Un fatalista diría que la escritura estaba en el destino de la escritora bogotana Laura Restrepo, dado que se relaciona con ella por partida doble. Por un lado, es periodista. Conoció a Gabriel García Márquez -quien también se relacionó con la escritura desde dos lugares distintos- en la revisa La Semana, de cuyo Comité de Redacción Gabo formaba parte. Por ese entonces, ya había estrenado su smoking blanco para ir a recibir el Nobel, pero su éxito literario no hizo que el oficio de periodista dejara de aguijonearlo. Restrepo lo considera como un maestro por las devoluciones que hacía de los artículos que se escribían en aquella redacción.

Pero el contacto continuó más allá del periodismo y la literatura, a través de la política. En 1983, Restrepo fue elegida para integrar la comisión encargada  de entablar las negociaciones entre el gobierno de Colombia liderado por Belisario Betancurt y el grupo guerrillero M19. En esta difícil tarea, Gabo le prestó ayuda. Tres años después de ese hecho, Restrepo dio a conocer Historia de un entusiasmo, donde cuenta cómo fue el nacimiento del grupo M19. Las amenazas de muerte que recibió por ese libro determinaron su exilio en México y en España.

Con cierta frecuencia, se la relaciona con Marcela Serrano y con Isabel Allende. El escritor Héctor Abad Faciolince, su coterráneo, la desliga de ese trío: “Laura Restrepo –dice- no es la Isabel Allende ni la Marcela Serrano de las letras colombianas. Si hiciéramos un triángulo con ellas, a Laura habría que ponerla en el ángulo más abierto, más osado y más amplio (…). Es una mujer y una escritora compleja, difícil de atrapar en pocas frases, quizá como el país donde nació, Colombia, que tampoco se puede explicar en cinco párrafos. Para hacerse una idea: hija de una familia mucho más que acomodada, fue mucho más que «progre», trotskista dura, militante de izquierda, en un país donde serlo entraña todos los peligros imaginables”.

En su última novela, Canción de antiguos amantes, conviven la realidad y el mito.

Con Médicos sin Fronteras recorrió en tres viajes sucesivos: Yemen, donde estaban bombardeando los hospitales, Etiopía y la frontera somalí. Allí vivió a la vez el horror y la maravilla de estar en los territorios donde se ubica el espacio mítico del Reino de Saba el escenario en que se desarrolla Canción de antiguos amantes.

En la contratapa de su última novela dice que esta surgió a partir de los viajes que usted hizo con Médicos Sin Fronteras. Sin embargo, tengo la sensación de que es un trabajo que quizá venía de antes y que esa geografía le sirvió para meterse más en el tema. ¿Cómo fue realmente el origen de este libro?

-Los viajes fueron tres, pero el libro me tomó siete años. Como tú dices, hubo algo más que los viajes. Digamos que estos fueron parte de toda una investigación. El proceso de escritura fue largo. Durante esos siete años, publiqué otros dos libros, Pecado y Los Divinos. Pero nunca dejé de trabajar en Canción de antiguos amantes.

-¿Cuál era la idea de este libro en el momento en que comenzó a pensarlo?

-Quería que fuera una historia ampliada de las mujeres migrantes, un poco con la idea de que hay un mismo gran río que parte de América, corre por África y pasa por esa península Arábiga y esa parte de África donde se ubica la novela. De modo que, como dices, hay una continuidad y es un tema que excede los viajes, es más amplio y lo vengo trabajando desde tiempo atrás en otras novelas como La multitud errante y Hot Sur,

-Usted se refiere en su novela a la reina de Saba, una figura mítica de la que hablan la Biblia, el Corán, la Torah. A la vez, cita a muchísimos escritores. ¿Qué relación existe para usted entre el mito y la literatura?

-Dado el tema, como latinoamericana y tercermundista tenía la sensación de que no podíamos seguir contando historias tristes, exóticas, de los pobres del Tercer Mundo, porque es como que eso rodaba, pasaba inadvertido. En el mundo es tanta la tragedia y es tal la magnitud del desplazamiento, que quienes lo padecen ya no son personas, son cifras. Entonces, a partir de esas citas que mencionas y del estudio de lo que sucede en esos lugares, lo que me propuse buscar es el núcleo que hay detrás de ese desplazamiento femenino. No se puede contar solo la gran tragedia que se vive, sino que hay que contar también la gran aventura mítica que significa echar a andar por el camino no solo con la intención de salvarse, sino también de experimentar la sensación de una civilización que se está viniendo abajo. Eso lo tenía muy presente porque grandes escritores como García Márquez y Borges lo que hacen es respaldar con mitos sus historias y logran un nivel de universalidad que hace que no se lean como referentes del rincón de lo exótico. ¿Cuál era el gran mito de esa región de Yemen y las fronteras de Somalía y Etiopía? Pues fíjate que me lo dieron las mujeres mismas cuando viajábamos en las ambulancias de Médicos Sin Fronteras que iban buscando los sitios donde la gente está en problemas. Nos encontrábamos con esa multitud de mujeres que van desierto adentro en pésimas condiciones, con la ropa en jirones, con la piel quemada por el sol y por la sal. Cuando me acercaba a preguntarles quiénes eran y de dónde venían, muchas de ellas me decían “yo soy descendiente de la reina de Saba”. Y lo decían hasta con altanería como queriendo decir “tú vienes de un mundo donde lo tiene todo y nosotras no tenemos nada, pero nosotras somos descendientes de la reina de Saba, nosotros pertenecemos a una cultura que va a sobrevivir cuando la tuya ya sea ceniza”. Me llamó la atención lo vivo que estaba el mito en esas tierras, donde era un motivo de identidad, de orgullo e, inclusive, de sobrevivencia.

