A pesar de la tendencia a idealizar el pasado, es justo decir que las redacciones nunca estuvieron colmadas de periodistas como Clark Kent, capaces de transformarse en Superman y luchar contra las injusticias del mundo. No es cierto que todo tiempo pasado fue mejor, pero sí es cierto que hubo un tiempo en que el periodismo gráfico tenía otros tiempos, valga la redundancia, y los diarios se escribían para lectores, mientras que ahora la consigna es escribir para “no lectores” porque, según dicen las malas lenguas, “la gente ya no lee”. De acuerdo con esta teoría, paradoja de paradojas, un periodista gráfico es alguien que escribe para no ser leído, lo cual no solo es absurdo, sino también frustrante. A esto se agrega otro absurdo: la historia del periodismo gráfico le debe mucho a los buenos escritores.

A ese pasado conjetural –palabra borgiana si las hay– en que los diarios se escribían para lectores pertenece, por ejemplo, Roberto Arlt. Sus aguafuertes desmienten el mito de que el diario de ayer solo sirve para limpiar los vidrios y en el pasado, cuando existían los almacenes, para envolver los huevos. Murió a los 42 años en 1942 y aún sus aguafuertes se siguen editando en formato libro en compilaciones hechas con diversos criterios.

La editorial Yuri acaba de publicar Viajero de cercanías. 80 aguafuertes 80 años después con selección y prólogo de Margarita Pierini, doctora en Letras, docente e investigadora.

Estas aguafuertes abarcan el período comprendido entre agosto de 1928 y enero de 1935, aparecieron en El Mundo y “hasta donde sabemos –dice la compiladora– no volvieron a ser editadas”. “En esta selección –aclara– no se incluyen las crónicas de sus viajes fuera del país (a Uruguay, Brasil, España, Norte de África, Chile), cuyos textos han sido recopilados anteriormente por otros escritores y editores. Aquí podremos leer sus desplazamientos por lugares más cercanos, adonde se dirige a veces con sus colegas en disfrute de ocio o más lejos, enviado por el diario (al Noreste, a Santiago del Estero) (…) “Arlt, poco afecto a describir sitios pintorescos, se detiene y se complace en representar paisajes humanos”.

Como Xavier de Maistre lo hizo en 1794, Arlt podría haber escrito Viaje alrededor de mi habitación, porque no son la lejanía, el pintoresquismo ni lo exótico los elementos que convierten el viaje en una aventura digna de ser contada, sino la mirada que posa sobre el entorno, incluso el más familiar y cercano, como en el caso de Maistre. 

Arlt ve lo que ven todos, pero lo mira de una manera oblicua que no hace foco en lo obvio, en lo evidente, sino en lo que está desplazado del centro. Entonces, lo familiar se convierte en algo nuevo.

En cualquiera de las aguafuertes tomadas al azar podría verificarse esta forma de mirar lo próximo desde un puesto de observación lejano que convierte lo ordinario en extraordinario, entendiendo por extraordinario no lo bello y maravilloso, sino lo curioso y hasta absurdo de la cotidianidad.

Vale la pena hacer el ejercicio de abrir cualquier página al azar y comprobarlo.  Por ejemplo, en la página 51 de la edición mencionada, no solo mira lo cotidiano con la lente de lo asombroso, sino que hasta parodia el mecanismo. El aguafuerte se llama “Apología del pescador de caña”. En ella cuenta que un tal Pineda Yáñez, “literato inédito” le había dicho: “El fiacún a la enésima potencia es el pescador de caña, inofensivo hasta para los mismos peces”. Arlt dice que la frase lo emocionó porque le descubrió un personaje que él no había tenido en cuenta, por lo que se lo agradece en términos paródicamente pomposos: “–¡Oh, magnánimo Pineda! Por tu descubrimiento que iguala en importancia al de la aparición de los Derechos del Hombre, te inmortalizaré, y todos los hombres futuros sabrán que en el año de gracia de 1928, le sugeriste a este tu buen amigo, un tema que sirvióle para escribir un artículo, y de ese modo ganarse su habitual plato de lentejas”.

Al mismo tiempo que observa, Arlt se va dibujando como observador, convirtiéndose en un personaje un tanto escéptico, agudo, irónico, crítico de la petulancia de ciertos escritores, citadino a ultranza, outsider del mundo de la cultura que se forjó a sí mismo más en el universo de la calle y de los libros que en los claustros de enseñanza.

En su humor irónico se filtra su desesperanza. No concibe el mundo precisamente como un lugar amable como también lo reafirma su obra de ficción.

El período que abarcan estas aguafuertes está signado por la crisis mundial del ’30 y por el golpe de Uriburu a nivel nacional. Son al mismo tiempo una muestra de talento literario y un documento de época, una suerte de historia marginal de la vida cotidiana contada oblicuamente por los personajes que hace desfilar por ellas.  «