Las grandes novelas de Bolaño engañan por su extensión, al primer parpadeo uno ya se encuentra en la página ciento cincuenta. Al mismo tiempo, ese caudal narrativo le permitió crear una visión de América Latina que no tenía parangón hasta entonces. Fuera del exotismo for export y con una visión crítica de las escrituras vanguardistas, produjo una narrativa original en cuyo corazón se encuentran el horror y la desventura en los que se debaten Latinoamérica y el mundo. Su literatura toma la forma de un territorio de combate, en la que el escritor debe tener el coraje suficiente como para mirar al monstruo de frente.

Roberto Bolaño (1953-2003) se volvió el escritor latinoamericano más importante y renovador después de la llamada Generación del Boom. Hoy ocupa el lugar que en los sesenta ostentaba García Márquez, básicamente porque logra construir una imagen de América Latina que es aceptada y apropiada por el público de este continente tanto como de Estados Unidos y Europa.

Esa América que narra no está cerrada en una burbuja, sino que queda integrada a una historia de mayor envergadura, a una historia global. Aunque no haya producido literatura de denuncia, sus libros traslucen procesos históricos que no respetan fronteras ni continentes.

Se puede trazar un paralelo con Jorge Luis Borges en la importancia de la íntima relación entre lectura y escritura. A Bolaño se lo veía siempre leyendo, en la calle, en las plazas, en los bares, entre la gente, a diferencia del autor de Ficciones nunca aislado en una biblioteca.

Lector voraz, no había libro en el que no se zambullera, el amplio espectro de sus lecturas por fuera de la academia dieron forma a un saber un tanto caótico y autodidacta. Entre sus influencias se alzan desde los clásicos hasta la ciencia ficción –era un gran admirador de Philip K. Dick y sus distopías–, pero sobre todo resalta la presencia de poetas y entre ellos, la antifigura regente de Nicanor Parra. De este toma una postura contra el establishment que sostuvo a lo largo de su vida, especialmente durante su estadía en México.

Las influencias de un escritor, por supuesto, no se resumen sólo a sus lecturas; también cuentan sus vivencias, sus deseos, sus rencores, todo aquello que forma a una persona. Consultado por Tiempo, el escritor Fabián Casas hace hincapié en el lugar que ocupa la experiencia de vida en su escritura: «Bolaño lleva cosas de la vida a los textos y no al revés, de ahí surge parte de su vitalidad», y agrega que es «uno de esos escritores que generan tal empatía con los lectores que no sólo transmite ganas de escribir sino también de vivir. Leerlo implica un riesgo, es tan potente que hay que hacerlo con un antídoto en mano para no pensar que la única forma de escribir es la de él. Algo similar creo que pasa con Saer, Aira o Lamborghini. Como Saer, Bolaño piensa que un escritor que no lee poesía es un semianalfabeto.»

La concepción que da forma a sus textos nace de ese espíritu de entender la literatura como una forma de vida de la que debe extraerse hasta la última gota. Una escritura con ribetes monumentales y con un carácter volcánico, de ahí que sus novelas transmitan un dejo épico, que es una de sus marcas indelebles. En uno de sus artículos reunidos en el libro Entre Paréntesis, dice: «En mi cocina literaria ideal vive un guerrero, al que algunas voces (voces sin cuerpo ni sombra) llaman escritor. Este guerrero está siempre luchando. Sabe que al final, haga lo que haga, será derrotado. Sin embargo recorre la cocina literaria, que es de cemento, y se enfrenta a su oponente sin dar ni pedir piedad.»

La rabia

Bolaño, el joven que abandona en su adolescencia el colegio secundario, el poeta que recorre América Latina hasta volver a su país natal a apoyar al gobierno socialista en 1973. Pero tanto duró el viaje que, a poco de llegar, Pinochet derrocó a Allende y el poeta luego de unos días de cárcel –historia narrada en «Detectives» del libro Llamadas telefónicas– volvió a México donde fundó junto a Mario Santiago el movimiento poético de los Infrarrealistas, cuyo lema era «Déjenlo todo, nuevamente, Láncense a los caminos». Un llamado a escribir una nueva literatura que retomara el lazo con lo cotidiano, al mismo tiempo que emprendiera esa tarea con vocación de riesgo.