Conocer la geografía del mito, el desierto, le permitió también ponerse en contacto con un problema real y cada vez más candente como es la falta de agua en el mundo.

-Claro. El primer viaje lo hice hace unos siete años y los otros dos, hace unos cuatro o cinco. Cuando estuve allí, por el avance del desierto, por las guerras, por el fanatismo religioso, la sensación que tuve es “aquí el fin del mundo ya empezó”. La Tierra se va secando, hay guerras sin fin, hay hambre y entonces mi pensamiento fue “hacia acá vamos todos”. Cuando ya estaba escribiendo la novela se produjo la pandemia y entonces sentí que había vivido una situación excepcional, que había vivido antes en carne propia lo que podía ser el fin del mundo y que lo que yo había vivido comenzaba a ser una situación colectiva. La pandemia fue como un campanazo que nos advertía que no puede seguir así, porque vamos hacia el despeñadero. Entonces sentí que la novela adquiría un eco más allá de la región sobre la cual yo escribía.

En su novela usted le da a la reina de Saba una primera vida que transcurre bajo tierra, es decir que es una mujer muy terrena. ¿Eso corresponde al mito o es una creación suya?

-Eso me lo inventé, me basé en mi imaginación pero en parte también en las historias que recogía en el camino, en los abordajes de ciertos escritores. Por ejemplo, en Flaubert la reina de Saba es una mujer muy hermosa, llena de joyas, con un corsé tan apretado que no la dejaba respirar. Malraux critica esta historia de tanta riqueza y belleza como ideal típicamente femenino. Su reina de Saba no era eso porque las mujeres de ese reino son unas guerreras del metal, unas caminantes con una gran voluntad de vida y una capacidad enorme para luchar contra la muerte. Era elegante, sí, pero vestida con harapos. Entonces yo elegí que mi reina de Saba fuera un bello monstruo, que su sexo estuviera difuminado, que no se supiera si era hombre, mujer o animal. Por eso tiene una pata de cabra. Tampoco se sabe si está viva o está muerta, su situación es ambigua, es del pasado pero está en el presente, es mítica pero te la encuentras y conversas con ella. Como sucede en muchos mitos griegos y de la India es una especie de amalgama en la que conviven todas las características de este mundo y del otro. Y también es una constante ese mito dantesco de bajar al infierno para poder tener comprensión. Entonces la repudian y la entierran porque en esa bajada al infierno es donde ella tiene los conocimientos y la sabiduría que le van a permitir convertirse en el símbolo del anti poder. Por eso, en mi versión, nunca llega a ser reina porque eso de la nobleza nunca me ha llamado la atención. Ella es destronada, le arrancan el poder.

-¿Cómo nació el personaje femenino de Zahra Bayda, esta mujer que se dedica a traer niños al mundo porque es partera?

-Está inspirado en una partera somalí que conocí en uno de los viajes con Médicos sin Fronteras. Era una mujer políglota que conocía todas las lenguas del lugar y que nos iba llevando por los distintos grupos de refugiados de Kenia, de Somalía, de Etiopía. Imaginé que la reina de Saba tenía que ser como ella. Muchas de las cosas que me contó de su vida están en la novela.

-¿Por qué cree que los seres humanos tenemos necesidad de narrar?

-Te lo puedo contestar con algo concreto que vi durante mis viajes y son los papelitos escritos en distintas lenguas que llevaban las mujeres en una bolsita de plástico colgada del cuello. En ellos contaban una mínima biografía. Los papelitos decían “me llamo así”, “vengo de tal lugar”, “perdí a mi marido en la guerra” o “tengo a mi madre enferma y necesita una medicina”. Cuando veían a alguien que era extranjero, corrían a entregarle esos papelitos porque pensaban que las podía ayudar. Hay una necesidad de la gente de dejar por vía escrita un testimonio de su paso por la vida. Es como quien pone un mensaje en una botella y la arroja al agua. Las palabras pueden hacer que toda una vida, que toda una lucha no hayan sido en vano. Son una forma de trascender.   «

La reina de Saba y las mujeres desterradas

¿Qué la decidió a hacer esos viajes con Médicos sin Fronteras?

-Cuando Médicos sin Fronteras me propuso el viaje, yo no sabía nada de Yemen, era algo fuera de mi geografía mental, pero lo había leído a André Malraux y sabía que él había contratado una avioneta y había sobrevolado el territorio buscando la mítica Solimán del reino de Saba. Yo había leído ese precioso librito de él que se llama, precisamente, La reina de Saba. Eso era todo lo que sabía entonces, pero me interesaba. Al llegar allá, cuando me encontré con esas mujeres tan arraigadas en el mito, pensé que Malraux había hecho mal en buscarlas desde el aire, porque la reina de Saba estaba en los caminos, camina entre las mujeres desterradas.

Tú me preguntas sobre las citas. Escribir este libro me implicó muchas lecturas. Todo mito está vivo en la memoria de diferentes maneras. Entonces tomé a varias figuras que han tratado el mito de esta reina y las incorporé en la novela tratando a verla a ella desde los diferentes ángulos de cada una de esas personas que hablaron de ella. Deseaba que el lector, si quiere seguir esas pistas, tenga los datos precisos para poder hacerlo. De ahí las citas detalladas tanto de teóricos como de novelistas o teólogos como Tomás de Aquino. De esta manera el lector, si lo desea, puede seguir las huellas del mito a través de esos pensadores.