Reformulando el título de uno de los poemarios de Miguel Hernández, El rayo que no cesa, podría decirse que cada uno de los textos  de María Negroni admitiría llamarse La infancia que no cesa. Quizá esta afirmación podría ser válida para cualquier escritura, incluso para aquella en la que la infancia no se tematiza. Pero en Negroni la presencia de la niñez es más explícita, más reconocida como un árbol del pasado que da sus frutos en el presente. “La poesía –afirmó en una oportunidad- es la continuidad de la infancia por otros medios.” Y aquí debe entenderse el término poesía en un sentido amplio, porque la autora hace poesía aun cuando escribe en prosa.

El corazón del daño, su último libro, es una prueba fehaciente de la relación que existe entre la niñez y la escritura y, particularmente, entre la niñez y su propia escritura.

El libro podría definirse como  una autobiografía no solo personal, sino también, o sobre todo, literaria, signada por la presencia de una madre omnipresente que prodiga un amor lleno de puñales, una madre a la vez objetiva y subjetiva, real y creada,  que está en el germen del dolor y también en el germen de la escritura.  En una imagen que reúne ambas cosas –el dolor y la creación- Negroni repite: “suele decirse que se escribe con una mano arrancada a la infancia.”

El corazón del daño es, entre otras cosas una declaración de principios respecto de lo que es la literatura, un manual sui generis de teoría. Su visión, su tono doloroso, por supuesto, es personal. En el ella, la infancia es el germen de todo, una afirmación, por supuesto, a la que Freud fundamentó de tal manera que parece casi indiscutible y, por lo tanto, demasiado obvia. Negroni, sin embargo, la enuncia de tal manera que parece que se dijera por primera vez:

“Empiezo a reunir cosas, o bien sombras verbales de cosas, para enterrarlas más tarde en un libro que tendrá, como todos los libros, la forma de una caja.”

“Un féretro para un diálogo de muertos”

“El resto del día, seria y apartada, hago deberes, leo historietas de Archie o La pequeña Lulú, miro episodios de Lassie.”

Y agrega poco después a modo de conclusión:

“Baudelaire definió la pobreza como un sueño de piedra.”

“Quiso decir tal vez que, en la experiencia estética, interviene algo del orden del crimen y de la taxidermia, que todo artista es un dealer de la muerte, que canibaliza la vida y la transforma en un fantasma material.”

“Balzac complejizó la idea.”

“Hace falta un talento enorme, dijo, para pintar un vacío.”

Negroni escribe, con su talento enorme, desde ese vacío y lo hace con el preciosismo de la miniatura y con una hondura, en cambio, desmesurada.

La madre es en el Corazón del daño, una figura de dos caras. Por un lado, es la autoridad insatisfecha a la que ningún logro de la hija le alcanza, la que pone de testigos a sus hijas de sus conflictos conyugales, la que les exige con rigor excesivo  la excelencia  intelectual. Por otro, es la que introduce en la autora, involuntariamente,  la pasión por la palabra, creando expresiones que serán una marca. No por casualidad, Negroni ha elegido ese apellido para firmar sus libros, que es el apellido de su madre y ha desechado el de su padre que está situado en El corazón del daño como el proveedor de juegos,  aquel que comparte con sus hijas la instancia de lo lúdico. Es que, junto con el dolor que provocaba su insatisfacción eterna, la madre le ha instilado también la pasión por el lenguaje. Y aquella exigencia intelectual que era una aspiración no solo de saber, sino también de reconocimiento, terminó por convertirse en un bien positivo.

A través de la figura de la madre Negroni arma su cosmogonía literaria  hecha de escenas fragmentarias, de citas propias y ajenas; del recuerdo de algunos hechos; de cartas escritas en tiempos en que las distancias eran más largas y el mundo, más grande; de identificaciones (“Yo amaba igual que vos, Madre, aborreciendo”).

La madre es interpelada en el texto con la palabra que reconoce la función  materna, el hecho de ser, precisamente Madre, siempre con mayúscula, para desterrar la palabra más íntima y cercana  que disminuiría la centralidad en la cosmogonía personal, mamá. Madre es la que da nacimiento en general. Mamá es quien le da nacimiento a alguien en particular que la reconoce por ese apelativo. Madre es también, cuando se la utiliza para la interpelación, una palabra antigua perteneciente a la época en que se la invocaba de ese modo y se la trataba de usted. Tiene, además, un sentido un tanto religioso, de rezo, como cuando se interpela a Dios con la palabra Padre. ¿No es la Madre, acaso, la creadora no solo del mundo, sino también del destino literario de la autora?

Si de la Madre nace el dolor y con él, la literatura, también nace de él la reflexión acerca de ese extraño artefacto que es lo literario. Y en este punto, Negroni alcanza, como siempre, notas brillantes haciendo teoría literaria sin salirse jamás de la poesía. Basta citar un breve párrafo para comprobarlo:

“Escribir es horrible, dijo Clarice Lispector”. (…)

“Yo diría que también es tramposo. Porque decora el dolor,  le pone plantitas, fotos, manteles y después, se queda a vivir allí para siempre, en la capilla ardiente del lenguaje, confiando en que nada puede agravarse porque si ya duele, ¿cómo podría doler más?”

“Todo es tan complicado, tan enteramente cierto. O la es vida es  un viaje hacia la nada y la escritura un atajo.”

Pequeño gabinete de curiosidades en tanto es un curiosidad todo suceso íntimo cuando se convierte en narración, en este libro breve como todos los suyos, la autora habla de su madre para hablar de distintos mundos, desde el literario al político;  de distintos duelos, desde el duelo por la muerte de su madre al exilio obligado por las circunstancias políticas y la falta de oportunidades. ¿Cómo podría no ser un gabinete de curiosidades un libro de Negroni si ella modela la palabra de tal modo, la somete a tal proceso de alquimia personal que le agrega resonancias inusitadas, las vuelve tan extrañas que casi no son las mismas que figuran en el diccionario.