Los estadounidenses son expertos en crear enemigos externos. No quiere decir que no los tengan, ni que todos sean artificiales, pero es una estrategia política y cultural instalada durante décadas. Funciona, entre otras cosas, para cohesionar al imperio cuando se agudizan sus propias contradicciones. En ese engranaje se articulan políticos, medios de comunicación, la industria de Hollywood.

La caracterización de los rusos durante la guerra fría es el mayor ejemplo. Seres sin sentimientos. El personaje del boxeador Iván Drago en Rocky IV. Mata a golpes durante la pelea de exhibición al bueno de Apollo Creed, un hombre un tanto engreído pero de corazón noble. Mientras Apollo yace en la lona del ring con convulsiones, tras la golpiza, Iván lo mira de costado sin la menor compasión. Así son los rusos, aunque cualquier libro de Dostoievsky describa lo contrario: emotivos, pasionales al extremo. 

Los árabes son una serie de tribus fundamentalistas que tienen armas que no saben manejar. En cualquier película que se precie, en la que haya alguna batalla contra un supuesto grupo extremista islámico, en algún momento aparece un actor con aspecto semita al que le sale chanfleado el cohete de una bazuca. Y el impacto se produce en cualquier parte menos en el objetivo. Porque no son solo extremistas sino torpes también.

Qué decir de China. Donald Trump le decía “la gripe china” al Covid-19. Todavía no hay tantas películas –ni libros– en las que los chinos aparezcan retratados como enemigos de una manera vendible para el gran público. Pero es de esperar que surja en breve una batería de historias con los chinos creando grandes complots de sabotaje, guerra biológica, contaminación del agua, pastillas que provocan la ceguera, lo que fuere.

Rusia ha vuelto al centro del escenario internacional. No tiene la fuerza del imperio soviético, pero en la Era Putin se reinstaló como suprepotencia, en primer lugar militar. Quedaron atrás las etapas de buenas ondas entre EE UU y el país más extenso del mundo. Se dieron durante parte del ciclo de Mijail Gorbachov y el de Boris Yeltsin. El resurgimiento del histórico orgullo nacional ruso es visto por los estadounidenses como una amenaza a su seguridad nacional. Revive la narrativa de la guerra fría. Y China que va camino a convertirse en la principal economía del mundo, si es que no lo es ya.  

La derecha argentina, política y mediática, expuso de nuevo esta semana su total alineamiento con la narrativa de la embajada norteamericana. Se mezclan ahí dos objetivos simultáneos. Uno: atacar a Alberto Fernández por lo que sea, si dice A, B, C, o todo lo contrario. Y dos:  subirse de modo acrítico a la caracterización que la embajada quiere difundir de quienes considera sus principales adversarios en la disputa por el poder mundial.

Es un misterio cuánto de estos prejuicios importados penetran en la sociedad argentina. Históricamente, el rechazo por los ingleses y los estadounidenses ha sido mayoritario. Pero todo puede cambiar. Quizás en una futura marcha opositora haya carteles que digan: “Fuera China comunista y Rusia zarista neosocialista”. “Fuera chavismo y bolivarianismo”.

Todo es posible cuando la única apuesta es el impacto y la confusión. «