“Esta mesa –explica Karina Galperín- es una continuación de la primera que se realizó sobre el tema, el año pasado en la feria, en la que participaron Santiago Kalinowski y Beatriz Sarlo. En esa mesa Sarlo tenía una posición antagónica respecto del lenguaje inclusivo, y Santiago a favor. El foco de este año va a ser otro. Vamos a intercambiar diagnósticos sobre dónde se encuentra hoy eso que llamamos lenguaje inclusivo.”

Galperín es licenciada en Letras y en Ciencia Política por la Universidad de Buenos Aires. En 2002 se doctoró en Harvard en Lenguas y Literaturas Romances. Actualmente se desempeña como profesora ordinaria en el Departamento de Estudios Históricos y Sociales de la Universidad Di Tella. La discusión a que hace referencia fue recogida en un libro, La lengua en disputa, editado por Ediciones Godot, la editorial que organiza la Feria que, por primera vez, este año será virtual debido a la pandemia.

El debate Disidencias y estridencias será moderado por Cecilia Fanti y Ana Ojeda. Tendrá lugar este domingo, 9 de agosto, a las 15 y podrá verse a través del canal de YouTube de la Feria de Editores (FED).

Quienes defienden el lenguaje inclusivo sostienen que la lengua española es machista. En una entrevista vos decís que “el lenguaje no es machista ni feminista”, pero sin embargo, te parece que el lenguaje inclusivo es algo “natural”. ¿Podrías explicar tu posición?

-No recuerdo qué dije sobre el machismo y el feminismo de la lengua. Lo que sí me interesa subrayar es que nuestra lengua y muchas otras lenguas —y esto me parece importante: no es solo la nuestra—, utilizan el masculino genérico, ya sea en los sustantivos, adjetivos, artículos y pronombres, como en conjugaciones verbales (por ejemplo, el hebreo). Probablemente, que esto sea así en la gramática, refleje o tenga que ver con ciertas realidades y modos de organizar el mundo de las sociedades donde esas lenguas se usaron durante milenios. En muchas de estas lenguas, además, se trata también de estructuras heredadas de las lenguas de las que derivan. A mí me interesa, por supuesto, por qué razones las lenguas se configuraron como se configuraron, pero –para el caso que nos ocupa- me interesa más por qué este rasgo que encontramos en todas estas lenguas durante muchísimo tiempo ni llamó la atención ni causó incomodidad (salvo en casos aislados) y hoy sí.  En cualquier caso, me parece que –por distintas razones- las lenguas tienen una estructura que responde a muchas causas. Decir que la lengua es machista me parece que produce un efecto negativo sobre la discusión, porque se presenta como una suerte de acusación a la lengua y a quienes la usan con la estructura establecida, como si fueran cómplices voluntarios y voluntarias de machismo. Me parece más interesante pensar las relaciones entre lengua y sociedad hoy. Pensar las motivaciones que tienen los usuarios cuando en algún momento algunas estructuras de la lengua les empiezan a hacer ruido, y les empiezan a parecer inadecuadas, por distintas razones. Yo pondría la discusión ahí. Cuando me decís que yo dije que el lenguaje inclusivo es algo natural, creo que lo que quise decir es que me parece natural, en el sentido de totalmente comprensible, que una época como la nuestra, que ha visto cambios tan enormes en relación al lugar de la mujer en la sociedad y a la identidad sexual, sobre todo en la esfera pública, y que es muy sensible a todos esos aspectos, sea también sensible a cómo aparecen esos aspectos en la lengua y a cómo quiere que esos aspectos aparezcan en la lengua. De modo que lo que me parece natural no es el lenguaje inclusivo sino que hayan aparecido las preguntas e incomodidades que hoy vemos en torno al lenguaje inclusivo.

-¿Si se acusa a un idioma de machista no se lo podría acusar también, por ejemplo, de ignorar a la infancia (cuando se dice “todes”, por ejemplo. se supone que se abarca todos los géneros, pero no se especifica la edad de las personas)?

