Una novela de esperanzas y frustraciones. Dos historias que ocurren con un siglo de diferencia pero que se vinculan entre sí. Un policial cuya estructura permite contar parte de la historia de Cuba. Esta es una síntesis extrema de la última novela que Leonardo Padura vino a presentar a la Argentina: Personas decentes.

En ella, el ya conocido personaje Mario Conde, un expolicía que se dedica a la investigación y que ya protagonizó otras ocho novelas del autor, no solo reaparece, sino que va desplazando al escritor que lo creó, dado que además de estar presente en la historia más reciente, es quien escribe la historia pasada.

A dúo, Padura y Conde, ambos cubanos, curiosos y «palabreros», como le gusta decir de los cubanos al autor entrevistado, escriben una novela exuberante, barroca en el lenguaje y en la cantidad de sucesos. Entre los dos sumergen al lector en un mundo paralelo apasionante y lo guían por un laberinto por el que la curiosidad lo empujará a avanzar, pero del que no querrá salir. Terminar un buen libro es ser un exiliado de un universo construido sin otra cosa que palabras.

Foto: Pedro Pérez

–Te escuché decir varias veces que cuando escribís un libro lo primero que te preguntás es para qué lo escribís. ¿Para qué escribiste Personas decentes?

–Mira, cuando un escritor comienza a preguntarse para qué va a escribir un libro, en este caso específicamente una novela, tiene que ver con un fenómeno muy importante que es la intención con la cual va a trabajar un determinado asunto. Eso, por lo menos a mí, me orienta mucho y, sobre todo, me dice cuál va a ser el sentido del trabajo que voy a realizar, cuál va a ser el propósito que va a tener. Después viene el resto de las preguntas que pueden ser muy importantes: cómo va a escribir esa novela, cuál es la estructura, cuál es el lenguaje, cuál es la perspectiva de los personajes… En fin, toda una serie de elementos que componen el proceso creativo de una novela. Pero esa pregunta es previa a ese proceso creativo y para mí es muy importante. En una novela como Personas decentes, yo quería hablar en un sentido conceptual de los destinos irrealizados de Cuba y por eso mezclo dos historias. Una historia que tiene que ver con un personaje real que existió y vivió en La Habana en 1910,fue el hombre más famoso de La Habana, un proxeneta, y una historia que ocurre en 2016 en un momento muy especial de la historia reciente de Cuba, cuando el presidente Barack Obama va a Cuba, se hace el concierto de los Rolling Stones y hay todo un movimiento en la ciudad. Junto con eso quería hablar del fenómeno de lo que fue la persecución, la marginación de intelectuales, sobre todo en los años ’70, que aunque no fue exclusivo de los años ’70 fue mucho más agudo en ese período, pero (quería hacerlo) no desde el punto de vista de las víctimas, sino del de los victimarios: quiénes habían sido estos personajes, cómo habían actuado, con qué pretextos o con qué razones o qué convicciones habían actuado. A partir de ahí decidí escribir esta novela.

Foto: Pedro Pérez

-¿El Abominable existió entonces?

-El Abominable es una suma. Este personaje que se llama Reynaldo Quevedo, el Abominable, es el que aparece muerto en las primeras páginas de la novela, lo que convoca a Conde para que pueda hacer una investigación. Este personaje es la síntesis de varios de estos personajes que existieron, fueron reales, y que en el año 2004/2005, de pronto empezaron a aparecer en los medios cubanos como si nada de aquello hubiera ocurrido. Eso provocó una protesta de parte de un grupo de intelectuales. Fundamentalmente, aquello se resolvió por vía del correo electrónico. Todavía no existían otros medios como los grupos de WhatsApp y estas cosas que existen ahora. Las redes sociales no tenían la misma dimensión. Fue una respuesta de la comunidad literaria y artística cubana a un período muy gris de la cultura en la que estos personajes aparecieron. Quevedo es un ser creado con unas dosis de maldad muy marcadas porque yo quería que ese personaje tuviera ese perfil abominable que tiene, que el lector lo rechazara. Porque muchas veces, con los personajes que yo trabajo, víctima o asesino, resulta que puede haber incluso una cierta empatía por las circunstancias que lo llevaron a unos a ser víctimas y a los otros a ser victimarios. Aquí mismo, en esta novela, al final lo sabrá el lector, hay un personaje que ha hecho algo y que es difícil de condenar. El propio Mario Conde siente que ha llegado a una verdad que le duele. Siempre estas novelas son pura búsqueda de una verdad o de varias verdades y hay que revelarlas al final.

