La crisis de los formatos que produjeron la revolución digital y la eclosión de las redes sociales, ha logrado instalar la idea de que hay medios y soportes que transitan el camino inexorable de la obsolescencia. Libros, cine y televisión se volvieron piezas de museo, o peor aún, material de descarte, ante el avance de los e-books, Threads, Twich o las plataformas de streaming. Pero también están quienes se toman el tiempo de mirar para atrás, seguros de que no debe llamarse progreso a aquello que se empeña en abandonar por el camino esos tesoros que, básicamente, constituyen el gran legado cultural del siglo XX. Fernando Martín Peña es uno de ellos.

Coleccionista de películas en formatos físicos, militante de su divulgación y conservación, y del rol que el Estado debería cumplir en esas tareas, Peña le dedica su vida a esa labor en un país empeñado en destruir sus propios archivos históricos. En particular aquellos vinculados a la producción cinematográfica. Con esa intención y en complicidad con un grupo de amigos creó la Filmoteca, iniciativa que, entre otras cosas (ver recuadro), incluye un programa en la TV Pública e innumerables ciclos de cine, que sostiene con la certeza de que hay otros que comparten su amor por la historia y los formatos analógicos. El documental La vida a oscuras, de Enrique Bellande, que lo tiene como protagonista y puede verse los sábados a las 20 en el Malba (Figueroa Alcorta 3415), da cuenta de buena parte de esas labores.

filmoteca
Fotograma del documental «La vida a oscuras», de Enrique Bellande.

Con el mismo fin, Peña acaba de presentar su último libro, Diario de la Filmoteca (Blatt & Ríos), escrito en forma de diario personal y que incluye 365 entradas, una por cada día del año, en las que lo único que hace es hablar de películas. Un tema que, cuando lo aborda alguien con sus conocimientos, parece volverse inagotable. En este Diario de la Filmoteca cualquier excusa es buena para contar historias vinculadas a algunas películas, unas muy conocidas y otras que no tanto, pero que él se encarga de convertir en una cuenta pendiente para cualquier cinéfilo que se precie. Recorrer sus páginas equivale a aventurarse en la historia del cine de manera vívida, como si no se tratara de relatos sino de una verdadera máquina del tiempo, poder que el propio Peña le atribuye a las películas.

El libro de la Filmoteca

“Los textos del libro originalmente eran apuntes que siempre tomé, pero a partir de que entré en las redes sociales, más o menos en 2010, se fueron transformando en posteos. Porque me di cuenta de que para tener presencia en las redes tenés que estar posteando todo el tiempo y a mí me interesaba eso para llevar más gente a las proyecciones”, comenta el autor.

“Entonces, cuando veía algo que me interesaba lo contaba por ahí. Todavía lo hago. Al principio era eso, nada más, pero vi que generaba mucho interés y en 2012 empecé a pensar que esos textos podían estructurar un libro. Se me ocurrió armarlo como un diario, una agenda o un almanaque, que tuviera 365 textos y 365 ilustraciones”, agrega. “En aquel momento lo hablé con Fabio Manes (ver recuadro) para que lo hiciéramos juntos y él se copó enseguida. Después se enfermó y no pudo escribir prácticamente nada, pero igual está muy presente en el libro”, concluye.

-Manes siempre está presente en cada uno de los espacios de Filmoteca.

-Sí, como en todo lo que yo hago. Cuando tuve listo el libro se lo ofrecí a otra editorial que en ese momento estaba interesada, pero lo tuvieron como cinco años y nunca llegaron a publicarlo. 

-¿Cuánto se parecía aquella versión a este libro que editó Blatt & Ríos?

-No tenía este formato. Cuando le pedí a aquella editorial que me devolviera el libro, hice otro posteo en Facebook acerca de la demora y ahí apareció Bellande, que había empezado a trabajar en Blatt & Ríos. Ahí el libro fue tomando su forma definitiva, porque Enrique se ocupó de trabajar las ilustraciones para cada texto sobre las propuestas que le fui haciendo. Y yo lo reescribí todo. Porque cuando volvés a leer un texto después de muchos años te das cuenta de que lo que hiciste es todo una cagada y te dan ganas de hacerlo otra vez. Había un tono muy coloquial, muy propio de las redes sociales, que me pareció que no iba a resistir el paso al papel.

-Sin embargo una de las cosas más encantadoras del libro es justamente que conserva algo de esa coloquialidad, de esa cercanía con el lector.

-En relación con mis otros libros, sí, porque me despegué bastante de la prosa homeriana [por Homero Alsina Thevenet, periodista y crítico de cine uruguayo, a quien Peña considera uno de sus maestros]. Además había que mantener algo del tono coloquial porque de alguna manera es un libro autobiográfico, en el sentido de que todo lo que cuento ahí me ha pasado. Pero la escritura tenía que ser mejor, más prolija.

