Poco antes de esta fecha en que se cumplen 41 años de la Guerra de Malvinas, Ricardo Dubatti publicó, a través de Eudeba, Nadar en diagonal. Representaciones de la Guerra de Malvinas y sus consecuencias socioculturales en el teatro argentino (1982-2007). Este libro, voluminoso y exhaustivo, es el resultado de los cinco años de trabajo que le insumió su investigación de doctorado para la Universidad de Buenos Aires. Esa investigación generó, además, tres antologías: Malvinas. La guerra en el teatro, el teatro de la guerra (Ediciones del Centro Cultural de la Cooperación, 2017), Malvinas II. La guerra en el teatro, el teatro de la guerra (Ediciones del Centro Cultural de la Cooperación, 2019) y La guerra de Malvinas en el teatro argentino (coedición entre el Instituto Nacional del Teatro (INT) y Ediciones del Centro Cultural de la Cooperación, 2020). Esta antología se puede descargar de manera gratuita desde la página del INT. Hoy está elaborando una cuarta antología.

Si bien en los últimos tiempos han aparecido artículos que tratan las representaciones teatrales de la Guerra de Malvinas, generalmente lo hacen a partir de un material acotado que se centra en algunas obras específicas como Campo minado. Hasta el momento, Nadar en el diagonal es el primer texto que abarca el tema de manera sistemática con la intención de mostrar un panorama lo más amplio posible. Su objetivo «es hacer un aporte a la discusión sobre este conflicto bélico en la posdictadura y echar luz sobre los primeros 25 años de posguerra».

La reflexión gira en torno de obras que proceden de diferentes puntos de la Argentina en un intento de definir de qué modo “el teatro ha construido una memoria singular sobre los hechos de la guerra” representando, soslayando e incluso omitiendo determinadas imágenes.

El auotr de Nadar en diagonal.
Foto: Diego Diaz

¿Por qué elegiste el título Nadar en diagonal?

-Responde a una referencia que me gustaba mucho, la novela juvenil Nadar de pie, de Sandra Comino, imagen que remite al viento de las islas, que te hace “nadar de pie” porque te empuja muy fuerte. Esta imagen evocó otra que yo tenía de chico, una suerte de advertencia: si el mar te lleva hacia adentro, hay que nadar en diagonal hacia la orilla para cortar la corriente. Creo que el teatro nos lleva mar adentro y nos invita a nadar en diagonal, nos sumerge en el convivio, en el universo poético de Malvinas. Nos permite llegar, finalmente, a la orilla cortando la corriente de pensar este tema como algo serio, solemne y delicado, porque el teatro hace posible pensarlo desde otros lugares llevándonos a la orilla por otros caminos.

-¿Pero Malvinas no es un tema “serio y delicado”?

-Sí y no a la vez. Por supuesto que es un tema relevante y complejo, que tiene aristas muy ricas y no siempre fáciles de discernir, porque a veces se mezclan y se confunden. Lo que intento es superar la perspectiva de que como Malvinas es un tema “delicado” y “serio”, solo puede ser tomado de forma solemne. Pienso el término “solemne” como Peter Brook, que lo aplica a un teatro demasiado consciente de que habla de cosas serias y que por eso boicotea cualquier aporte que pueda hacer sobre una temática. El teatro no tiene que responder a las exigencias de la Historia, a una escritura historiográfica o fáctica. Puede explorar Malvinas desde muchísimos otros lugares muy enriquecedores, con matices que no están dentro de las posibilidades de un texto historiográfico porque tiene otras responsabilidades.

¿Es decir que el teatro es una forma de conocimiento, pero diferente del conocimiento histórico?

-Exacto. Una de las ideas con las que trabajo es que el teatro no sólo produce goce estético, sino también formas de apropiarse de bienes simbólicos -concepto que tomo de Roger Chartier- y pensamiento.

-¿Qué tipo de pensamiento?

-Un tipo de pensamiento específico que es un poco lo que dice Mauricio Kartun cuando habla de que el “teatro teatra”. En este caso, el teatro ofrece una mirada particular de Malvinas que está pensada desde los cuerpos, desde el convivio, desde una territorialidad específica. La idea de mi tesis es, justamente, ver de qué modo el teatro se apropió y continúa apropiándose del universo de Malvinas.

Hablas de la “construcción” de una memoria. ¿Es decir que la memoria no es un registro facsimilar, sino que en ella interviene un acto creativo?