–El libro es, entre otras cosas, un tratado de la decencia. Personas decentes tiene un sentido irónico. Pero también hay una pregunta sobre la decencia: si se puede ser una buena persona habiendo matado. Por otro lado, Yarini era un proxeneta y, sin embargo, era un hombre muy querido.

–Era un ídolo indecente.

-Claro. Ahí hay una filosofía sobre la indecencia.

-Hay un juego entre distintas actitudes éticas de las personas y determinadas acciones que hacen en momentos específicos de su vida que pueden llevarlas a romper determinados equilibrios éticos. Existe un contrato social que es el que permite que no nos vayamos matando los unos a los otros por la calle. Al chofer que se adelanta y hace una barbaridad a uno le dan ganas de matarlo y sabe que no puede matarlo. A veces matan a un chofer, ¿sabes? Eso pasa también en New York (se ríe). Una de esas estructuras de comportamiento, la más conocida, podría ser los diez mandamientos: no matarás, no envidiarás… en fin. El mundo funcionaría mucho mejor si se cumplieran, pero son muy pocas las personas que cumplen con los diez mandamientos. En este caso hay un personaje que siempre ha sido una persona decente y que yo necesito que sea una persona decente, que es Mario Conde. Su decencia le da la estatura ética para poder juzgar a esos indecentes con los que se va encontrando constantemente. A diferencia de la novela policíaca que se escribía en Cuba hace 30 años, en la que siempre los malos eran agentes de la CIA o contrarrevolucionarios internos, en las mías muchas veces son personajes que tienen una cobertura de iluminados y de poseídos por determinadas estructuras del poder: un jefe de empresa, un viceministro, o este señor que fue un dirigente de la cultura… Se demuestra que son, realmente, los más indecentes. En esta novela está el fenómeno de la prostitución que era algo que a mí me interesaba. El personaje que cuenta esta historia del pasado es un teniente de la policía, un personaje de ficción que se mueve alrededor de un personaje real en una historia real y en un contexto real: ese mundo de la prostitución de principio del siglo XX en Cuba, los primeros años de la República. Y esta persona que es bien considerada empieza a resbalar sin cometer grandes indecencias, pero él mismo se va cuestionando su propia decencia y se va acercando a un mundo que siempre fue y sigue siendo considerado indecente, que es el mundo de las prostitutas. Pero yo me pregunto, ¿cuando una mujer se prostituye, es decir, que vende lo único que tiene para sobrevivir, tenemos derecho a juzgarla como una persona indecente? Es muy complicado. No creo que las novelas tengan que darle una respuesta a todo, no son un ensayo filosófico: «La vida es así». Ni un tratado científico: «El mundo se creó de tal manera». Las novelas proponen miradas a la realidad que muchas veces con lecturas como las que tú acabas de hacer se complementan. Y eso es importante. Creo que si lo que yo digo no tiene un efecto o una contraparte o una reflexión por parte del lector, pues no se ha completado realmente el ciclo de lo que es la escritura de una novela, que es una obra de ficción que se escribe con fines estéticos y que trabaja con recursos artísticos. Tener ese tipo de miradas, que pueden ser a veces incluso contradictorias con la del autor, es muy válido, es muy necesario.

–Suele creerse que la decencia es la que se ajusta a una ética y que esa ética es universal, pero no lo es. En tu novela se habla, por ejemplo, de la ética del delincuente.

–Esa ética del delincuente es muy común. Acuérdate que en la literatura está el ladrón de guantes blancos, personajes que cometen actos delictivos pero que son simpáticos, atractivos. Te cuento una historia de la realidad. En mi casa, una vez se robaron algo. Había un compañero mío de juegos que ya en esa época era un hombre. Pasó frente a mi casa y mi mamá le dijo: «Oye, me has robado esto». Él corrió, fue y regresó como a las dos horas con el objeto. Fue a buscar a los que se lo habían robado y les dijo: «En esa casa no pueden robar». Él prácticamente había crecido en mi casa. Ese hombre que se ha pasado la mayor parte de su vida preso, que es un delincuente, tiene una ética dentro de la delincuencia. A veces los escritores, los artistas, manipulamos esa relación. Recientemente volví a ver las tres películas de El padrino. Un personaje como Corleone está tan bien construido que uno llega a simpatizar con un tipo que es un demonio. La capacidad artística puede poner al espectador en una situación de juzgar la decencia o la indecencia de una manera afectiva. Esa ética del delincuente por supuesto que existe.

Foto: Pedro Pérez

Los parámetros éticos van cambiando. ¿Se puede hacer alguna comparación con las utopías?

