Ricardo Coler es multifacético: médico, escritor, periodista, excelente fotógrafo y gran viajero. Pero quizá lo que mejor lo defina es la curiosidad que le provoca el mundo y lo impulsa a plantearse preguntas sobre él y tratar de resolverlas.

Fue fundador y director de la revista La mujer de mi vida y es autor de numerosos libros de no ficción que indagan en sociedades muy diferentes de la nuestra. El primero de ellos, El reino de las mujeres. El último matriarcado, publicado originalmente en 2005, se convirtió inmediatamente en un suceso y se sigue reeditando hasta hoy en diversas lenguas. Adelantándose quizá al empoderamiento femenino que se precipitó en los últimos años, con su cámara y su curiosidad a cuestas viajó a China, más precisamente a la comunidad de 25.000 habitantes de los Mosuo, donde  el poder lo tienen las mujeres. La organización social que describe Coler sacude diversas certezas instituidas. A este libro le sucedieron muchos otros: Ser una diosa, Eterna Juventud, Felicidad obligatoria, Mujeres de muchos hombres, Hombres de muchas mujeres. Su novela A corazón abierto (2017) fue su primera incursión en la ficción y ahora vuelve a ella con otra novela, Un médico (Planeta). En ella, con una prosa filosa y despojada y un humor sutil, devela el lado oculto del mundo de la medicina y deja al desnudo ciertos mecanismos de nuestros vínculos, la forma en que somos dominados por creencias que nos parecen incuestionables y que nos empujan a una empecinada ceguera contra toda evidencia que las ponga en cuestión.

David, el protagonista, es un urólogo que mantiene una relación amorosa de idas y vueltas con una socióloga, Nora. Su única familia es su hermano Sergio que vive en Israel,cambió su nombre y trabaja en una empresa de alta tecnología que produce  desde armas a elementos de la vida diaria. Involuntariamente, esa empresa ha descubierto un aparato eficaz para el tratamiento de determinados tipos de tumores y que constituye una amenaza para la industria farmacéutica de productos oncológicos.

Una novela que muestra el absurdo del mundo y que pone en evidencia que las mayores certezas se erigen sobre arenas movedizas.

Esta es tu segunda novela. ¿Por qué volviste a elegir este género y cuál fue el disparador de la escritura de Un médico?

–Después de la pandemia y de las complicaciones, no pude continuar con el tipo de libro que escribía habitualmente acerca de sociedades diferentes que podían decir algo sobre la nuestra. Me refiero, por ejemplo, al matriarcado y a la poligamia. Entonces tuve que recurrir a la inventiva. Como digo en el libro, una de las cosas más difíciles de pensar es lo que uno tiene delante. Todos los temas que trato son reales, aunque hable de ellos a través de la ficción.

Vos sos médico y uno de los grandes temas del libro son los tejes y manejes de la medicina, algo que conocés desde adentro.

–Sí y uno no podría decir que esos tejes y manejes son ilegales, pero están muy instalados en los médicos y también en los pacientes, producen mucha plata y entonces es muy difícil instaurar un tratamiento económico para ciertas enfermedades, por más eficiente que sea. Otro tema sobre el que pensé siempre es cómo funciona el milagro de la sexualidad. Si un hombre tiene problemas de erección, le recetan una pastillita, sin escuchar lo que el cuerpo del paciente está diciendo. Pero el cuerpo habla, dice algo que no siempre es lo mismo. Entonces, si como pasa en la novela, alguien no puede mantener relaciones con una mujer y el médico le enchufa la pastilla, le soluciona el problema sin atender otras causas que quizá no son físicas. Eso se engancha con la obligación de ser sexualmente activo independientemente de cuál sea el motivo de la dificultad.

–Supongo que muchas cosas que están en la novela las viviste realmente.

–Sí, pero por más de que hayan pasado realmente, están dentro de la novela y siempre son ficción. Por ejemplo, la escena en que un médico durante una visita al hospital de Orlando toca  un botón rojo sin saber que es una alarma de incendio y arma un desastre, llega la policía, comienza a sobrevolar el lugar un helicóptero, la viví. El tipo caminaba delante mío, apareció un botón rojo enorme, lo tocó y desencadenó todo eso.

–El tema que planteás acerca de la identidad de los judíos me pareció verosímil y, a la vez, increíble. ¿Es cierto?