-Es cierto que en las redes sociales no se suele escribir con el mismo rigor que en otros ámbitos de la escritura.

-Porque escribís con una urgencia que en un libro no te podés permitir. Aún así creo que los textos se podrían haber trabajado un poco más, pero con ese criterio no terminás nunca.

-Decís que estos textos tenían como objetivo llevar más gente a las proyecciones que hacés regularmente, y creo que eso no se perdió. Son una excusa para hablar de películas, así, en plural, porque en la mayoría de los textos empezás con una, pero eso enseguida te lleva a citar varias más.

-Las charlas sobre películas siempre se arborizan. En los árboles las ramas se imbrican de una forma que es caprichosa y Diario de la Filmoteca es un libro caprichoso, que no tiene la lógica interna de un libro pensado como relato. Ni siquiera tiene una unidad temática. A veces me desvío hacia cosas puntuales que a mí me interesan de una película y ahí surge algo que se parece más a los textos críticos tradicionales. 

-En alguna charla con Roger Koza, tu compañero en la versión televisiva de la Filmoteca, te he visto renegar del carácter crítico de algunos de tus textos. Así que imagino que él se va alegrar de que reconozcas que este libro sí incluye textos críticos.

-(Risas) Pero yo no dije que son críticos, sino que se parecen a la crítica.

-¿Por qué decís que no lo son, cuando tienen todos los elementos para decir que sí?

-Porque para mí la crítica es otra cosa. La crítica con la que me crié es la de los medios, en la que hay regularidad y un cierto rigor. Y esa práctica nunca la tuve, salvo un tiempo en la revista Rolling Stone. Pero nunca fue mi oficio, entonces no siento que haga crítica. Pero a veces ves algo que te produce algunas ideas que son análogas a lo que en general se considera crítica, pero casi nunca voy por ahí. Por lo general voy por el lado de la historia, que es lo que más me atrae. Pero puede ser que a veces vaya por otro lado.

-Se te escapa la crítica, digamos.

-(Risas) Se me escapa “algo” que se le parece.

-Como historiador, ¿te interesa cuando algunos artistas consiguen que sus películas, sin dejar de ser obras de arte, transmitan una mirada política del mundo?

-Claro, que digan algo sobre la realidad, porque así es más fácil verlas como documentos de la historia. Se suele pensar que las estrellas de cine están creando fantasías y de golpe encontrás que no siempre es así. Y reponer un poquito de ese contexto que hemos perdido con los años es algo que me encanta, porque te abre a comprender mejor a las películas.

-Muchas personas sostienen que la función última del cine es la de ser un mero entretenimiento para el espectador.

-Hollywood históricamente ha sido eso. Por eso me llama más la atención cuando esto pasa en ese tipo de cine, que se supone que es el paradigma del entretenimiento. Fijate la nueva película de Martin Scorsese, Killers of the Flower Moon, que trata sobre una serie de asesinatos de indígenas en los años ‘20 para quedarse con sus tierras, después de que se descubrió que en ellas había petróleo. Ahora parece que es algo que nadie sabía, pero en 1922 Buster Keaton hizo una de sus comedias, El carapálida, que trata exactamente sobre eso, algo que estaba ocurriendo en ese mismo momento. Yo no encontré en ningún libro que el argumento de El carapálida hiciera referencia a este caso, pero creo que Keaton no podía ignorar que eso estaba pasando. Y hace un cortometraje sobre el asunto sin dejar de ser cómico y sin resignar nada de su estilo. Un tema que era tremendo y del que no se habló nunca más. Hasta ahora, 100 años después, que Scorsese hace una película realmente sobre el tema al que Keaton alude de forma indirecta. Eso a mí me parece muy interesante, me gusta encontrar esos cuentitos. Y la historia del cine está llena de estas historias, que se cuentan solas y uno lo único que tiene que hacer es juntar los pedacitos. 

-El libro también parece ser una excusa para volver a recordar a algunas personas que son importantes en el camino que hiciste a través del cine.

-Sí: Manes, Octavio Fabiano, Salvador Sammaritano… Tipos que me acompañan siempre. Los conocí en un momento fundamental en mi vida, cuando se producen todas las definiciones, y todos impactaron de manera muy positiva en lo que hacía. Manes abriéndome el gusto, porque yo venía con el cine mudo y él con la cosa del cine bizarro, y medio que estallaron los planetas. Lo mismo Octavio, que tenía una fascinación con los westerns de clase B que yo no entendía. Hasta que comprobé empíricamente lo que él decía cuando venían unos viejitos a ver las películas que pasaba él. Unos westerns con Tim McCoy o Buck Jones, los cowboys de los años 30, y salían con lágrimas en los ojos, diciendo: «las ganas que tenía de volver a ver a este tipo, porque no lo veo desde que era chico». Para ellos El Club del Cine era una máquina del tiempo. Y esas películas en particular no solo no figuraban en la historia del cine: las conocía Octavio y nadie más. Eran parte de una cultura popular que se había extinguido. Y esa emoción era muy real, porque de golpe le estabas devolviendo a un tipo un pedazo de su infancia. Y eso no es poca cosa. Así que esas películas son mucho más importantes de lo que yo pensaba.

