De qué modo nombrar lo que no tiene nombre?

La escritora Ángela Pradelli ha penetrado en más de una ocasión en esos dolorosos silencios que parecen inexpugnables. Esta vez lo hace a través de Dos soldados (Emecé), un libro que recoge el testimonio de dos excombatientes, Pietro Freschi y Héctor Roldán. El primero fue un soldado de un pequeño pueblo italiano, Bruni, que estuvo en las trincheras durante la Segunda Guerra Mundial, fue prisionero de los nazis y, a los 82 años, luego de guardar silencio durante 60 años, dejó grabado en un video lo que nunca les había contado ni a sus seres queridos más cercanos. El segundo fue un excombatiente de Malvinas que calló su dolor durante mucho tiempo. Lejanos en el espacio y en el tiempo, ambos tienen en común el haber transitado el horror de la guerra y el no haberlo compartido o haberlo hecho tardíamente. El silencio parece ser el común denominador de quienes experimentaron una violencia extrema en carne propia.

Estando en Génova en 2012, la escritora escuchó hablar a miembros de su familia italiana del video con el testimonio de Pietro Freschi  y quiso verlo. Pietro había muerto, pero su historia lo había sobrevivido. «Vengo –explica Pradelli–de una familia muy narradora de la época en que se decía «contámelo otra vez» por el valor del relato, no porque no lo recordaran; mientras que ahora se dice «eso ya me lo contaste». El testimonio de Pietro me hizo acordar todo el tiempo a Chejov».

Para escuchar la palabra testimonial de Héctor Roldán no tuvo que desplazarse tan lejos. En 2017 tomó conocimiento a través de una conversación azarosa de que quien había sido un soldado de primera línea del Batallón 5 de Infantería de Marina trabajaba desde 2011 como auxiliar en el turno noche del Centro de Investigaciones Educativas de Adrogué.

«El testigo –dice en el libro– guarda su palabra en el hueco de su memoria, que es su propia respiración, y en su relato es arrasado por los sonidos replegados en las orillas del lenguaje». Dos soldados revela, precisamente, lo que permaneció oculto pero doliente en el desván del recuerdo.

Además de Dos soldados, publicaste otros libros de testimonios. ¿Qué es lo que encontrás en la palabra testimonial?

–Hay situaciones, hechos históricos que, a fuerza de números, se van transformando en una oración. Esto pasa con la violencia contra las mujeres, la recuperación de los hijos de desaparecidos, la Segunda Guerra Mundial, la Guerra de Malvinas… En ese proceso de transformación  se pierden las subjetividades. El hecho se va imponiendo sobre las mujeres, los hombres, los niños y las niñas que son los protagonistas de distintas instancias políticas o sociales. No necesariamente, pero a veces puede suceder que el testimonio entre en tensión con las verdades sociales que circulan. Lo que más me gusta del testimonio es que recupera a los sujetos que fueron parte de los sucesos.

–¿Es decir que el testimonio le da carnadura a lo que se ha transformado casi en una etiqueta?

–Exactamente, el testimonio es la experiencia viva de los hechos.

Leyendo el testimonio del soldado Héctor Roldán, Creo que recién entendí la profundidad del rechazo que sufrieron los excombatientes de Malvinas al volver de la Guerra.

–Lo que pasó fue de una crueldad tremenda. Roldán, como el resto de los soldados, creyó que al volver los iba a recibir la gente, que iban a recibir el cariño de la sociedad por haber defendido el territorio de Malvinas. Pero eso no sucedió. A él y a sus compañeros los llevaron a Escobar y los sacaron por la puerta de atrás. Sólo luego de la Guerra él entendió por qué, cuando los soldados escribían cartas, los militares les decían que no contaran nada de la situación porque esas cartas eran interceptadas por los ingleses. Comprendió al regresar que era para que no se supiera la verdadera situación que estaban viviendo. Al volver, querían visitar instituciones como escuelas, bibliotecas para contar lo sucedido y no los dejaban entrar con el argumento de «andá a saber si es verdad». Lo político fue tremendo ,pero lo social, también. Los excombatientes no conseguían trabajo. Eso fue algo espantoso y duró muchos años.

