La recomendación de libros sobre cine ya se ha convertido en un clásico de esta sección. Una costumbre deseada y repetida que permite, desde esta página, que esos dos placeres mayúsculos que proporcionan los libros y las películas se fundan en un éxtasis mayor, en el que es posible ser, al mismo tiempo, lector y espectador. O lo más cerca de eso que se puede estar en el mundo real.

Esta vez se trata de dos volúmenes que parten de premisas que parecen oponerse, pero cuyas lecturas también pueden resultar, eventualmente, complementarias. No porque sus temas estén emparentados de manera directa, sino más bien porque los dispositivos que proponen a la hora de acercarse a su objetivo apuntan a llegar por caminos distintos al mismo punto de reunión: entender mejor al cine.

Al cine desde dos libros

Se trata por un lado de Los cines por venir (editorial La Marca Editora), del cineasta y crítico colombiano Jerónimo Atehortúa, y de Magnolia (Cuarto Menguante Ediciones), del guionista y crítico argentino C. Cítrico. El primero ofrece una serie de conversaciones que el autor mantuvo con quince directores contemporáneos. Cada uno de ellos representa una forma distinta de entender y de hacer cine, pero todos coinciden en el hecho de trabajar sobre los márgenes de la industria cinematográfica.

El segundo también propone un diálogo: aquel que el propio autor establece con la película homónima de 1999, tercera de la filmografía de Paul Thomas Anderson. Se trata de uno de los cineastas más personales y menos complacientes del Hollywood moderno, universo en el que casi todos parecen más preocupados por los arqueos de caja que por las películas que realizan.

La lista de entrevistados por Atehortúa resulta muy amplia en muchos sentidos. Esta incluye a los argentinos Mariano Llinás, Albertina Carri y Lucrecia Martel; los portugueses Rita Azevedo Gomes y Pedro Costa; los españoles Albert Serra y Víctor Erice; los colombianos Luis Ospina y Víctor Gaviria; la italiana Alice Rohrwacher, el filipino Lav Díaz, el rumano Radu Jude, el mexicano Carlos Reygadas, el tailandés Apichatpong Weerasethakul y la estadounidense Kelly Reichardt. Sus nombres conforman un verdadero Atlas del cine moderno, en el que es posible descubrir distintas formas de entender, hacer y ver el cine, cuyas diferencias surgen de la distancia geográfica y cultural que los separa. Pero que también revela coincidencias asombrosas.

Se trata en todos los casos de autores cuyos trabajos no pueden reducirse a la categoría de simples relatos, sino que representan auténticas declaraciones de principios respecto del acto de filmar. Logro que, lejos de ser premeditado, es producto de su capacidad para expresarse en la lengua del cine. Ante el compromiso de sentarse a conversar con estos personajes a quienes su fama precede, Atehortúa se revela como un interlocutor oportuno.

Uno que no solo se muestra conocedor de la obra de cada uno, sino también dueño de una mirada propia del oficio y el arte de hacer películas. En cada diálogo de Los cines por venir, el lector encontrará reflexiones capaces de hacerle replantear su vínculo con el cine y el lugar que ocupa como espectador, eslabón central de la cadena cinematográfica.

Eso es Magnolia, el libro: el esfuerzo de un espectador que se propuso descubrir y recorrer todos los caminos que se ocultan en la película del título. Empeño en el que Cítrico logra llegar lejos. No solo por ser capaz de construir un texto que refleja el modo obsesivo con el que se decidió a abordar su tarea, sino porque consigue transmitir esa pasión al lector. ¿Cuántas veces hay que ver una película para notar algunos de los detalles sutiles que el autor halló acá? ¿Y cuántas son necesarias para descubrir que esos detalles de apariencia nimia son, en realidad, importantes para la estructura que sostiene a la película?

Y si bien Cítrico parte de ese análisis exhaustivo de Magnolia, también permite que su trabajo se extienda hacia el resto de la filmografía de Anderson, tendiendo puentes con títulos como Noches de placer (1997), Petróleo sangriento (2007) o la reciente Licorice Pizza (2021). En resumen: el trabajo de un espectador dispuesto a hacer el esfuerzo que demanda dialogar con el cine.