–Yo creo que sí. Todas las sociedades han evolucionado y en los últimos 100 años el mundo ha cambiado a una velocidad extraordinaria. Imagínate, por ejemplo, que en la época de Yarini, en 1910, no existía la radio. Diez años después existe la radio, 20 años después existe la televisión, 20 años después el hombre va a la Luna, 20 años después aparece internet. Hay una gran velocidad de las transformaciones en un siglo donde ocurre un proceso de carácter histórico como fue la Revolución Rusa, la creación de un Estado socialista, de un campo socialista después de la Segunda Guerra Mundial. También el fascismo se presenta como una utopía. Hay una novela magnífica de Vasili Grossman que se llama Vida y destino. El gran escritor ruso, marginado, que murió en el ostracismo, habla de cómo esas dos utopías se parecen mucho más de lo que aparentan. Creo que el fracaso de esas utopías ha provocado el desgaste de las esperanzas e ilusiones, las maneras de entender el futuro. Como tanta gente, leí recientemente la trilogía de Harari y, sobre todo, el libro 21 lecciones para el siglo XXI. Realmente estamos ante disyuntivas sociales, económicas, políticas y éticas muy grandes. El futuro nos va a enfrentar a decisiones como, por ejemplo, quién muere y quién no muere. Va a haber avances científicos que van a hacer que tu juventud sea eterna, pero eso significa que para tener esa juventud vas a tener que tener dinero para pagarla. Los que vivan en una villa miseria morirán. Y serán prescindibles. La sociedad se tecnifica cada vez más y en la medida en que se tecnifica, sobra mano de obra. O la utopía china. Vi hace poco un documental que se desarrollaba en una sociedad industrial China. La forma de vida de esas personas que viven en ese lugar y cómo trabajan es el nivel de deshumanización más grande que he visto. Superó todas las imágenes que teníamos de Dickens de los niños cargando carbón en las afueras de Londres y de Zola de los obreros del carbón en las minas francesas. Esto lo supera completamente y ese puede ser el modelo del futuro. Y es terrible, porque el modelo chino en este momento es el más exitoso. Ha mezclado lo peor de dos sistemas, el modelo capitalista y el comunista. Así nos vamos complicando la existencia y el futuro de la humanidad.

-¿Cuánto de Conde tiene Padura? ¿Cuánto es uno y cuánto es otro?

-Mira, ésta es una razón que se ha vuelto un poco paranoica. Hace un tiempo, estaba yo en España y comencé a contar algo que me había pasado y cuando llevaba como tres o cuatro minutos hablando me di cuenta de que era una historia de Conde y la estaba asumiendo como mía. Conde también se va apropiando de historias mías descaradamente. Toda la historia que aparece aquí (se refiere al comienzo de Personas decente) de Motivito con la placa de este disco medio artesanal gracias al cual Conde oye por primera vez A Hard Day`s Night es una historia personal mía. Así, exactamente, pasó y Motivito se llamaba Motivito y el primo de Conde que llega que se llama Juanito es mi primo Juanito. Lo fundamental es que Conde es un hombre de mi generación, con una perspectiva de esa generación, con una serie de gustos, afinidades que son muy cercanas a mí: el gusto por la literatura, el béisbol, la relación con los amigos. Pero Conde tiene su historia, su biografía, su vida personal y yo tengo la mía. Yo soy un escritor y Conde fue un policía, compra y vende libros viejos, ahora está como una especie de guardia de seguridad en un negocio de uno de sus amigos, tiene su grupo de amigos con sus características específicas. Conde me presta sus ojos para mirar la realidad cubana y desde su perspectiva yo hago este intento de una crónica cercana, íntima, de lo que ha sido la vida cubana en estos años. Fíjate que los libros van avanzando en el tiempo y se van contando historias que si las vas entrelazando, tiemnes una especie de cronología comentada de los acontecimientos ocurridos en Cuba desde antes de la crisis hasta el presente.

-¿Sólo te presta los ojos para ver esa realidad? En la trama hay miedo y hay felicidad…

-Sí, hay muchas sensaciones, muchas respuestas ante la realidad que yo expreso a través de Conde. Incluso hay cuestiones que son muy íntimas y que están muy codificadas en las novelas  y solamente los que conocen esos códigos pueden entender que lo que le está pasando a Conde tiene que ver con el escritor que está detrás de Conde. –Conde es un escéptico, un desencantado. Creo que ese escepticismo y ese desencanto también son tuyos. ¿Son generacionales? Sentimientos de época? ¿Tienen que ver con la muerte de las utopías de una generación?