-Sí. Lo que decís me recuerda a lo que decía Susan Sontag, que confiamos en la claridad de la fotografía porque asumimos que incluye epígrafes. Pero si los epígrafes se perdieran, empezaríamos a dudar de la certeza de lo que dicen esas imágenes. Creo que en el libro hay una resonancia de esta idea porque el objetivo fue pensar estas obras como un conjunto y como hitos que permiten seguir un recorrido histórico de cómo se pensó Malvinas. Me interesaba superar un cliché historiográfico sobre la guerra.

-¿Cuál?

-Pensar que todo es resultado, que las cosas simplemente aparecen y desaparecen, que la Guerra ocurre de golpe y porque sí y de inmediato es olvidada. Pero si la guerra es posible, lo es porque está precedida de imaginarios que se fueron sedimentando a lo largo del tiempo. Por ejemplo, casi diez años antes de la Guerra, Crónica publica una convocatoria dirigida a voluntarios que quisieran ir a tomar las islas. La idea de recuperarlas ya la menciona Juan Carlos Moreno, uno de los referentes de Malvinas más importantes de los años comprendidos entre la década del ’30 y la del ’70. Busqué desafiar algunos lugares comunes que son muy persistentes y hacerlo desde el teatro. Cuando hay obras que tocan esas imágenes, el teatro puede confrontarlas  y repensarlas.

La portada del libro de Dubatti.

Decís que hay dos formas básicas de pensar la guerra. Una es considerarla un hito en una cadena de sucesos históricos. La otra, pensarla como un acto de la dictadura para mantenerse en el poder. ¿Vos desligás de la guerra el deseo de la dictadura de mantenerse en el poder?

-No, de ninguna manera. Lo que sí creo es que hay un lugar común que es pensar la Guerra como un hecho que obedece por completo a la dictadura o por completo a una voluntad anticolonialista. En general, los historiadores se paran de un lado o del otro. En mi investigación trato de buscar un camino entre estos dos, que es pensar que la guerra obedece a ambos procesos históricos, es decir, pensarla tanto como un acontecimiento anticolonialista que se inserta dentro de la cuestión Malvinas y, al mismo tiempo, como parte del accionar de la dictadura que es la que planifica, ejecuta y lleva adelante todo el operativo. Creo que es ambas cosas a la vez y que por eso es un acontecimiento tan difícil de posicionar en forma clara, porque está atravesado por esas contradicciones. Hay historiadores que sitúan la historia del reclamo ya en el descubrimiento de América y sus consecuencias políticas inmediatas, sobre las cuales se construye nuestro reclamo  como herencia del Imperio Español. El territorio de las islas es usurpado en 1833. Esos acontecimientos que tienen un gran valor simbólico van mucho más allá de la dictadura. Toman las acciones de Luis Vernet e incluyen al peronismo, que hace de la idea de la soberanía una política educativa. Durante el primer gobierno de Perón, por ejemplo, se le comienza a prestar mucha atención a la Antártida. Pienso también en políticos como Alfredo Palacios o en autores como Paul Groussac, quien escribe lo que hoy se considera la base de la historia de Malvinas en relación con Argentina y lo hace en francés.

-Tu análisis comprende los años que van de 1982 a 2007. ¿Cuál es la razón?

-Cuando comencé a investigar pensaba abarcar 1982-2017 porque tenía relevadas unas 30 obras para explorar. Pero a medida que comienzo a trabajar voy haciendo un listado de obras de diferentes lugares de la Argentina y empiezan a aparecer muchas más. Hoy, tengo un corpus que llega a 2022 de más de 140 textos dramáticos que se comenzó a incrementar, sobre todo, a partir de 2012. Entonces, como tenía material más que suficiente para la tesis, corté en 2007. Además, apareció una cuestión teórica interesante y es que el recorte 1982-2007 cubre dos de tres momentos históricos. Hay un primer momento memorialista entre 1982 y 1992 en que las obras quieren recordar de una forma abierta confrontando la idea de desmalvinización y planteando una perspectiva unívoca de la memoria. En un segundo momento que abarca desde 1993 a 2007 las obras empiezan a priorizar el universo poético, hablan de Malvinas pero le dan más importancia a la obra en sí; son obras realistas que, de golpe, se permiten concluir en una nota de realismo mágico o incluso ignorar hechos históricos para privilegiar el universo que están creando. El tercer momento es el que estoy trabajando ahora en mi investigación de  posdoctorado y está comprendido entre 2008 y 2022. Es un período que se caracteriza por obras que siguen un camino intermedio, que le dan importancia al elemento poético, pero que priorizan una memoria plurívoca, múltiple, abierta que hace que el espectador tenga que tomar sus propias decisiones en base a lo que sabe, recuerda, presiente…

-¿Cuáles son los imaginarios sobre Malvinas que surgen de las obras analizadas?