–Existen puntos en común entre lo que cuenta Pietro y lo que cuenta Roldán, aunque las distancias entre un hecho y otro sean muchas. Los enviaron a la guerra con armas viejas, vestidos de manera inadecuada. ¿Los mandaban para perder?

-No tengo respuesta para esa pregunta. Creo que tiene que ver con la esclavitud. Mandaron a la gente a pelear en una guerra que organizaron en sus escritorios para ganar territorio, para ganar poder y exigieron que con menos de lo mínimo trajeran lo máximo. Estaban sin comer, sin abrigo, con calzado inadecuado para la nieve que come los zapatos. En Malvinas, si reclamaban comida los podían estaquear. En esas circunstancias tan terribles también hubo momentos luminosos que tienen que ver con la condición humana. Por ejemplo, la amistad que se generó entre los soldados en el transcurso de la Guerra. En Malvinas hubo soldados que fueron capaces de salir por la noche para darle un trozo de pan a un compañero que estaba estaqueado. Lo hacían corriendo el riesgo de ser estaqueados también ellos.

Solo tenían 18 o 19 años.

–Sí, Roldán cuenta cómo jugaron con un carrito que encontraron en medio de esa situación terrible. En ese momento fueron chicos que recuperaban la alegría de la infancia en un escenario en que la muerte los acosaba. Esas son las cosas que se recuperan en el testimonio.

¿Y de qué modo se escribe un testimonio?

–Para escribirlo hay que construir una voz. Si se hiciera una transcripción literal, muchos de quienes dan testimonio no se reconocerían en ella. El testimonio es una voz construida por quien escribe. Luego, quien testimonia tiene que reconocerse en esa escritura.

–¿Cuál fue la intervención que tuviste sobre la palabra testimonial en este sentido?

–No intervine en los contenidos, sino que mi intervención consistió, sobre todo, en sobrepasar esas marcas orales que tenemos todos. Me refiero a los latiguillos, las muletillas, las repeticiones, las malas palabras que pueden funcionar muy bien en otros textos porque hacen pie en la personalidad de quien habla, determinadas características de lenguaje social. No quise apoyarme en eso. Creo que cuando se sobrevuela eso, en algún momento uno entra en una zona misteriosa, para mí, en la que aparece el hilo de la voz del sujeto. Lo que yo hice fue tirar de ese hilo y escribir esa voz.

–Para quienes estuvieron en el campo de batalla la guerra parece no convertirse jamás en pasado, es presente siempre. ¿Notaste eso en los testimonios?

–Sí, creo que es así. La experiencia bélica es un trauma que te marca para siempre. Roldán dice, por ejemplo, «yo siempre, en algún momento del día, estoy en Malvinas. Estoy en mi casa, pero estoy en Malvinas». Es muy conmovedor el hecho de que quiera volver a Malvinas, él necesita volver. Dice que es porque dejó bajo una piedra las cartas que le escribió quien entonces era una nena que alentaba a los soldados y otras cosas que estaban en su mochila. Él quiere recuperar esas cosas y finalmente dice «yo necesito ir a buscarme a Malvinas. Lo que quedó allí de mí necesito traerlo». Para mí ese final fue absolutamente conmovedor. Quien da testimonio coloca en la palma de tu mano lo más importante que tiene que es su dolor . Y lo coloca con la seguridad de que lo vas a cuidar, que vas a hacer algo bueno con él en la escritura. En el relato de Roldán yo sentí eso todo el tiempo. Creo que eso es lo más importante. Por supuesto que los acontecimientos también lo son, pero cuando me preguntan si es un libro sobre la guerra, yo contesto que es un libro sobre el dolor  de dos soldados que estuvieron en la guerra.

Suele creerse que hablar de lo sucedido es una forma de exorcizarlo. Seguramente alivia, pero no sé en qué medida repara el daño. Primo Levi dedicó su vida a dar testimonio sobre lo que vivió en los campos de concentración del nazismo, pero existe la duda de si su caída por el hueco de la escalera fue un accidente o un suicidio.