-Bueno, ese es el problema que yo veo al hablar de “lenguaje inclusivo”, porque entonces aparecen estas cuestiones: por qué te preocupa incluir a las mujeres pero no a los ciegos, ¿y por qué no a los niños?, etc. Por eso a mí me gustaría referirme a esto no como “lenguaje inclusivo” sino como ”tercer género”. En este caso, en lo que hoy llamamos “lenguaje inclusivo”, estamos discutiendo algo respecto de la lengua que tiene que ver con cuestiones de género, no con todas las exclusiones o postergaciones o invisibilizaciones que tienen lugar en nuestra sociedad. Cuán precisa es una lengua respecto de distintos aspectos tiene que ver con cuán precisos los hablantes quieren ser respecto de eso de lo que están hablando. En este momento, la sensibilidad y la preocupación están tan puestas en cuestiones de género que un grupo significativo de hablantes está focalizando en cómo la lengua se refiere al género. Cuando nos preocupen otras cosas con ese nivel de intensidad, u otras sociedades que tengan eso en el centro, pondrán mucha atención en ver cómo esas cuestiones están marcadas en la lengua. Me parece que en este momento, cuando hablamos de “lenguaje inclusivo”, estamos hablando de una cosa específica, limitada a cuestiones de género.

–  A la Real Academia española que se la descalifica por no registrar el lenguaje inclusivo en el diccionario, pero, se le otorga al mismo tiempo la función de “juez”, “árbitro”, autoridad que decide sobre la lengua, como si tuviera que otorgar un permiso. Pero el hecho es que la RAE no te impone una multa ni te cobra una falta por decir “todes”. ¿Cuál es su función?

 -Sí, lo interesante de la RAE… A mí lo que me gusta mucho de las autoridades lingüísticas es que por suerte no tienen ninguna capacidad punitiva. Tenemos que entender qué hace la RAE, y en estas cuestiones lo que hace es codificar, decir cuál es la regla. Usos nuevos que aparecen en la lengua a veces se convierten en regla con el paso del tiempo y la extensión del uso. La RAE solamente los incorpora a posteriori, cuando han sido ya incorporadas en el uso. Entonces me parece que la RAE no tiene en este momento mucho para decir en esto. Tendrá algo para decir eventualmente si este uso se consolida tanto en el uso general de los hablantes como para impugnar y quizás modificar o reemplazar la regla actual.

La estructura de género en el español está muy arraigada hace muchísimos siglos, de modo que para mí está bien lo que dice la RAE: el español ya tiene algo –el masculino genérico- que ustedes quieren hacer. En realidad, podría decir algo un poco diferente. Podría decir “la norma es la siguiente: en español el masculino es el género no marcado, por lo tanto tenemos un modo para referirnos a lo que ustedes están tratando de referirse con algunas otras varias variantes. Sin embargo -podría decir la RAE, que no lo dice,- estamos registrando en grupos minoritarios de hablantes de nuestra lengua una cierta incomodidad con el masculino genérico, y también estamos registrando una serie de formas con las cuales estos grupos o estos individuos incómodos con el masculino genérico intentan reemplazarlo”.

Yo no iría a la RAE a buscar ningún tipo de autoridad sobre el lenguaje inclusivo, aunque siempre su opinión sobre temas de la lengua despierta interés, comprensiblemente. La RAE tiene decir cuál es la norma y por el momento el lenguaje inclusivo no es la norma. Por el momento el lenguaje inclusivo está disputando con la norma o está poniendo en evidencia una cierta disconformidad con la norma. Todavía esa norma no ha sido reemplazada e incluso en lo que llamamos lenguaje inclusivo yo diría que incluimos una serie de cuatro o cinco soluciones distintas, y todavía ninguna de ellas primó sobre las otras. De modo que me parece que la RAE todavía no tiene nada mucho que decir al respecto.

