Papá querido (Emecé) es el último libro de Cynthia Wila, que además de escritora es también abogada y psiconalista. Se trata de una novela que dosifica la información que le da al lector, creando de ese modo una trama de suspenso.

María, la protagonista de la historia, hace 20 años que no se trata con su padre, el tiempo exacto en que él y su madre se fueron a vivir a Miami. Pero un día recibe una llamada que le indica que su padre está internado. Quizá sean los últimos días de su vida. Debatiéndose en un sentimiento confuso en el que confluyen el odio y el amor, María decide viajar a Miami. Ese viaje no solo es el traslado de un punto a otro, sino el inicio de un camino que la llevará también a su pasado. Es, además, el punto a partir del cual se precipita el desenlace y el lector puede poner la última pieza al puzzle incompleto de la historia.

–¿Esta novela surge de un hecho específico?

–En realidad, yo venía escribiendo en el género de novela histórica y empecé a sentir una gran necesidad de escribir algo más existencial. Entonces empecé a pensar en las relaciones familiares y ahí comenzó a esbozarse el personaje de María y la relación profunda con su papá y la no menos profunda relación con su madre. Se trata de relaciones que todo el mundo puede establecer con sus padres. Los primeros vínculos se tornan luego en relaciones muy contradictorias, muy ambivalentes porque no tenemos los mismos papás cuando somos chicos que cuando somos adolescentes o somos adultos.

–¿Qué es lo que varía?

–Las emociones en relación con nuestros padres se modifican de acuerdo con el momento que estamos viviendo. Al principio, cuando somos niños, los padres aparecen idealizados, los vemos como modelos a seguir. Luego, en la adolescencia, nos rebelamos. Es la época típica en que los padres, de saber todo pasan para nosotros a no saber nada. En esa etapa tratamos de mantenernos lejos de ellos para identificarnos con grupos de pares de nuestra edad, empezamos a contradecirlos. Es decir que ese modelo comienza a caer. Luego, de adultos, cuando comenzamos a saber algo más acerca de la vida, a veces nos damos cuenta de cuáles fueron los aciertos y cuáles los errores de esos papás que en algún momento fueron nuestros ídolos y en otro fueron las personas a las que no queríamos siquiera escuchar.

–Personas a las que no queríamos parecernos.

–O sí. En algunos momentos decimos “yo voy a ser igual que vos” y en otros decimos lo contrario. Eso depende de las cosas que nos alejen o nos identifiquen con estos modelos. Esto es muy interesante porque, ya sea que nos identifiquemos o nos alejemos, siempre nos medimos en relación con ese modelo. En la adultez lo interesante es tratar de construir un lugar propio sin necesidad de medirse en función del modelo paterno o materno.

Tu novela está escrita en una clave íntima, pero también podría extenderse a lo social. Aparece un padre siniestro que, sin embargo, socialmente no es visto así. Uno suele tener la idea de que quien hace determinadas cosas es un monstruo y que fácilmente puede ser identificado como tal. Por ejemplo, puede suponerse que un torturador no puede ser nunca alguien que lleve lo que se considera  una vida “normal”. Lo más difícil de aceptar, creo, es que alguien pueda ser dos cosas a la vez y que uno pueda quererlo y odiarlo al mismo tiempo. Y tu novela tiene que ver con eso. ¿Es así?

–Con relación a los papás y, por qué no, a las mamás, esto se da mucho. Como decíamos, generan sentimientos ambivalentes a lo largo de la vida. Creo que los grandes amores tienen esta complejidad. Muchas veces, presentan aspectos que nosotros rechazamos y, sin embargo, cuando está puesto en juego demasiado afecto es difícil discernir qué es lo que amamos y que es lo que detestamos. A veces, lo que amamos y detestamos se conjugan en una misma persona y en un mismo momento. Esto puede pasar y creo, además, que nos pasa a todos los hijos.  Obviamente que en la novela se habla de cuestiones un poco más extremas que no voy a adelantar para no revelar la trama. En la protagonista hay una disyuntiva respecto de sus emociones que es muy difícil de solucionar. Es muy difícil pararse entre un amor muy fuerte y un rencor muy potente, es un lugar emocionalmente muy inestable, un lugar que requiere una definición y, por otro lado, es muy difícil encontrarla, por lo que es un lugar muy inestable para la vida.

–La infancia nos marca para siempre. ¿Es posible superar esas cosas que duelen o son heridas que van a estar siempre presentes, aunque alguien intente elaborarlas con una terapia? ¿Hay retorno de una experiencia muy dolorosa?

–Creo que de algunas cosas sí. Si una persona decide transitar una terapia, en mi caso, como soy psicoanalista hablaría de un análisis, creo que hay un proceso en el que se pueden elaborar muchísimas heridas. Pero creo también que hay dolores muy fuertes que no estoy segura de que tengan un punto de retorno. Están ahí y nos acompañarán toda la vida. Lo que sí se puede hacer en un análisis es saber llevar esos dolores sin tanta angustia, intentar un proceso de aceptación y de saber qué hacer con eso que nos va a acompañar toda la vida, con esa herida tan terrible que nos ha marcado para toda la vida. Una cosa es que nos acompañe una herida y otra es qué hacemos con eso que nos marcó. Hay personas que se deprimen, hay personas que se angustian, hay personas que se melancolizan, detienen literalmente su vida y no pueden construir nada más. Hay otras personas que, en cambio, van más allá con heridas a cuestas y construyen proyectos, deseos, se enamoran, tienden puentes, tienen relaciones más sanas, más acordes con lo que desean y no con aquello que padecieron.

