“El primer indicio de este libro me lo dio el Museo Sarmiento –dice Laura Ramos para explicar el origen de Las señoritas,  la historia de las maestras estadounidenses que trajo a la Argentina Sarmiento y que apareció recientemente a través de Lumen. Entré -continúa-porque se había largado a llover y apenas lo hice me encontré con un vestido. El cartel decía que había pertenecido a una maestra estadounidense traída por Sarmiento. Yo no sabía esa historia porque estudié en Montevideo, por lo que me sorprendí muchísimo. Era un vestido oscuro, muy hermoso, que me recordó a los de Mujercitas.  Me puse a leer en el Museo cartas entre Sarmiento y Mary Mann y comencé a interesarme muchísimo por esa historia. En ese momento estaba investigando sobre la vida de Louisa May Alcott, la autora de Mujercitas. Por eso me fui al pueblito en el que ella había vivido, Concord.  Allí hay un montón de museos y de casas relacionados con el círculo de amigos de su padre, que era filósofo. En este círculo de amigos que eran escritores, filósofos y pedagogos estaba Henry David Thoreau, naturalista y autor de Walden; Hawthorne, el escritor que vivía en una casa pegada a la de los Alcott con su esposa, Sophia Peabody, hermana de la que sería Mary Peabody Mann, la gran amiga de Sarmiento y la que le dio impulso al proyecto de las maestras.  Ella vivía en Concord y allí recibió a Sarmiento varias veces. Tenía en su casa un retrato de Dominguito, el hijo de Sarmiento que murió en la batalla de Curupaytí. Fue ella la que le presentó a Ralph Waldo Emerson. Concord, el lugar de los filósofos trascendentalistas y de Louisa May Alcott, estaba muy ligado a Sarmiento. Allí descubrí a las hermans Peabody y, por lo tanto, a Mary Mann y su conexión con él.”

No sería este el único hallazgo de la autora en el transcurso de su investigación acerca de las 61 maestras estadounidenses que llegaron a la Argentina entre 1869 y 1898. Entre otras revelaciones que le proporcionaron archivos en las que se guardaban cientos de cartas y documentos encontró, por ejemplo, la conexión entre la abuela inglesa de Borges, Fanny,  y las maestras que viajaron a Paraná a aprender castellano. Lo inesperado formó parte importante de su investigación y Las señoritas transmite al lector ese asombro que producen los hallazgos que hacen posible colocar en su lugar una pieza perdida del complejo rompecabezas de nuestra historia.

En la investigación para Las señoritas surgió la relación entre Mujercitas y la impulsora en Estados Unidos del proyecto de Sarmiento, Mary Mann. ¿Qué significó para vos?

-Fue toda una revelación, una reivindicación de ese libro que era tan despreciado por mi familia y esa autora también tan despreciada por mi familia, de pronto, era el nexo con un episodio muy importante y muy apasionante de nuestra historia.

-¿Cuál era la razón del desprecio de  tu familia?

-Ellos eran marxistas y Louisa May Alcott era leída en ese momento como una autora no literaria porque realmente no era una gran literata, pero, sobre todo, porque desde el punto de vista de ellos era reaccionaria. Pero no era así, ella era una sufragista protofeminista súper importante que luchó por los derechos de la mujer, tuvo una pareja mujer al final de su vida. Mujercitas fue un proyecto más bien comercial, pero si uno lo lee intencionadamente, también fue una especie de panfleto feminista.

-¿Cómo fue la evolución del proyecto de escribir sobre las maestras estadounidenses?

-Me enamoré de ese proyecto que no fue más que una idea hasta  que comencé a investigar en dos universidades de los Estados Unidos y me encontré con un material extraordinario que eran las cartas y los diarios íntimos de las maestras. En una de ellas encontré cartas personales que mandaba a sus familias, en las cuales hablaban  con toda libertad y contaban minucias y cosas bastante íntimas de sus vidas. En la otra encontré las cartas de dos hermanas que nunca habían sido vistas por historiadores.

Foto: Alejandra López

-Trabajaste con un material totalmente virgen.

-Sí, fue algo increíble porque estas dos hermanas estuvieron tres años nada menos que en San Juan, tenían una familia muy grande y les escribían a todos. Me daba cuenta de a quién le estaban hablando por el tono que tenía cada carta. Le hablaban de una manera a la abuela, de otra a la madre, de otra a los hermanos y hermanas. Las dos eran muy distintas entre sí. Una era muy frívola, muy simpática y con mucho humor. La otra era muy seria, quería estudiar medicina y, finalmente, bajo el influjo de la gran maestra Mary Graham, se convirtió en sufragista –estoy hablando de Sarah Atkinson- fue traductora y viajó por el mundo. La experiencia de venir a Argentina la transformó. Las transformó a todas, pero en ella fue muy notorio porque llegó aquí con la idea de estudiar medicina a su regreso. Pero no estudió medicina, sino normalismo, porque eran las únicas dos que no eran maestras.

-El proyecto de Sarmiento fue genial y demencial. Trajo a mujeres que no hablaban castellano a un país que aún no estaba conformado, convulsionado. Además de ser cultas y de buena familia exigía que fueran jóvenes y bellas. ¿Cambió tu imagen de Sarmiento luego de escribir este libro?