Si en el futuro hubiera una ampliación muy importante del uso  del lenguaje inclusivo, si el lenguaje inclusivo pasara a tener un uso tan grande como para decir “bueno, acá ya estamos ante una norma nueva que la RAE debería sancionar”, entonces ahí el panorama sería distinto. Pero no es en absoluto la situación actual.

 – Decís en una entrevista que es lógico que haya cambios en el lenguaje, que surjan nuevas palabras cuando surgen nuevos conceptos. Sin embargo, estos cambios no son conscientes en los hablantes y se realizan de forma lenta. Por ejemplo, en los últimos años el verbo compartir se usa de manera diferente. Hoy se dice “Yo te comparto” y no “comparto algo con vos”. Del mismo modo, desde hace mucho tiempo parecería que el potencial tiende a reemplazar al subjuntivo. Se dice con frecuencia “Si yo sería” y no “si yo fuera” incluso en ámbitos de nivel cultural elevado. Estos cambios  pasan casi inadvertidos para la mayoría de los hablantes y no van acompañados de un manifiesto, cosa que sí sucede con el lenguaje inclusivo. ¿Entonces es realmente un fenómeno lingüístico o programático?

-Los cambios de los que hablás (“yo te comparto”) o el reemplazo del subjuntivo por el potencial me parece que son casos aislados y que responden a otro tipo de cambios, donde se van instalando “errores” que tienen que ver con un relajamiento o con la pérdida de ciertos matices. Eso es algo diferente y más común. Me parece que lo que sí es distinto en este cambio es que tiene que ver con un cambio de sensibilidad, no con un desplazamiento de las normas o con un establecimiento de un “error”. Me parece que son fenómenos totalmente distintos. Si me preguntas a mí, esto es más parecido a lo que pasó con los pronombres y los vínculos entre padre e hijos. A principio del siglo XX, los padres y los hijos tenían una relación más jerárquica, acartonada, y se trataban de usted. Cuando esa relación se relaja, se hace un poco diferente, más horizontal en torno a mediados de siglo, ahí ves que los jóvenes y los padres empiezan a tratarse de vos, o de tú. En ese momento, frente a un cambio de la realidad, los usuarios se sienten incómodos con cómo la lengua se refería a ese vínculo y a esa realidad, solo que a diferencia de lo que ocurre con el llamado lenguaje inclusivo, en ese momento había otro pronombre informal en el que pudieron refugiarse, y con el que pudieron reemplazar al que se usaba antes. Un cambio cuyo motor es un cambio de sensibilidad que busca nuevas maneras de decir. Entonces ahí me parece que estamos ante esto. Me preguntás si es un fenómeno lingüístico o programático. Esa pregunta yo prefiero contestarla con una respuesta más amplia (y de eso voy a hablar en la presentación del domingo) y decir que me parece que es un fenómeno mixto, que tiene distintos aspectos. Uno de los aspectos es lingüístico: se impugna –incluso cuando es por razones extralingüísticas- un elemento gramatical, que es el masculino genérico. Es cierto también, como afirma Santiago, que otro de sus aspectos es retórico y político. Mucha gente que utiliza algún tipo de inclusivo lo hace para llamar la atención sobre algo exterior, sobre una realidad fuera del lenguaje, sin ninguna voluntad de hacer un cambio en la lengua o indiferente a si esto termina o no en un cambio en la lengua. E incluso hay muchos otros y otras que consideran, con razón, que cambiar la lengua es también cambiar la realidad. De esto también vamos a hablar el domingo. Porque yo considero que el aspecto programático y político era muy importante en el origen y ahora, incluso siendo todavía importante, lo es algo menos. Creo que si este fenómeno se ha expandido fuera de esos círculos intensos como yo creo que se ha expandido, es porque estamos ahora con un uso nuevo en la lengua, que tiene un origen programático pero que las motivaciones por las cuales muchos individuos hoy lo utilizan sobre todo en la esfera pública no son exactamente las mismas que las del comienzo. De modo que me parece que este es un fenómeno que tiene un aspecto lingüístico y que tiene un aspecto  retórico, un aspecto político, y también creo que tiene un aspecto práctico. El llamado lenguaje inclusivo le da a la lengua una precisión que antes no pedía. Antes era muy raro que quisieras saber si, cuando usás el masculino genérico, te estabas refiriendo solo a los hombres del grupo, o a los hombres y las mujeres. Y en general los grupos públicos eran o completamente o en su mayoría hombres. Entonces esa voluntad de distinción no existía o existía muchísimo menos, y hoy existe mucho más. Y también hay un aspecto práctico de respeto a los otros y las otras. Hay gente que no necesariamente está comprometida con militancias de género y que sin embargo encuentra en el lenguaje inclusivo una forma de cortesía, un modo de reconocer la diversidad de la audiencia que miembros de la audiencia agradecen o una forma de nombrar a los otros como los otros prefieren ser nombrados. Entonces me parece este fenómeno tiene distintos aspectos: lingüístico, retórico, político y práctico.