María, la protagonista de tu novela, se pregunta si la madre podía no saber lo que ocurría. Eso queda sin resolución. En todas las familias hay secretos, cosas no dichas, que se saben pero no salen a la luz. ¿Cómo pensaste ese personaje?

–Se fue construyendo a medida que iba escribiendo la historia. Es cierto lo que decís y quizá la base de la construcción del personaje fue esta premisa de que en todas las familias hay secretos, que a veces son secretos a voces, que los integrantes de la familia saben, perciben y que no quieren poner en palabras por temor, por vergüenza, por evadir lo que no pueden resolver. A veces son secretos que el grupo familiar guarda en relación con el exterior. Lo sabe la familia, pero los de afuera no lo tienen que saber. Esto que les pasa a todas las familias en general es lo que me interesaba poner en juego en la novela, con la salvedad de que puede haber secretos no tan fuertes, más mundanos si se quiere. Cuando el secreto que impone el silencio le da una carga y un peso de horror, existe una situación mucho más traumática para la vida. La mamá que señalás también era partícipe de este secreto familiar, con lo cual también integraba el conjunto de personajes que se dan a nivel familiar que suponen que no se puede hablar, no se sabe qué decir o evitan hablar porque de esa forma evitan también hacerse cargo de lo que está pasando.

La novela está enteramente en primera persona y no sé cuáles son los desafíos que te planteó, pero supongo que debe estar entre ellos el hecho de que una sola voz sostenga toda la novela y también la dosificación de la información que se le va dando al lector. ¿Cómo fue?

–Es interesante lo que señalás de la dificultad de una voz en primera persona que debe narrar y contar la historia de muchos personajes. Ese fue realmente un desafío que tuve ganas de asumir. Es la primera vez que me lanzo a escribir una novela en primera persona y creo que tienen una complejidad mucho más profunda que la de un narrador en tercera persona. Pero, por otro lado, creo que esa complejidad hace la narración más interesante. Lo complejo no necesariamente es más interesante, pero en este caso creo que lo fue. La dosificación de la información tiene que ver con una trama que intenté que fuera por el camino del suspenso. No quise darla súbitamente, sino que esa información comenzara a dejar miguitas a los largo de toda la novela para poder terminar de construir la historia en el desenlace y hacer lo que nosotros llamamos un “punto de capitoné”, ese punto como el de algunos sillones, que abrochara todos esos detalles germinados a través de la trama.

–¿Eso implicó volver atrás, corregir mucho o fue fluyendo?

–Fue fluyendo a medida que se desarrollaban la trama y los personajes. Los personajes muchas veces se independizan de nuestras manos y de nuestro propósito, aunque suene increíble. Entonces empiezan –simbólicamente– a andar solos, a pedir escenas, a pedir otros personajes para poder apoyarse en escenas que quieren contar, a pedir emociones. La novela fue como un rosario que se fue hilvanando a medida que escribía.

Esto te lo pregunto en tu condición de escritora y de psicoanalista. ¿Por qué en pleno siglo XXI, pese a los grandes cambios, sigue siendo difícil hablar del sexo? ¿Por qué la sexualidad es aún un tema espinoso?

–La sexualidad es un enigma y los enigmas resultan a veces vergonzantes, a veces difíciles de poner en palabras. Y la sexualidad es un enigma porque en el ser humano, a diferencia de los animales, no existe el instinto. El animal sabe lo que tiene que hacer. En el ser humano no hay un saber previo sobre la sexualidad y todo lo que no se sabe, lo que es una incógnita, incomoda. Si bien se ha avanzado mucho, sobre todo en el establecimiento de los límites a que cada uno puede llegar respecto del otro, falta mucho. Así y todo, nunca sabremos develar el misterio.  «

Interpelar al lector

Supongo que el tema de tu novela, ya sea de manera tangencial o directa, le atañe a todo el mundo. Creo que en el transcurso de la historia el lector va a encontrar algo con lo que se va a sentir identificado. ¿Qué devoluciones tuviste en este sentido?

–Sí, estoy recibiendo de los lectores determinadas formas de emoción relacionadas con cosas que les pasaron, con hechos que los marcaron. Por ejemplo, me escribió una chica que había terminado el libro a las 4 de la mañana y que se había puesto a pensar en la relación con su papá que había muerto y con el que le habían quedado muchas cosas por decir. También me escribió otra chica que tenía una relación complicada con su madre y que se había sentido interpelada por la historia en ese sentido. Me parece que el libro ofrece muchos puntos de identificación con distintas situaciones, no necesariamente con la trama principal, cosa que también podría suceder. Creo que cualquier persona que se meta en la historia puede encontrar algo y realmente me encanta que suceda eso. Me da mucha satisfacción que los lectores y las lectoras, cuando leen la novela, se sientan en un viaje que no es tan ajeno a sus vidas. No están leyendo una novela histórica que sucedió en el siglo XVIII o XIX, cuyas costumbre y personajes ni siquiera conocieron. Están leyendo una historia que los interpela de una forma u otra.