Una mujer decide abandonar el mundo, su última inocencia, ese resquicio que sostiene la voluntad de vivir, se va esfumando a medida que repite “partir”, “he de partir”, como un mantra. Al final del poema, la repetición se interrumpe con el imperativo: “Pero arremete, ¡viajera!”. Este verso extraído del poema “La última inocencia” de Alejandra Pizarnik podría funcionar como una suerte de prólogo apócrifo de Isla Partida (Almadia), de la escritora mexicana Daniela Tarazona.

Desde el comienzo de la novela, la protagonista se retira a una isla con la intención de suicidarse. Aunque también se queda en su casa, desconcertada, buscando los rastros de la viajera. Este desdoblamiento es un síntoma del dolor y un trastorno neurológico.     

Pero Isla partida no sólo cuenta la historia de una mujer en estado de locura, la representa; la novela discurre como un pensamiento errático, fragmentado, disparatado. Tarazona hace “trampas a la lengua”, como decía Barthes, se mueve en el territorio de la infracción a las reglas del lenguaje, sacude lo predeterminado y nos suspende en el vacío de lo no dicho.

La última novela de Daniela Tarazona

novela

Tiempo Argentino conversó con la autora sobre su última novela, ganadora del premio Sor Juana Inés de la Cruz.   

-En tu novela, la protagonista experimenta un desdoblamiento de la personalidad. ¿Podés explicar la búsqueda de esta experiencia y cómo influye en la trama? 

-A través de esa “habitación” que ella experimenta, en el sentido de estar siendo habitada por otra, quería registrar un pensamiento en crisis y una compañía que ella va persiguiendo, tratando de encontrar dónde quedó, buscar su rastro, saber a dónde se fue. He ido descubriendo con el tiempo que es algo mucho más común de lo que puede imaginarse.  Hay lectores que me han compartido que también experimentan esa sensación de estar siendo habitados, de tener otra presencia dentro suyo.

La novela da cuenta de cómo a veces esa presencia o ese desdoblamiento de la personalidad puede registrar algo muy perturbador de la existencia en el mundo. Este personaje está sintiéndose muy amenazado en un mundo muy feroz. Entonces, hay un rastro que ella persigue e inicia el viaje a una isla. Son todas señales de la crisis del pensamiento. 

-¿Esta duplicidad está también atravesada con la relación que mantiene con las mujeres de su familia? Hay una manera elusiva de retratar esos vínculos.

-Las herencias son muy misteriosas. Y yo quería  representar ese misterio a través de manchas de indeterminación, de sitios que no pueden leerse de manera inmediata, sino que se prestan a la interpretación. Las historias que recibimos de nuestras antepasadas pues, a veces, son acuerdos, construcciones que se han formulado en la familia, pero implícitos. Y la pregunta detrás de eso es qué fue realmente lo que ocurrió o de dónde venimos. Podemos tener muchas respuestas a esas preguntas, pero hay siempre una parte secreta, oculta, no dicha.

-¿Crees que esta ambigüedad permite que los lectores impriman su propia experiencia en la novela, como contabas antes?

-Sí, a mí me interesa trabajar con la ambigüedad en mis textos, lo he hecho desde mi primer libro hasta La isla partida porque me parece cada vez más importante escribir lo indeterminado y la incertidumbre. Son los componentes de nuestra época contemporánea, ese no saber, ese estarnos moviendo en una arena movediza, no poder sujetarnos a certezas… Pero, por otro lado, creo que hay un sistema que quiere hacernos iguales, clasificarnos, matar nuestra posibilidad de ser distintas, de tener una historia propia. Tal vez, incluso desde el lugar de la corrección política, a veces se busca purificar algo que es impurificable que es la experiencia. Por eso es importante trabajar la ambigüedad y dejar espacios vacíos.

-En la novela, la locura aparece, por un lado, como una forma inevitable de vivir esa experiencia “alienante” del sistema, y por el otro lado, la protagonista se ve atravesada por una idea de responsabilidad individual. Hay, además, un despliegue visual de los diagnósticos médicos, con un lenguaje absolutamente técnico.

-Sí, hay una contraposición entre la prosa y las imágenes de los estudios médicos, que están acompañadas por los fragmentos del diagnóstico, en un lenguaje muy específico. Para mí era importante contrarrestar la verdad inamovible de la ciencia con la experiencia personal de la protagonista. Me parecía importante poner en duda esa lectura porque no deja de ser, justamente, una lectura. Es decir, otra escuela de medicina podría haber hecho un diagnóstico distinto, entonces, ¿cómo se lee una imagen? Esta es una pregunta que tiene la protagonista, que está en una situación de indefensión frente a la verdad de la ciencia porque no tiene herramientas para descifrarla, o tiene otras.

En algún punto, se equipara a la figura del lector o la lectora de la novela, que tal vez tampoco puedan descifrar el estudio médico. Eso se contrapone, a la vez, con los fragmentos en prosa y el desarrollo y la búsqueda del personaje en ese andar por las experiencias de la infancia, por episodios de la adolescencia, las relaciones con sus antepasadas, con sus familiares. Las personas no somos lo que puede definirse sino lo que escapa de esa definición, ahí es donde estamos más vivos. Tiene que ver con el territorio de los sueños y la imaginación, esos territorios ocultos de cada persona.  

-Entonces, si lo importante es lo que escapa a la definición, ¿el lenguaje no alcanza?

-El lenguaje no alcanza. La novela también está atravesada por la soledad, esas zonas ciegas del dolor individual, inexplicables. Hay toda una serie de códigos y de una composición emocional particular de cada quien que es invisible para los demás. Entonces, hay algo ahí que permanece oscuro y por ahí se mueve el libro, en esas oscuridades. Es paradójico porque a la vez es una procuración por transmitir esa soledad, ese mundo descolocado, esa vida interior en crisis. Es la búsqueda de dar un testimonio acerca de una soledad.

-¿Qué significa la isla?

-La isla es la renuncia a un mundo que oprime, en donde los otros hablan un “lenguaje bífido”, diciendo algo cuando quieren decir otra cosa, como explica la protagonista. La isla implica pensar que lo que nos separa de los demás es un mar inmenso. Y hay personas que deciden renunciar, deciden irse. La mujer que va a la isla es esas personas que no se quedan a ver, a resolver; no puede con el sufrimiento y se va. Se llama Isla partida no sólo por la fragmentación sino también por el desplazamiento.