Este unipersonal protagonizado por Carolina Guevara y dirigido por Leandro Rosati sostiene la atención constante del espectador por más de una hora. Sorprende la precisión de relojería con que la actriz sostiene de manera simultánea un discurso verbal y otro gestual perfectamente amalgamados y la forma en que la obra logra que el público sienta que, de una manera u otra, el personaje no solo habla de su propia vida, sino también un poco de la vida de todos. Resulta imposible no sentir empatía con determinadas situaciones y resistirse a la risa, que en este caso no es mero divertimento, sino un reconocimiento profundo de los múltiples absurdos en que somos educados y con los que crecemos hasta incorporarlos como algo “natural”. Una obra que cuestiona a través del humor preconceptos pacientemente instituidos.

La actriz dialogó con Tiempo Argentino.

Esta es la segunda temporada de Cuerpo de baile (Una comedia del deseo). ¿Cómo nació este unipersonal?

-Con Leandro Rosati habíamos trabajado juntos en Los golpes de Clara pensando una obra con perspectiva de género desde la comedia, desde el humor. Hicimos  un recorrido de cuatro años con esta obra. Yo venía leyendo acerca del disciplinamiento de los cuerpos. Es una temática en la que no se empieza a pensar por casualidad, del mismo modo que no se piensa en la violencia por casualidad como en mi unipersonal anterior, Los golpes de Clara. Son problemáticas cada vez más palpables. Muchas de ellas y de las discusiones que genera surgen al calor de los feminismos y de lo que está pasando en la calle, de todo lo que nos estamos preguntando, de todo lo que pasa con los cuerpos de las mujeres. Me interesaba llevar a escena la problemática del disciplinamiento corporal y seguir trabajándola desde la comicidad, desde el humor. Además, paralelamente, también me interesaba seguir haciendo pie en la narración oral, algo en lo que venía trabajando hace tiempo. Desde allí comenzamos a pensar esta obra.

-¿Hubo una escritura del texto previa a largarse al escenario?

-Yo escribí algunas cosas, pero en realidad no muchas, porque el texto se armó más en escena. Hubo más de lo oral al papel que al revés.  Me surgió la imagen de una mujer bailando. El baile era una metáfora de la libertad. Estar sobre el escenario es lo que nos permitió entender, desde lo dramatúrgico, que lo que estábamos narrando, además del disciplinamiento de los cuerpos,  era una historia de vida, un devenir, y el deseo, porque al personaje, Corral, la mueve siempre el deseo, como nos sucede a todos. Hay algo que deseamos que es lo que nos motoriza. Justamente ese es el deseo que nos reprimen y el que pretenden coartarnos y  ese es el conflicto que tenemos que sortear para poder conseguir lo que deseamos. Estas son cosas que fuimos encontrando en el trabajo mismo.

-De ese modo encontraron cómo contar teatralmente una historia de vida.

-Sí, porque no hay un solo conflicto, como suele suceder muchas veces en el teatro, sino que lo que se va contando son los diferentes conflictos y avatares que esta mujer va atravesando a lo largo de su vida por tener un cuerpo que no logra acostumbrarse a lo que las instituciones le presentan como “normal”.

Foto: Prensa

-No logra adaptarse al “modelo” que le imponen.

-Claro, se siente encorsetada, siente que por ser distinta, le coartan la libertad del deseo. El juego escénico de la comedia es que a ella, desde pequeña, le gustaba  bailar en lugares en donde no está bien visto bailar: un acto de la escuela, la iglesia… Yo miro mucho a los niños y a las niñas a partir de que tengo sobrinos y sobrinas y pronto me empecé a recordar a mí misma cuando era chica. Los chicos necesitan moverse y lo que se les dice permanentemente es quédate quieto, sentáte bien. Claramente, las instituciones están hechas para normalizar los cuerpos porque desde ese modo nos disciplinan y somos mucho más maleables.

Supongo que las cosas deben haber cambiado, pero recuerdo que cuando era chica, en la escuela era  un apellido. Esto tenía algo militar. Y el disciplinamiento de los cuerpos lo atravesamos todos.