–Estuve leyendo sobre el tema. Hay un libro muy interesante de un profesor israelí que se llama La invención del pueblo judío. La verdad es que el tema de los genes es algo muy evidente. Pero aunque lo es, no sirve para cambiar nada. Él plantea claramente cómo es posible que, viniendo de un mismo padre y una misma madre, haya judíos de todos los colores. Pero, además, hay un montón de estudios genéticos que indican que los judíos askenazi no vienen de Oriente, sino de Europa Oriental y que, además, el cromosoma que funcionó es el del padre, no el de la madre. Pero  se considera judío a quien es hijo o hija de madre judía. A pesar de que la marca genética para diferenciar quién tiene un lazo con Medio Oriente es tan evidente, todo sigue igual. Recuerdo haber visto hace muchos años un programa de televisión que investigaba a los evangelistas. Habían puesto una cámara oculta que mostraba cómo se cagaban de risa de la gente y contaban la plata. El programa salió al aire. ¿Y qué pasó?  No pasó nada. La necesidad de creer es tan fuerte y la fe es de tal potencia que incluso una evidencia clara no te hace cambiar.

¿Y a qué atribuís que la fe sea tan fuerte?

–A que es algo que a uno le viene de chico. Uno no elige el idioma, el lugar en el que va a nacer, las relaciones familiares y mucho menos las cosas que vas incorporando y se van sedimentando en la infancia y que están tan relacionadas con el afecto. Por eso la gente se pone loca frente a algunos problemas de la religión.

–Por eso tu personaje detesta la Navidad, porque dice que, en realidad, es una forma de infiltración ideológica.

–Sí, se infiltra a través de algo alegre y simpático. ¿Quién va  a estar en contra de la Navidad? El tema es que mi personaje dice esas cosas y luego se queda solo. No hay que olvidar que es una novela, una ficción, pero hay muchas cosas que son ciertas.

–¿ A partir de todas las teorías que esbozás sobre la identidad judía  es lícito deducir que los verdaderos judíos son los palestinos o es una exageración ficcional?

-La conclusión no es mía, sino de otros autores. Hay estudios genéticos muy serios sobre el tema. La conclusión que sacan es que si la religión predominante en Medio Oriente antes de la llegada de Cristo era el judaísmo, luego los que no se convirtieron en católicos se asimilaron al Islam. Esos eran los verdaderos judíos. Si hoy la matanza no fuera tan terrible, tan sangrienta, parecería una especie de comedia donde nadie sabe muy bien por qué se está peleando. Creo que esto marca la importancia de la imaginación en la vida cotidiana. Se piensa que la imaginación es una pavada. Sin embargo, la gente se pelea por cosas imaginarias que tienen que ver con lo que sea, con el amor, con la identificación –»yo soy esto y quiero tal cosa»-. Existe una tensión entre el mundo simbólico y la ciencia. Por eso cerramos los ojos y negamos a muerte todo lo que no entre dentro de nuestras creencias.

–Pero, en algunos casos, como lo mostrás en la novela, el no querer ver responde a  intereses creados.

–Siempre hay intereses creados. Pero en el conflicto de Medio Oriente, por más que haya intereses de las potencias y mucha guita de por medio, si la gente pudiera pensar sin toda esa carga emocional que fue adquiriendo desde chica, alguna vuelta se le podría encontrar. El problema no está en que están en desacuerdo, sino en que están de acuerdo en una cosa, en que Dios existe. Sin ese sentimiento primordial que se incorpora de chiquito, la cosa sería más sencilla.

–La adhesión a esa teoría podría significar el fin de la guerra permanente, sin embargo, eso no sucede.

–No, no sucede. Hace muchos años leí un artículo muy interesante que decía que lo que llamamos crucifixión en realidad no se hacía como lo muestra la iconografía, sino que los condenados estaban sentados con los brazos hacia el costado y se le ponían los clavos en esa posición. Pero esa información desapareció, no está en ninguna iconografía. En la segunda parte del libro que habla de los sentimientos y la ciencia, la cosa funciona al revés que en la primera.

–¿De qué manera?

–La ciencia tiene un medicamento para que cualquier hombre pueda tener una erección dejando de lado todo lo que tiene que ver con el mundo emocional, imaginario. Esa es la contracara de la primera parte. Intenté contar todas estas cosas de la manera más llevadera posible.

