Aurora Venturini podría ser indistintamente una escritora o un personaje de sus propias novelas. Y es un poco de cada cosa.  A diferencia de lo que suele ser el recorrido de un escritor o una escritora que por lo general comienza su carrera de manera ignota, con un seudónimo y muchas veces en algún concurso literario, Venturini llegó a esta instancia a sus 89 años, casi al final de su vida, luego de una intensa y nutrida carrera de producción y publicaciones que sólo algunos conocían. Como una especie de Benjamin Button, su nacimiento al mundo literario llegó casi al final de su vida.

Algo se supo de Aurora a partir de la aparición de sus novelas Las primas y Las amigas editadas por Tusquets. Pero hasta hoy resulta un enigma sin descifrar. Se sabe que nació en 1921, que se graduó en Filosofía y en Ciencias de la Educación en la Universidad Nacional de La Plata, que fue docente y traductora y que trabajó en el Instituto de Psicología y Reeducación del Menor donde conoció a Eva Perón con quien entabló una gran amistad; se sabe también que luego del Golpe de Estado del 55 se exilió en Paris y allí se codeó con personajes como Sartre, Simone de Beauvoir, Camus y Ionesco entre otros.

En el año 2007 se presentó al concurso Nueva Novela organizado por el diario Página 12 bajo el seudónimo de Beatriz Portinari y resultó ser la ganadora con un jurado entre los que se encontraban Mariana Enriquez y Alan Pauls. “Por fin un jurado honesto” fueron las palabras de Aurora al momento de recibir el reconocimiento. Sucede que hasta ese entonces, Venturini había pagado la publicación de todas sus obras y había inventado un premio anual con su propio nombre en el que ella era jurado, entregaba el premio y ponía el dinero.

 Sin embargo, tanto o más interesante que su vida o quienes la rodearon resulta su escritura anticanónica, contravencional y de ruptura expresada no sólo en sus personajes y en las historias que transitan, sino en su manera irreverente de narrar y de construir un relato impuntual que bordea las orillas de la oralidad permanente.

Su camino fue inverso y al final -o al principio- se encontró con quien actualmente es la heredera de los derechos de su obra, la escritora y periodista Liliana Viola. Viola no es una figura aleatoria en la historia de Venturini, es casi su descubridora, es quien leyó esa versión de Las primas escrita a máquina bajo el nombre de Beatriz Portinari que llegó a sus manos en el momento del concurso y es una de las que bregó para que Aurora fuera elegida ganadora. También fue quien tuvo contacto telefónico con ella por primera vez para anoticiarla del galardón. Y la elección fue mutua porque Liliana Viola es a quien Aurora Venturini eligiría luego para delegar los derechos de su obra.

En una entrevista para Tiempo Argentino y ante la pregunta de qué implica para ella tener a cargo la obra de alguien como Aurora Venturini, dice:

“En primer lugar implica intentar liberarme de esa frase que aparece ante la muerte como consuelo pero también como coartada: “ella habría querido tal cosa”. Si así fuera, tengo un margen infinito, porque lo único que parecía desear Aurora, luego de años de buscar reconocimiento en lugares y tiempos equivocados, era escribir y publicar no importa dónde, ni cómo, ni qué. Es imposible cumplir con “lo que habría querido”, pero trataré de cumplir con lo que hizo: confiar en mi, aparecerse una tarde en mi casa con un testamento, decirme “vos sabés lo que tenés que hacer… quiero seguir”. Ahora, todas las fantasías que alimentaron esa confianza corren por su cuenta… Y ya sé que su fantasma me juzgará.

-¿Qué recorrido hizo la obra de Aurora Venturini desde tu perspectiva, antes y después de conocerla?