-Mira, has notado todas las razones del desencanto de Conde. Hay razones de época, generacionales, personales. Lo que te puedo decir es que es un pesimismo y un desencanto históricamente justificado. Toda una serie de acontecimientos para que ese pesimismo de pueda existir y manifestarse. En este caso, como es un personaje literario que vive en el espacio restringido de una novela, pues uno hiperboliza un poco determinados sentimientos para poder comunicarlos al lector. Pero su experiencia generacional es la de una generación de la que siempre he dicho que creo que posiblemente sea la mejor preparada que ha existido en la historia de Cuba, una generación mayoritariamente universitaria. Mis amigos son médicos, odontólogos, cibernéticos, matemáticos, arquitectos, ingenieros, biólogos, hasta filólogos como yo hay en mi generación, que somos los más inútiles para una sociedad, aunque de vez en cuando somos importantes, pero no tanto (risas). Fue una generación que trabajó mucho, que se sacrificó, incluso mayoritariamente creyó en un proyecto social y que, en un momento determinado, se encontró con las manos vacías. Yo trabajaba en un periódico en los ’80 y durante seis años prácticamente no pude escribir literatura. Estaba todo el tiempo absorbido por el trabajo periodístico. Escribía largos reportajes como el de la historia de Yarini y cuando salgo del periódico siento que puedo empezar a escribir. Esto ocurre en 1990.

-¿Te fuiste por una decisión tuya?

-Sí. Pude dejar el periódico y pasé a trabajar en una revista cultural donde tenía mucho más tiempo. Publicaba un trabajo cada dos meses y revisaba los trabajos de los colaboradores. Tenía más tiempo para escribir y ahí es que escribo Pasado perfecto. Fue  en los años 90, cuando se produce la implosión de la sociedad cubana por la desintegración de la Unión Soviética, que ocurre un año después, y viene un período de crisis. El hecho de que yo haya empezado a escribir esta novela viviendo en crisis, con una incertidumbre de futuro tremenda y con una enorme cantidad de carencias, porque en esa época faltó todo, por supuesto permea en mi percepción de la realidad y yo se lo transmito al personaje de Conde. Conde escribe sobre la derrota porque ha conocido la derrota. Por eso su pesimismo tiene una justificación histórica y social muy concreta.

Alguna vez dijiste que sentías dolor cada vez que terminabas  una novela.

-Siento un vacío que asocio a veces con la posibilidad de la muerte. Una novela es un mundo y si ese mundo no funciona, la novela no funciona. Muchas veces uno ve que una novela no funciona. ¿Qué falló? Que el autor no fue capaz de crear esa sensación de que tú entras en un mundo que tiene una lógica, una coherencia, una correspondencia entre las actitudes de los personajes, los contextos… Una novela como El hombre que amaba los perros, por ejemplo, fueron cinco años de trabajo, dos de pura investigación y tres de escritura sin dejar de investigar cosas terribles: los procesos en Moscú, la traición a la República Española por parte de los soviéticos, la creación del personaje de Ramón Mercader como asesino. Estás metido en ese mundo y cuando sales, sientes un vacío que es un poco doloroso aunque hayas estado en un mundo tan pétreo como ese, porque has habitado ese universo junto con esos personajes. Todo termina y cuando todo termina, como dice el final de Conversación en la catedral, después uno se muere (se ríe).

¿Se cura el dolor con un nuevo trabajo?

-Es un proceso que trato de no violentar. Hubo un momento en que terminé una novela y comencé a escribir otra muy pronto y tuve que detenerme porque me di cuenta de que no había salido del mundo de la novela anterior y que, de otra forma, con distintos personajes y con otra historia, estaba escribiendo la misma novela. Por eso, entre una novela y otra, prefiero hacer un trabajo para el cine, escribir un ensayo, dar unos cursos, hacer la promoción de un libro.

Es esta novela leí la frase “sentarse a sudar las palabras” que creo haber leído en otra en otra novela tuya-

-Tiene que ver con la responsabilidad de quien escribe, que es una responsabilidad con el lector, pero también con uno mismo. Siempre digo que cada novela que he publicado es la mejor novela que he sido capaz escribir en ese momento. Si no es mejor, ha sido por falta de talento, pero no por falta de esfuerzo. Ese esfuerzo a veces va por pesar palabra por palabra lo que dices. Yo tengo una novela que se llama La novela de mi vida y que es muy importante para mí. Su escritura fue muy reveladora de muchas cosas de la esencia y la existencia del ser y la espiritualidad cubana. Está pesada palabra por palabra. Tiene una parte que se desarrolla en el siglo XIX contada en primera persona en un falso estilo de novela romántica porque tampoco le voy a traer a un lector contemporáneo un lenguaje de novela cervantina. Eso me obligó a pesar cada palabra, porque uno tiene que tener mucho cuidado con el contexto, la verosimilitud y la correspondencia del lenguaje, de las actitudes, de las informaciones con ese contexto. Y eso se decide palabra por palabra. Hay que sudar palabra por palabra.   «

Una mirada sobre la realidad social

–¿Cómo ves a la Argentina y a la región?