–Sí, con humor.

–Absolutamente. Por ejemplo, el personaje se convence de que no tuvo amantes y, sin embargo, cuenta que sí. Este médico, por un lado, es querible y, por otro, no es una figura pura y buena.

–Como todos en mayor o menor medida.

–Tal cual.

–Quizá es, como le dice su novia, alguien al que la vida le sucede. Pero también eso nos pasa a todos. Lo que se elige es poco y a eso se suma que nuestras elecciones tienen un gran componente inconsciente.

–El margen de elección es mínimo. Hablamos una lengua que no elegimos, vivimos en la época que nos tocó y somos sujetos de inconsciente. Por eso la idea de los libertarios de que existe la libertad absoluta es absurda. .

–En la novela se juega también el tema de la verdad. Recordé Un enemigo del pueblo, de Ibsen, donde el médico que denuncia que el agua donde van a construir el balneario que llevará prosperidad al pueblo está contaminada, lejos de ser un salvador, se convierte en un enemigo.

–Sí, claro, aunque mi personaje tampoco es alguien que tenga muchos rasgos de sociabilidad, es alguien complejo. Yo recuerdo una obra de Ionesco que leí de chico, El rinoceronte en la que nadie se detiene a decir esa palabra tan fuerte y tan breve que es «no». Si no la decimos, todos nos transformamos en rinocerontes.

Es la más difícil de decir.

–Y también la más linda.

-¿Cómo fue el proceso de escritura?

–En algunos momentos muy trabajoso y, en otros, no tanto. Pero lo pasé muy bien, lo disfruté mucho. A medida que iba escribiendo sobre los temas que siempre me dan vueltas en la cabeza, como la religión, me iba calmando. Yo vengo de una familia tradicional judía y corté con la religión. Decidí no circuncidar a mi hijo y ahí se terminó todo. La circuncisión es una pacto del padre con Dios y a mí me parece una locura cortarle el pene a un nene. En Mujeres de muchos hombres cuento una anécdota de cuando estuve en una población del norte de la India donde nunca habían visto un blanco. Esta población tiene una religión muy especial. Sus habitantes creen en un tigre que destruyó un árbol y separó a las familias. Era gente que nunca había escuchado nada sobre la religión judeo cristiana. Cuando me preguntaban sobre nuestra religión y yo les contaba, se mataban de risa, no lo podían creer.

–En esos casos uno se da cuenta de que vive y actúa dentro de una cultura.

–Claro, y la cuestión de la culpa, del legado, de la vida después de la muerte, son cosas que absorbemos independiente de que seamos creyentes o no. La cultura nos entra por todos lados y en el día a día uno no lo piensa porque pensar la cultura implica un esfuerzo. 

Medicina, poder y dinero

–En la novela mencionás un aparato que resulta útil en el tratamiento de cierto tipo de tumores y que podría ser una amenaza potencial para los laboratorios de drogas oncológicas. ¿Realmente existe o es una ficción?

–Realmente existe, es tecnología israelí y aquí en el único lugar en que se lo utiliza es en el Hospital Italiano.

–Me parece que no está muy difundido. Por lo menos yo nunca había escuchado nada acerca de él.

–Esa es la trampa. No es que los laboratorios hagan algo ilegal en absoluto, sino que arman la publicidad de una manera tal y tienen tan agarrados a los médicos que eso no trasciende. Si tomás la guía oficial de los tratamientos para un cáncer de riñón, por ejemplo, vas a ver en primer lugar los medicamentos oncológicos, luego otra serie de cosas y al final dos líneas sobre este aparato de criocirugía. No es una medicina esotérica ni nada por el estilo, está oficialmente reconocida. Los laboratorios no hacen publicidad en televisión sobre los medicamentos oncológicos, sino que trabajan con los médicos y es tal la cantidad de guita que manejan que todo lo demás queda borrado y por fuera de la capacidad de razonar de un médico. Este aparato tiene sus indicaciones, no es que sirve para cualquier cosa, pero es muy efectivo en determinados casos. Se usa sobre todo en Estados Unidos y en España. Pero muchos médicos le tienen desconfianza. Y está bien que se la tengan, porque no hay nada más parecido a un ser humano que un médico (risas).