-A pesar de que hay obras muy diferentes tanto desde el enfoque histórico como poético, hay muchas imágenes que comparten y que tienen que ver con ciertas ideas que siguen vigentes en la memoria colectiva de Malvinas. Son imágenes que, aunque yo trato de diseccionarlas, forman redes, modos de asociar.

-¿Podrías dar ejemplos?

-Es muy fuerte el clima hostil, el viento, el frío; el soldado como indigente, sobre todo el conscripto que carece de recursos para combatir y que suele aparecer con la ropa rota, una imagen que se vincula, a veces, con la del loco de la guerra, generando un salto entre las islas en la guerra y el continente en la posguerra; la idea de la madre como figura protectora que muchas veces no quiere que el joven vaya a la guerra y que suele contrastar con un padre que representa el statu quo. Muchas obras suman la imagen del joven que se quiere dedicar al arte, a veces a la literatura, pero sobre todo a la música, y eso marca un conflicto generacional con el padre, al mismo tiempo que sugiere el consumo de productos culturales propios de la juventud y una expectativa de vida que contrasta con la de sus padres y con la idea tradicional de formarse en la colimba. Una imagen muy inquietante es la trinchera-pozo de zorro como tumba abierta y soldados que logran salir del campo de batalla para contar lo que vivieron, idea de lo testimonial muy cercana a Primo Levi. La imagen del sobreviviente también se asocia a la idea de renacer. Otra imagen recurrente es la de los soldados como amigos, una relación horizontal entre conscriptos que se conocen en el campo de batalla, se hacen amigos y se protegen mutuamente. Los superiores, en cambio, suelen aparecer como enemigos para ordenar, maltratar, torturar, si bien las experiencias varían mucho al respecto.

-Tu libro tiene una mirada geográfica abarcativa

-Sí, es importante pensar cartográficamente la guerra. No es lo mismo mirarla desde una trinchera en Puerto Darwin, donde se produce uno de los combates más cruentos, que mirarla desde Puerto Argentino como un administrativo, desde Río Grande ya en el continente con la posibilidad de ver cuántos aviones salen y cuántos vuelven, mirarla desde Corrientes, que aportó tantos conscriptos, o hacerlo desde Buenos Aires.

Los imaginarios de la Guerra de Malvinas

-¿Podrías nombrar algunas obras que reflejen los imaginarios sobre Malvinas?

El señor Brecht en el Salón Dorado de Abelardo Castillo de 1982; Del sol naciente de Griselda Gambaro, del 84 que remite a un Japón feudal sobre el que construye una lectura feminista; Gurka de Vicente Zito Lema que se estrena en el 88 y que es icónica porque es una de las primeras en mirar sistemáticamente la locura en relación a la Guerra; Malvinas. Canto al sentimiento de un pueblo de Osvaldo Buzzo y Néstor Zapata con música de Litto Nebbia, que es del 92, se sigue haciendo y es la historia de una madre que recuerda a su hijo diez años después de que muere en Malvinas; Bar Ada de Jorge Leyes es otro clásico, lo mismo que Museo Miguel Ángel Boezzio de Federico León. Si saltamos un poco hacia adelante, en 2007 se estrena Los que no fuimos del grupo La cochera de Paco Giménez, una creación colectiva. Estas son sólo algunas que entran dentro del recorte del libro. Luego hay una obra hermosísima como Los hombres vuelven al monte de Fabián Díaz, donde un hijo decide ir al monte a buscar a su padre, que volvió de la Guerra pero repentinamente huyó con otros excombatientes convertidos en bandidos. Y, por supuesto, Campo minado de Lola Arias. Más cercanas en el tiempo están (No) estamos ganando de Éstel Gómez y Mujeres al frente de Gabriela Aguad, la primera obra que toma sistemáticamente los testimonios de veteranas.