-Mi imagen de él tenía que ver con la que había recibido en mi infancia. Mi padre era historiador y mi hermana se llama Paula por Paula Albarracín, pero también se llama Natacha por la esposa de Trotsky. Uno de los libros que leí de chica fue la vida del Chacho Peñaloza escrita por José Hernández, una especie de panfleto poético en contra de Sarmiento donde es acusado de ser bárbaro y asesino. Para mí era eso, bárbaro, asesino, degollador de gauchos. Y me encontré con que era un personaje interesantísimo, un gran escritor con proyectos mesiánicos como este, que se decía unitario pero en realidad era federal porque le interesaba el interior, quería intervenir en él. Y no solo le importaba San Juan, le interesaba que las maestras llegaran a Jujuy, al límite con Bolivia. Era un ser extraordinario, muy entusiasta. Sus libros de viajes son hermosísimos. De modo que sí modifiqué mi visión. Lo vi como un personaje muy complejo.

Entre las cosas que descubriste figura que una maestra murió de sífilis aunque su certificado de defunción dice otra cosa. ¿Cómo fue eso?

-Ah, eso fue muy interesante. Yo tenía un libro que había escrito Alice Houston Luiggi, una gran historiadora estadounidense esposa de un ingeniero. Vino a la Argentina entre los años 1940 y 1949 y se puso a investigar sobre las maestras. Hizo entrevistas y las guardó en papelitos dactilografiados y con todo ese gran material escribió un libro muy lindo, con fotos, escrito como si fuera una de las maestras, con ideas protestantes, puritanas, pero con información. No hay citas, por lo que es inasible. Pero yo tuve acceso en una universidad de los Estados Unidos a todos los papelitos en los que ella había guardado las entrevistas. Era una historiadora extraordinaria cuyo libro no había estado a la altura del material que tenía. Yo había leído en su libro que la maestra Agnes Trégent tenía una “afección nerviosa”. Pedí el certificado de defunción en el cementerio de la Recoleta y allí decía que había muerto de dementia paralìtica. Lo investigué porque me pareció raro que dijera que había vivido su enfermedad en un altillo y que, cuando murió, la escondieron. La dementia es el último grado de la sífilis, según averigué, pero a la sífilis no se la nombra, se usa un nombre encubridor. Consulté con un investigador rosarino que publicó  un libro sobre el cementerio de Rosario y me confirmó que en esa época se encubrían las enfermedades vergonzosas. Hay otras dos maestras de las que se dice que murieron de un tumor cerebral y yo sospecho que es sífilis.

A las maestras suele tomárselas  como un grupo indistinto, pero sus historias particulares revelan cosas muy interesantes.

-Sí, todas las historias están vinculadas. Algunas maestras, como Sarah Boyd, que había venido como institutriz, encuentran su destino en Argentina. En un momento, trae a su sobrina al país y esta se enamora de otra maestra en el viaje. Ambas forman una pareja que duró 53 años en Mendoza. Ambas están enterradas juntas.

-¿Cómo descubriste la relación entre la abuela inglesa de Borges  y las maestras de Paraná?

-En un diario íntimo de la prima de dos maestras, las niñas Allyn, leí la primera mención a la señora Borges. Pensé que era una coincidencia que esa mujer tuviera el mismo apellido que Jorge Luis Borges. Pero luego leí en el diario de Sarah Eccleston “es una inglesa que se casó con un sudamericano” pensé que podía ser la abuela de Borges y me compré todas las biografías de Borges que encontré. El período de tiempo coincidía, mencionaban que había estado en Paraná, pero no encontré el dato de que les daba pensión a las maestras hasta que no llegue al biógrafo Alejandro Vaccaro  y a Alice. Estaba muy emocionada de que la abuela de Borges estuviera relacionada con mis maestras. Empecé a estudiar su historia, que es apasionante, y a buscar en todas las cartas y en todos los diarios las menciones a ellas. Encontré un montón porque ella era amiga de las maestras. Como no había iglesia protestante, los servicios religiosos se hacían los domingos en su casa. Se hizo muy amiga de Sarah Eccleston, la maestra de Paraná, que cuando fue a Buenos Aires puso una escuela particular donde trabajó como profesora de inglés Caroline, la hermana de Fanny.

-¿Qué sentiste durante la investigación?

– Sentí que ellas estaban escribiendo nuestra historia. No quiero decir que la escribieran mejor que nosotros, sino que nos estaban dando datos pequeños, domésticos, sobre nuestros modos de vida que no hay otra manera de conocer: desde cómo se vestían a cómo se bañaban.

Cómo aprender con el cuerpo

–Es curioso que, siguiendo la escuela de Pestalozzi, Sarmiento propusiera la práctica de gimnasia, la calistenia. Supongo que en esa época y en estas latitudes eso producía escozor porque era considerado  inmoral. De hecho, las damas patricias nunca admiraron a las maestras inglesas.

–Esta pedagogía pestalozziana tiene que ver con la escuela de pedagogía Waldorf, que postula que el maestro o la maestra tiene que convertirse en el ideal del niño, porque más que por el aprendizaje repetitivo aprende por la imitación. Por eso Sarmiento pensaba que, si mandaba a personas atractivas para las niñas, iba a ser más fácil identificarse y querer imitarlas. La calistenia tiene que ver con eso. Por ejemplo, a los niños que tenían problemas en matemáticas los mandaban a hacer gimnasia porque existía la idea de que estaba muy relacionado el cuerpo con la mente. Además, había una cuestión política, porque si los sirvientes llevaban los libros de los niños era porque había sirvientes. En Estados Unidos había habido esclavos, pero la esclavitud se había abolido y no había sirvientes en la gran masa de clase media. En este sentido, las maestras tuvieron una gran y buena influencia en las niñas argentinas.