–En los últimos tiempos crece la teoría de que no se suicidó, que fue un accidente. Quienes lo conocieron mucho dicen que no podría haberse suicidado. Ese es un territorio en el que no entro porque la verdad es que no sé qué fue lo que sucedió. Lo que sí digo es que ese sueño que Levi tuvo primero en el campo de concentración y que se transformó luego en un sueño recurrente –soñaba que quería hablar sobre lo que había pasado y nadie lo escuchaba–, se cumplió. Cuando fue liberado, quiso contar su historia y mucha gente se daba vuelta y lo dejaba hablando solo. Tenía la necesidad de hablar pero hay gente que no puede tolerar el dolor, el trauma de los demás. Cuando el dolor es social, todo se agudiza. Me refiero a la negación, a la falta de aceptación. El trauma bélico es para siempre. Se puede trabajar para intentar superarlo y, de hecho Héctor lo hizo. No podía entender, por ejemplo, que sus hijas no quisieran ver una película de Malvinas que se daba por televisión. Empezó a mejorar el día que su terapeuta le dijo que tenía que entender que esa experiencia de guerra era suya, no de los demás. Me interesa tu pregunta sobre si alguien puede mejorar cuando cuenta lo que sucedió. Hay una distancia entre lo que una persona quiere decir y lo que dice y hay otra distancia entre quien habla y quien escucha. También hay una distancia entre lo que una persona dice y lo que se escribe. Luego de haber tomado varios testimonios, no sólo el de los soldados, creo que si bien el trauma es para siempre, algo se modifica en la persona que da su testimonio. No creo que se produzca un alivio, no lo pondría en esos términos. Pero esa persona que se sentó frente a mí y comenzó a contarme su dolor, no es la misma que luego lee el texto que le muestro y sobre el que conversamos antes de su publicación.

El testimonio tiene un valor fundamental en nuestra historia, si pensamos en los de los sobrevivientes de los centros clandestinos de la dictadura.

–Sí, y como dice Rodolfo Walsh, el testimonio y la denuncia son categorías artísticas que merecen el mismo esfuerzo que requiere la ficción. Eso es bueno tenerlo en cuenta porque, a veces, no se lo valora, no se lo pone en el mismo nivel que a la literatura. Por eso hace tiempo que prefiero hablar de escritura y no de literatura. Walsh encendió una luz, encendió un faro y creo que hay que seguir esa línea.   «

Voces testimoniales

Palabras de Pietro Freschi

 «Creo que cada uno se ayudaba como podía. Mientras caminábamos, muchos pensábamos en nuestras familias, los hogares a los que estábamos volviendo. Pensábamos en nuestros padres, en los amigos, en alguna muchacha que nos estaba esperando.

Mientras nuestros pies trajinaban en medio de la nieve, nuestro pensamiento iba lejos, pensábamos en cosas agradables y bonitas. Era una manera de mantener nuestro cerebro vivo, porque si no, si el cerebro se empañaba, eras hombre muerto, todo se terminaba ahí mismo.

Una vez, uno se salió de la fila, lo oímos susurrar por unos segundos. ‘Saludá a mi mamá, mamma mamm’ murmuró, y cayó boca abajo en la nieve.

Los episodios eran muchos. Recuerdo también a un soldado que cayó sobre su rodilla izquierda y ahí se quedó, congelado, como si estuviera rezando, parecía la escultura de un hombre hablando con Dios».

Palabras de Héctor Roldán

«A mí me gustaría volver a Malvinas  para ir a ver mi posición. Sería como cerrar algo. Yo me miro al espejo y veo que tengo anteojos, veo que los años pasaron, veo los cambios, pero dentro de mi cabeza, en mis pensamientos, el tiempo no pasó. Es como si estuviera todavía allá. No es mi cuerpo, es mi cabeza, como si mi cabeza todavía estuviera en las islas. Cada día, mientras estoy haciendo algo, cualquier cosa, por unos minutos estoy allá. Si, supongamos, estoy barriendo,  durante unos minutos, no sé cómo, estoy barriendo allá.

Es así, yo sigo en Malvinas, hoy mismo, después de tantos años yo sigo allá.

Me gustaría ir para ver si encuentro algo mío, algo de lo que dejé en el refugio.

Además, necesito ir para traerme a mí mismo, a ese soldado que quedó allá en las islas. Que todavía hoy está en Malvinas».