 -¿Cuál crees que es la extensión que tiene el lenguaje inclusivo? Quiero decir si es algo que se da en determinados grupos o que se extiende o se extenderá a la totalidad de la población del país?

-En parte, de eso vamos a hablar extensamente el domingo. Creo que es un fenómeno que ahora es bastante más amplio de lo que era en 2018. O antes. Porque en 2018 sale a la luz a la sociedad y, progresivamente, empezó a salir de los nichos en que se usaba antes. Mucha gente se enteró en ese momento de que había un uso nuevo en la lengua, y por distintas razones (ideológicas, prácticas, de respeto, de cortesía), lo fue empezando a usar. No es un uso extendido a la totalidad de la población ni a todos los contextos. No es así en el país ni fuera del país, porque hay que tener en cuenta de que éste no es un fenómeno argentino. Ni siquiera es un fenómeno del español. Es un fenómeno -como te decía- minoritario, pero como fenómeno minoritario ha ido creciendo, y me parece que ha ido creciendo sobre todo fuera de esos nichos duros de militancia de género.

Se extendió sobre todo en el uso público, es decir, la gente que en circunstancias de utilización de la palabra pública en un discurso, en una carta o en una conferencia, utiliza alguna manera de lenguaje inclusivo, por lo pronto para marcar la conversación por distintas razones. Eso también lo vamos a hablar el domingo, porque ahí yo también tengo una visión un poco distinta a la de Santiago, en el sentido de que, así como creo que éste es un fenómeno con muchos aspectos distintos, el lenguaje inclusivo, como ocurre con todos los fenómenos culturales, es usado por distintos grupos o por distinta gente por distintas razones. Entonces eso que llamamos una expansión del uso, no es una expansión del uso homogénea ni por contexto ni por móvil.

-¿Existe una correspondencia entre “realidad” y lenguaje? Lo digo porque hay lenguas que no distinguen entre femenino y masculino y sin embargo los pueblos que las hablan son marcadamente machistas.

-Esa es una pregunta gigante. Es una discusión muy larga y me parece que las razones por las cuales las distintas lenguas codifican distintas cuestiones de manera diferente son múltiples y complejas. Yo no diría que una lengua que distingue entre femenino y masculino es más machista que una que la distingue menos, incluso en casos como el hebreo en donde además de distinguir género en sustantivos y adjetivos también los distingue en la conjugación verbal. Y no haría un machistómetro de acuerdo a cómo está codificado el género en la gramática de una lengua. Ahí hay una la cantidad de temas interesantes, muchos de los cuales no tenemos cómo resolverlos; o sea, qué es lo que motiva la estructura gramatical de una lengua, y cuál es la relación entre la estructura y la realidad que le dio origen, y cómo se fue modificando a lo largo del tiempo, me parece que es una pregunta gigante que excede esta discusión.