-Filmoteca es una colección de películas, ciclos de cine que hasta tuvieron una versión online, un programa de televisión. Y ahora también un libro. ¿Qué es lo próximo?

-Ni idea. La militancia por la Cinemateca Nacional la abandoné en 2010, cuando vi que, habiendo logrado la reglamentación para crearla, la cosa quedó perdida en una interna entre el Ministerio de Cultura y el Instituto del cine. De ahí en adelante mi objetivo fue cuidar lo mejor posible de mi colección, construir mi bóveda con temperatura controlada y tratar de que por lo menos lo que tengo –que para mí debería ir a parar a una institución— no se pierda. Entonces, te diría que todo lo que mencionaste son herramientas para visibilizar eso, para seguir llevando gente a las funciones y seguir concientizando sobre la necesidad de tener la Cinemateca, porque es una institución que sigue haciendo falta. Y cuando yo no esté, todo el material mío irá al Estado con casa y todo. Y que el Estado haga lo que quiera. Pero ya no van a tener excusas para decir que no tienen plata para crear la institución, porque ahí van a tener un edificio con 8.000 películas y van a tener que hacerse cargo de lo que no hicieron hasta ahora. Así que, por el momento, lo único que me queda es seguir rompiendo las guindas, que es algo que me sale bien.

Cine, plataformas y financiamiento

Foto: Diego Díaz

-¿Dirías que la realidad no te genera esa ilusión que te provocan las películas?

-Ilusiones tengo: en política no creo en esa estupidez de que son todos iguales. Para nada. Aunque desgraciadamente, hasta ahora todas las gestiones, de todos los signos políticos, se han portado con la misma negligencia respecto a la Cinemateca. Pero he visto políticos que entienden el problema mejor que otros. No son todos iguales. 

-¿Qué es lo que falta puntualmente para crear la Cinemateca Nacional?

-Olvidate de la Cinemateca: el Instituto mismo está en riesgo en este momento. Ahora dicen que están trabajando con la ley de 1999. ¿De qué sirve eso ahora? Esa ley proporcionaba fondos suficientes por la recaudación del Incaa de 1999, pero lo que hoy se recauda es mucho menos. Porque aquello que se gravaba y con lo que se financia el cine argentino desde 1957 es de la exhibición, que antes era en las salas, después en medios electrónicos y ahora a través del streaming.

-Parece que el cumplimiento efectivo de todo eso demanda dos cosas que escasean: decisión y dinero.

-Dinero no, porque este es un país rico. 

-Un país rico, pero empobrecido.

-Este no es un país empobrecido: es un país con la guita mal repartida, que es algo muy distinto. Y en algún momento se repartió mejor, así que se puede volver a hacer. Y en nuestra área la plata no falta: las plataformas ganan muchísima plata en Argentina. Pero si no se hace lo que hay que hacer, que es gravar a las plataformas, el Incaa, la escuela de cine y eso que pomposamente llaman la «industria» del cine van a dejar de existir en cinco años.

Filmoteca, un espacio arbóreo y mutante

Filmoteca es una entidad multiforme y mutante, creada por Fernando Martín Peña con ayuda o influencia de algunos de sus amigos (Fabio Manes, Octavio Fabiano), de la cual este Diario de la Filmoteca es la última encarnación. Pero hay otras. Sus cimientos se apoyan en esa colección de más de 8.000 películas en formato físico (35 mm, 16mm, Super8 y otros) que este grupo de aventureros del cine fue armando de forma colectiva, que representan muchos años de trabajo y que hoy están bajo la tutela del propio Peña. Además, Filmoteca ocupa un espacio histórico en la grilla de la TV Pública, cuya conducción Peña compartía con Manes (fallecido en 2014), pero que ahora lleva adelante junto al crítico Roger Koza. El programa se transmite sábados y domingos a la 1:30 de la mañana. Pero también Filmoteca ofrece muchas posibilidades para ver películas en su hábitat natural, que son las salas de cine. Peña organiza distintos ciclos en varios espacios. De esa forma, Filmoteca habita en el Malba (F. Alcorta 3415) de jueves a domingo; en Hasta Trilce (Maza 177), martes a las 19 y a las 21; en la Enerc (Moreno y Salta) los viernes a las 23hs y los sábados a las 20; y en el CCK (Sarmiento 151), los viernes a las 19hs y los sábados a las 17 y 19. Así que opciones para ir a ver ese cine que ya no se encuentra en otras partes no faltan.