Entre las muchas lecturas que admite la novela de Ray Bradbury Fahrenheit 451, figura, sin duda, la lectura profética. Un pastor de Tennessee, Estados Unidos, Greg Locke, perteneciente a la Global Vision Bible Church, protagonizó durante el pasado fin de semana pasado la quema de la saga de Harry Potter por considerarla demoníaca del mismo modo que los siniestros incendiarios de libros creados por Bradbury.

La misma suerte corrieron los textos que integran Crepúsculo, de Stephenie Meyer. La quema, organizada por el religioso en nombre de Dios, que parece más digna de la Edad Media que del siglo XXI, fue transmitida a través de las redes sociales y quedó registrada en YouTube.

“Tenemos un derecho constitucional y bíblico para hacer lo que vamos a hacer”, dijo Locke para justificar el acto que protagonizó y la incitación a los fieles para que lo secundaran en la tarea. Y agregó: “Somos plenamente conscientes de hacia dónde vamos. Traigan todo.Dejen de permitir que las influencias demoníacas entren en su casa.Es cien por ciento brujería.”

Pero no le bastó con quemar libros. Propició, además, que ardiera en la hoguera todo elemento considerado por él como una ofensa a la religión. Fue así que también fueron a parar al fuego cartas del Tarot, cristales de sanación, estatuas idolátricas “y todo aquello que esté ligado al ocultismo”. De este modo pretendió conjurar el peligro de “lo demoníaco”.

No es la primera vez que Locke es noticia y no precisamente por ser el protagonista de hechos positivos. En julio de 2021 el predicador de Nashville, capital de Tennessee, saltó a la primera plana de los diarios por prohibir en su iglesia el uso de barbijos bajo la amenaza de que a quien lo usara sería expulsado de ella de manera definitiva. En el sermón del dominical del 25 de julio de ese año expresó: “Si empiezan a aparecer con todos estos tapabocas y todas estas tonterías, les pediré que se vayan. No estoy jugando esos juegos demócratas en esta iglesia.”

Criticó, además, a los pastores que cerraron sus iglesias y dejaron de bautizar gente por temor a la propagación del virus durante el pico más alto de la pandemia. “Estarán sirviendo a ‘Frosty’s’ en el infierno –expresó en ese momento- antes de que cerremos este lugar, solo porque un gobierno salvaje y poseído por demonios nos dice que lo hagamos. No crean estas tonterías de la variante Delta».

Lo preocupante no es solo la actitud retrógrada del religioso, sino también el hecho de que esta actitud agresivamente conservadora parece no constituir un hecho aislado.

Según lo informó ayer, 10 de febrero, Tiempo Argentino, el estado de Tennessee ha manifestado otras actitudes conservadoras como la prohibición de la celebrada novela gráfica Maus de Art Spiegelman en el distrito en el distrito escolar de McMinn, Tennessee, al que asisten preadolescentes de 13 y 14 años.  El libro, que es  un innovador manifiesto contra el Holocausto del que fueron víctimas los propios padres del autor y que recibió el único Pulitzer entregado a una obra de ese género, fue acusado de usar palabras blasfemas, de representar las diferentes nacionalidades que conviven en el campo de exterminio como animales y de mostrar desnudos.

Afortunadamente, como suele suceder siempre con las obras prohibidas, las ventas de la obra que comenzó a aparecer en la revista Raw en los años 80 se dispararon y el libro de Spiegelman llegó a ocupar los primeros puestos en los rankings de ventas de los Estados Unidos.

Como en la Edad Media, las hogueras vuelven a encenderse en pleno siglo XXI. Algunas de ellas son simbólicas y otras, como la que propició el pastor Greg Locke, son reales. Pero ambas son igualmente peligrosas. Algunas responden a ideas conservadoras y otras a la supuesta defensa de distintas minorías. Pero las dos apuntan a la censura y cada una tiene su propio índex de libros, palabras y actitudes prohibidas. Tienen en común, además, el hecho de arrogarse el derecho a pensar por los demás e imponerles sus propios criterios.