Cuando aparece como toda una revelación con Las primas en 2007, Aurora Venturini era una típica escritora “fuera de circuito” que publicaba sus libros en ediciones que ella misma pagaba, conseguía prólogos de “nombres propios” como por ejemplo Germán García y Pino Solanas y hasta había instituido un concurso literario con su nombre, cuyos premios pagaba de su bolsillo. Era conocida como un personaje de la cultura platense, tenía un pasado como poeta de la generación del 40, aunque no figuraba entre las mejores. No más que eso, un olvido viviente. Ella escribe  Las primas en dos meses y especialmente para presentarse al concurso. De pronto sucede el milagro. Pero, ¿cuál es ese milagro? No creo que quienes la elegimos entre los cientos de manuscritos hayamos visto algo que el mundo no había sabido ver antes. Creo que Las primas no solo es fabulosa y extrema sino que es su “novela llave”. Es decir, nos permite leer y decodificar lo que escribió antes y lo que escribió después. Es más, me atrevo a decir que no habría ganado aquel premio de haberse presentado con cualquiera de sus otros libros, lo cual no quiere decir en absoluto que Las primas sea el mejor.

Las mujeres de las novelas de Venturini son, en muchos casos,   casi el equivalente a lo que en otra época se llamaba “chicas de Almodóvar” pero con la diferencia de ser nacidas y criadas en estas tierras. Hay una atmósfera de época y de espacio que acompaña a esas mujeres que son feministas sin saberlo porque Venturini transmite algo de ese feminismo que vino a cambiarnos la vida y la perspectiva de lectura.

-¿Cómo creés que fue leída en su momento y cómo creés que es leída ahora a la luz del feminismo?

Creo que una particularidad del feminismo contemporáneo es su estado de alerta, capacidad para encontrar contraseñas y complicidades. Y aquí está el universo Venturini denunciando sin denunciar, presentando el fracaso de los vínculos sin usar jamás esa palabra tan correcta y de autoayuda. Hay coincidencia entre los tópicos de lo que podríamos llamar una “una agenda feminista” pero la perspectiva Venturini es… Iba a decir salvaje, pero prefiero decir: auténtica. El modo en que encara siempre los mismos temas que son el sexo, el malentendido, el aborto, la dominación masculina, la farsa familiar, el amor romántico, los confusos lazos entre mujeres, la deformidad y la minusvalía, está siempre corrido de registro. Fue testigo de una época donde las leyes del patriarcado se marcaban con sangre y consigue narrar en nombre de quien marca y de quien es marcada. Se podría pensar, por cierto tono anticuado en el estilo y un toque conservador,  que es la lectura contemporánea y feminista la que le está dando lo que no tenía. Sin embargo, ella consigue este efecto revelador en todos sus libros y con recursos bien diferentes, por eso esa tentación de considerarla una casualidad y un producto nuestro, se evapora enseguida.

La amistad de Aurora Venturini con Eva Perón surgió a partir de su relación con la esposa del gobernador Domingo Mercante y se vinculó con ella al entrar a trabajar en la Fundación. Venturini, que también había sido amiga de Borges y de Sábato, se jactaba de ser peronista y, de hecho, por este motivo debe exiliarse. El peronismo funciona como telón de fondo y hace posible que su obra pueda ser interpretada como un documento de época.

-¿Cómo aparece representada la relación de Aurora con el peronismo a lo largo de su obra, cómo está presente en relación, sobre todo, a la figura de Evita?

 –El peronismo está siempre, sobre todo porque casi todas sus historias transcurren en la década del 40 y en este país, dentro de una clase social modelada por el peronismo, o en su contra. Coincide con los años de su propia juventud donde conoce a Eva Perón, trabaja en el instituto de menores y toma contacto con la niñez desvalida, chicas y chicos abusados primero en sus casas y luego en la oficina del juez, familias rotas, fenómenos que en esa época se medían con tablas y test.

En Nosotros, los Caserta que es la novela que Tusquets publica ahora en agosto, la protagonista es una hija malquerida de una familia burguesa que vive buscando su estirpe en Europa y sufre la expropiación de sus terrenos. Aurora, construye una protagonista cruel y monstruosa, una representación del ser gorila. En Eva Alfa y Omega, que se reeditará retoma la tradición iniciada por Paquito Jamandreu donde revive anécdotas y deja correr su imaginación para mostrarnos la Eva que le pertenece, la estampa única que ella misma se construyó, como una suerte de selfie del siglo XX.