Aún hoy circula el mito de que escritores y artistas son gente reconocible a simple vista por su sensibilidad y quizá por cierta extravagancia que los distingue del resto de los mortales. Por supuesto, como todo mito, también este es falso. Pedroni lo demostró con su vida y también con su obra.

Se dice que cierta vez, en sus comienzos, cuando aún no era conocido ni reconocido como una de las voces fundamentales de la poesía argentina que llegaría a ser, ganó un concurso literario. Su aspecto de hombre simple, de costumbres sencillas, que se ocupaba de asuntos contables despertó las habladurías de los vecinos de Esperanza. Los poemas que habían ganado ese concurso no podían ser obra de alguien tan parecido a todo el mundo, ese hombre que trabajó como contable en la fábrica de arados Schneider hasta su jubilación. Quien se los escribía -decían- era su mujer, Elena Cahutemps, cuya belleza singular le daba verosimilitud a la teoría. Los rumores llegaron al oído del poeta, quien lejos de ofenderse convirtió el rumor pueblerino en poesía. Así lo testimonio en la Piedras: «Porque soy contador, / y de vulgares modos / y visto simplemente / y si miro una estrella / o una flor / la miro como todos, / `los versos no son de él, dice la gente, / se los escribe ella.`/ Así es. Así es. / Yo soy la inútil hiedra / enredada a tus pies / Azules, verdes, rojos, / tú los versos me das / en cubitos de piedras / de tus ojos. /Yo los armo, no más.”

La propia Elena, cuenta la anécdota en una entrevista realizada en el año 1979 en el diario La Opinión: “Cuando recién llegamos a Esperanza –dice- la gente comenzó a decir que no era posible que él escribiera versos, porque claro, como él dice, era de “vulgares modos” y los vecinos lo veían cuando él estaba en la fábrica y tenia que llegarse a cierto lugar de la ciudad y se subía a la chata, esos carros para cargar máquinas agrícolas, y cruzaba el pueblo al lado del carrero. De repente, publica una poesía y la manda a los juegos florales que se realizan en Rosario y gana el segundo premio. Ahí se entera el pueblo de que tenía un poeta y entonces comenzaron a decir que los versos se los escribía yo.”

Y agrega: “Yo era una muchachita de mi casa, no tenía comunicación con las vecinas, mi mundo eran mi marido y mi hijo. Por eso algunos vecinos dijeron “la señora de Pedroni es orgullosa”. Yo no era orgullosa, sino que tenía la costumbre de mi madre, que era una mujer muy comunicativa, pero que no se le daba por ir a las casas de las vecinas a conversar y a pasar el tiempo. Esa imagen que la gente tenía de mí puede haber contribuido a que se difundiera ese rumor, y quizá los comentarios de la muchacha que trabajaba en mi casa que observaba que cuando Pedroni hacía algo, me lo leía y conversábamos.”

Pedroni fue el poeta de Esperanza, de ese pueblo fundado por Aaron Castellanos en 1856, quien suscribió el contrato para traer a los colonos gringos. Todos esos personajes forjadores circulan por su poemario Monsieur Jaquin (1956): Wéndel Giétz, quien cambió su reloj por una yegua que un día le robaron los aborígenes, Ana Esser, Nicolás, Magdalena Morán.

Pero también hay un aspecto menos recordado, su labor como titiritero, como fundador del retablo Pedro Pedrito, con el que recorrió las escuelas de Esperanza. Lucía Fladurq, una alumna de cuarto grado,  le escribe una carta: “Sí, es cierto lo que usted dijo al presentarse, que los títeres tienen alma como cualquier otro.”

Entre su obra se destacan La gota de agua (1923), Gracia plena (1925), Poemas y palabras (1935), Diez Mujeres (1937), El pan nuestro (1941), Nueve cantos (1944), «»Cantos del hombre» y «Canto a Cuba» (1960),»La hoja voladora» (1961) y «El nivel y su lágrima» (1963).

La publicación de Gracia plena mereció un encendido elogio de Leopoldo Lugones en una nota aparecida en La Nación. Su mujer cuenta en la mencionada entrevista que  “la exaltación que le hizo Lugones fue tal, que Pedroni pensó que ya no iba a poder escribir nada más después de eso. (…). Yo creo que el juicio de Lugones lo asustó, era un juicio muy serio para él que por entonces tenía 25 años.” Tal fue el efecto de ese elogio, que estuvo casi diez años sin escribir.

Afortunadamente se sobrepuso y con su poesía ganó la admiración de sus lectores. Un chacarero le escribe luego de leer su Canción del arado: “Vení, José, que la vamos a cantar en el boliche de la esquina,” Pero también se ganó  la admiración el respeto de sus colegas. Se dice que Juanele Ortiz, quien raza vez abandonaba su lugar, viajó para a asistir a un homenaje que se le realizaba a Pedroni en Esperanza.

Su sencillez, sin duda, se convirtió en estilo. Juan José Saer dice en una publicada en La Nación en 1999: “Si Pedroni no fue el primer poeta que leí, fue sin la menor duda el primero que conocí y que admiré personalmente. La increíble emoción de tenerlo sentado frente a mí, atildado, atento y cordial, escuchando la lectura de mis poemas junto al fuego feliz de la chimenea, es sin duda uno de los más hermosos recuerdos de mi adolescencia, lo que equivale a decir: de mi vida. Y agrega: “Entre los muchos versos de Pedroni que hasta hoy me acompañan, hago mío el último de la Sexta luna: “mi corazón venido del desierto . . .”

Fue el propio Pedroni el que dijo: “La gloria no es más que un verso recordado.”