-Totalmente. El disciplinamiento de los cuerpos lo atravesamos todos. Y ni hablar de lo que es el trabajo en una fábrica, por ejemplo, en las líneas de montaje. Luego podemos pensar que para las mujeres hay otros disciplinamientos, otros modelos de cómo deben ser los cuerpos, cuál es el ideal de belleza, de cómo tenemos que movernos porque somos mujeres y entonces no podemos tener las piernas abiertas o estar desparramadas. No fue sin querer que el personaje tiene solo un apellido. Ella es Corral, en la obra no sabemos cuál es su nombre. Porque uno es un apellido en la escuela, es un apellido cuando te nombra el médico en una sala de espera…

-Es una forma de vaciar la identidad.

-Claro y eso lleva a pensar lo que es poder cambiar el nombre en el documento para alguien trans. Todas estas cosas nos daban vueltas en la cabeza cuando comenzamos a trabajar. Aunque en el baile ocupa dos o tres momentos, es la condensación de un espacio de placer. Una de las cosas que más placer me produce a mí es bailar, pero no bailar con una técnica determinada, sino, simplemente, bailar. El baile es algo ritual, muy humano, si pensamos en las rondas alrededor del fuego, en nosotras bailando como mujeres. Cuando atravesé la marcha del 8M vi rondas de mujeres bailoteando. Por eso me parecía que esto del baile era un lindo juego escénico.

-Hablar como vos lo haces, hablar del lesbianismo, del deseo por alguien de tu mismo sexo desde una risa que no es ofensiva, sino todo lo contrario, me parece un gran desafío. ¿Fue algo que surgió naturalmente o supuso un gran trabajo?

– Fue un gran trabajo, hubo una elaboración muy grande detrás. Fue una obra que me costó muchísimo, mucho más que mi unipersonal anterior que también fue difícil porque era la primera vez que escribía, la primera vez que hacía un unipersonal, que me metía con una temática que suponía una gran responsabilidad por la coyuntura que estamos viviendo, por las mujeres que ponen el cuerpo y la pelean todos los días. Trabajar el humor, la comicidad, con temas que en el fondo son muy trágicos es muy difícil y tiene mucho riesgo, porque hay que estar muy atenta a no caer ni en la burla ni en lo burdo y tomar la comedia como una herramienta de interpelación, de crítica y de reflexión. La comedia te da la posibilidad de identificarte con lo que está pasando porque el humor es muy identitario. Nos reímos de lo que conocemos, de lo que, de alguna manera, nos involucra. Pienso, por ejemplo, que incluso en el caso de que supiera ruso, es muy probable que no pudiera reírme de un chiste porque no lo entendería, dado que el humor es muy cultural, muy identitario, a veces es muy generacional, de grupos sociales. La comedia es dramática, no es esa cosa burda que a veces se hace con el humor. La comedia, a veces, se banaliza.

-Pienso también que en un momento de tanta corrección política, es jugado decir, como lo hacés en la obra, algo así como “yo quería bailar con Fulana que estaba más buena que comer pollo con la mano” y reírse desde la empatía y no desde la burla.

-Todo es hoy muy efervescente. Estamos en el foco de la tormenta porque todo lo estamos discutiendo, deconstruyendo y construyendo. A mí me da mucho temor caer en lo políticamente correcto. Creo que lo que tiene que hacer la comedia, lo que tiene que hacer el teatro, es incomodar, porque para estar cómodos, lamentablemente, tenemos otros lugares. La comedia viene a incomodar, a mostrarte otro costado de la situación. Si el arte no incomoda, si solo le habla a los convencidos y convencidas, si solo nos hace hablar entre nosotros y no nos da un espacio para pensar que venimos de esta cultura y que esta cultura es la que tenemos que interpelar, no es fácil construir. En el momento en que construyo esta obra, me estoy interpelando a mí misma y a medida que lo estoy haciendo voy reflexionando sobre cosas que he vivido.

-¿Qué tiene de tu propia vida Cuerpo de baile?