–No me atrevo a hacer un diagnóstico, a dar una opinión, porque me molesta mucho que alguien vaya a Cuba, esté cinco días y trate de explicarme Cuba, cosa que pasa con mucha frecuencia. Para hacer el diagnóstico de una realidad hay que vivirla. Puedo decir que en América Latina es un momento muy raro, con altas y bajas en cuanto a las esperanzas. Vamos a ver qué ocurre con las elecciones en Brasil. Puede ser decisivo en un sentido o en otro. Brasil es Brasil, un país que decide mucho en la economía y en la política latinoamericana, pero nada está seguro. Desde el desconocimiento yo pensaba que el referendo constitucional de Chile iba a ser fácilmente aprobado y no fue aprobado. Es que no conocía suficientemente la realidad chilena como para hacer ese diagnóstico.

–¿Cómo está hoy Cuba?

–En un momento muy crítico. Después del gran momento de euforia, de gran movilidad, vino el gobierno de Trump, recrudeció muchísimo el bloqueo. Muchas veces se dice que el bloqueo es un pretexto, pero no, es real. Vino la pandemia, se paralizó el turismo. Cuba apenas se está recuperando. La economía cubana ya venía en un estado casi catatónico. Recientemente se ha hecho una modificación cambiaria, lo que ha provocado una enorme inflación. La de Argentina es pequeña en relación con la de Cuba. Falta todo. Falta la leche, el pan, las proteínas, las medicinas que es una de las cosas más terribles. Entre otros efectos, esto ya desde el año pasado está provocando protestas. Sobre todo hay un efecto que es más duradero y que va a marcar más la sociedad cubana y es el éxodo masivo de jóvenes. Se considera que en el último año fiscal por la frontera de los Estados Unidos han pasado casi 200 mil cubanos, la mayoría jóvenes que viajan desde Nicaragua cruzando toda Centroamérica, la ruta de los coyotes, para llegar a los Estados Unidos.

–¿Cómo sigue tu vida en La Habana? ¿Seguís teniendo tu Subaru Vivio?

–Sí, tengo mi Subaru Vivio del año 97. Un auto nuevo en Cuba es incomprable. Vivo en la misma casa. Allí tengo a mi mamá. Tengo un patio donde cultivo plátanos que son muy perversos porque se maduran cuando yo estoy fuera de Cuba. Vienen los vecinos y mi mamá reparte. Trato de hacer una vida lo más normal posible. Trabajo en la mañana. Por las tardes atiendo el patio y hago un poco de ejercicio. Y cada vez que puedo, me reúno con mis amigos. Si hay vino, tomamos vino. Si no hay vino, pues tomamos agua.

 

 

Mario Conde mano a mano con Leonardo Padura

-Si no me equivoco, esta es la novena novela protagonizada por Mario Conde. Va ganando espacio, cada vez escribe más. Me pregunto cuál será el destino de Conde, si lo tenés previsto.

–No completamente. Hay una novela de las primeras que se llama Máscaras, relacionada un poco con esta última, en la que aparece un relato escrito por Conde. Él encuentra un personaje que fue una de las víctimas de Reynaldo Quevedo que le cuenta toda esta historia, pero lo hace desde el punto de vista de las víctimas. Eso lo entusiasma y él escribe un relato que aparece en esa novela. Después, más recientemente, en La transparencia del tiempo, hay una serie de viñetas del paso del tiempo hacia atrás alrededor de unas vírgenes negras y también una reflexión sobre la relación del hombre y la Historia que están escritas por Conde. Y en esta novela, Personas decentes, aparece toda  una novela escrita por Conde. Toda esa novela que se desarrolla en 1909 /1910 con un personaje que es Arturo Saborit, en primera persona, está escrita por Conde. Él ha ido avanzando en su manera de entender el mundo, en su forma de comportarse en la sociedad  porque ha ido envejeciendo. En la primera novela tiene 35 años y en esta tiene 62. No sé, realmente, de manera puntual cuál será el futuro de Conde, lo que sí he pensado es que, cuando decida hacer la última novela en la que aparezca Conde será una novela totalmente escrita por Conde. Va a ser como una despedida. Eso será en algún momento, no sé cuándo, pero espero que se demore un poquito.