-Trae mucho del paisaje donde me crié, una ciudad chica donde los prejuicios y la discriminación son otros, son a veces más extremos. Llegar a Buenos Aires desde  un lugar chico no es lo mismo que haber nacido acá. Por eso la obra plantea tres grandes etapas en la vida de esta mujer que se llama Corral, la infancia y la adolescencia en un pueblo chico y luego la juventud en Buenos Aires, donde se encuentra con otro disciplinamiento que son el de las instituciones de danza a las que quiere ir y nunca llega y el trabajo que, sin duda, disciplina el cuerpo. Volviendo a lo de la corrección política, yo trato de apartarme de ella. No está mal pensar o decir “mira que linda mujer”  o “está más buena que comer pollo con la mano”. Eso no quiere decir que pueda ir y tocarla. Creo que el límite está en la acción, no en el deseo. Si le ponemos un límite al deseo, aunque sea desde otra posición, estamos en lo mismo. Creo que el deseo bien entendido tiene que ver con lo consensuado, con no hacer algo que otra persona no quiera, pero no con la fantasía.

-En la obra hay un discurso corporal muy preciso. Son pequeños gestos, torsiones, expresiones lo que van construyendo el relato, no sólo lo oral. ¿Cómo trabajaste eso?

-Está buena la observación. Primero hubo una mano enorme del director en esto. Con Leandro  todo lo hicimos de a dos. Pero siempre le digo que él me “esculpe” en el buen sentido del término, porque no es que yo sea una materia inanimada que no tenga decisión, sino porque Leandro es muy detallista y en el montaje de la obra vamos haciendo las cosas frase a frase. Él viene trabajando en comedia hace muchos años y es un maestro en eso. Yo ensayo al mismo tiempo que aprendo con él el género. En la comedia hay un texto que no es el escrito, sino el que está en el cuerpo. Si en ella no se diera un texto paralelo entre lo que se narra y lo que dice el cuerpo, no llegaríamos a sostener la obra. Lo que hay que lograr es que esos dos discursos se amalgamen y como espectadora vos puedas ir “viendo” a través de mi cuerpo lo que yo narro con palabras. Esto también es muy de la narración oral, la posibilidad de desplegar mundos, de que te pueda ir llevando desde el pueblo donde nací a la escuela y luego a las escuelas de danza y al trabajo luego de la llegada a Buenos Aires. Si no logro una narración cargada de imágenes, si no cargo la narración en el cuerpo, es muy difícil que vos como espectadora puedas ir entrando en lo que te cuento. Por otro lado, la comicidad es una partitura muy precisa. Si un gesto entra un segundo antes o después de lo indicado, la escena se cae. Eso me llevó mucho trabajo y mucha insistencia. Además, me reconozco como alguien bastante obsesiva.

Foto: Prensa

-La obra deconstruye lo que es el estereotipo de la lesbiana que en un imaginario retrógrado no es una mujer a la que le gustan otras mujeres, sino alguien necesariamente masculinizada, fea, descuidada, poco “femenina” de acuerdo a lo que se entiende por femenino en un sector de la sociedad. Cuando hablo de la deconstrucción de un estereotipo, no quiero decir que no sean válidas todas las imágenes, sino que la obra corre al estereotipo del centro.

-Sí, está bien lo que decís, porque esa imagen estereotipada la aleja de la posibilidad de la seducción. Es algo que me interesaba llevar a la obra, porque el disciplinamiento del  cuerpo de esta mujer desde que es niña, recrudece cuando ella tiene como objeto sexual algo que se vuelve a salir de la norma, entonces ese cuerpo está doblemente reprimido. El cuerpo de la nena que no dejaba de moverse, que se ponía a bailar en la iglesia, se desbarata nuevamente cuando crece. No elige lo establecido. Entonces las espadas del control caen doblemente sobre ella.

Cuerpo de baile se puede ver en La Carpintería Teatro, Jean Jaaurés 858, CABA, todos los sábados de marzo, a las 20. Entradas por www.alternativateatral.com

Idea y actuación: Carolina Guevara

Dirección: Leandro Rosati

Asesoramiento coreográfico: Marcela Trajtenberg

Música original: Mariano Travella

Diseño de luces: Matías Noval

Asistencia técnica: Alfredo Aguirre

Fotografía: Carlo Pierri

Diseño gráfico: Lorena Divano