El carácter antioficial de ese movimiento poético, muy influenciado por vanguardias como el dadaísmo y el surrealismo, los llevó a enfrentarse con la élite cultural mexicana y, como un francotirador experto, posó su mira en Octavio Paz.

Probablemente como eco de esa furiosa actividad, Carlos Fuentes desconoció a Bolaño en su libro La gran novela latinoamericana, donde vengativamente ni aparece mencionado.

Su historia como narrador comienza en España, cuando luego de una larga lista de trabajos transitorios y mal pagos -desde lavaplatos hasta vigilante nocturno- gana algunos premios literarios. En el cuento «Sensini», ficcionaliza su relación con Antonio Di Benedetto, allí exiliado de la dictadura argentina, ambos se carteaban y pasaban los datos sobre los concursos literarios que les permitieran ganar algunas pesetas para ir viviendo. Ya lanzado a la prosa, su estrella comienza a relucir con fuerza cuando se instala en Blanes, en la Costa Brava catalana, desde donde conquista premios y lectores. Tal vez por esa habilidad de «haberse pasado a la prosa para poder escribir poesía», como señala Fabián Casas.

La prosa

La literatura nazi en América Latina (publicada a inicios de 1996), un texto con fuerte resonancias de Historia universal de la infamia de Borges, es probablemente el primero en llamar la atención del público y la crítica, en él reúne un conjunto de biografías apócrifas de escritores de derecha de diferentes partes de este continente, cada uno posee no sólo el tono y vocabulario del país al que pertenece sino una multitud de detalles, a veces sólo perceptibles por los lectores locales. En estas historias descubre la «falsa biografía» como una suerte de género que lo acompañará en gran parte de su narrativa. En esos relatos, la violencia pública y privada dibujan el mapa de una Latinoamérica que no logra elevarse sobre un horror del que no toma conciencia.

De la última de las historias de este libro surgirá Estrella distante (a finales de 1996), pequeña novela en la que el horror y la persecución de la dictadura pinochetista se entrelazan con los paradigmas del arte vanguardista a través de Carlos Wieder, un aviador militar con convicciones artísticas revolucionarias –dibujaba poemas en el cielo–, infiltrado en los grupos de literatos de izquierda. Lejos del mal, entendido como una vanalidad, Wider hace una celebración artística del horror, la tortura, el engaño y la muerte. Su figura es el antecedente culto de la hipocresía de las élites actuales, ya vacías de todo guiño y complejidad erudita.

Gonzalo Aguilar, docente e investigador de literatura latinoamericana de la UBA, señala que ya en esos libros Bolaño le da una vuelta muy original a sus planteos vanguardistas más tempranos. «Él toma distancia, no es que haga burla, sino que investiga un nexo muy fuerte: el del arte de vanguardia y la destrucción y el horror. Temas que no habían sido pensados así en este continente. En Estrella distante las referencias al poeta chileno Raúl Zurita son evidentes y eso le trajo bastantes enemistades.» 

Aguilar profundiza: «Por un lado, trae una escritura que se opuso a la de vanguardia ya que restituye la idea de narración, pero a la vez no fue una narrativa convencional, sino que fue bastante experimental. Por otro lado recupera muy fuerte una tradición argentina, como la de Wilcock o Borges, a quienes dota de un tratamiento novelístico, de género. En ese punto produce una actualización muy fuerte de escritores europeos que generalmente no aparecían en la literatura latinoamericana, muy limitada por lo que había sido el Boom. Su narración es una manera muy original de contar el horror de la dictadura, que fue un proceso que se vivió en casi toda América Latina, a partir de la que elude tanto lo testimonial o la denuncia como el carácter exótico.»

Nocturno de Chile (2000) –una novela de un solo párrafo de 150 páginas, cuyo título inicial era Tormenta de mierda– es un ejemplo de esto. En ella dibuja a la dictadura pinochetista como un espacio diabólico a través del delirio final de un sacerdote del Opus Dei, cómplice irredento de ese poder siniestro. En ella se puede ver, por ejemplo, al dictador Pinochet tomando clases de marxismo.

La consagración

El mismo año que Pinochet cae preso en Inglaterra la popularidad golpea a su puerta y gana con Los detectives salvajes el premio Herralde de novela y al siguiente el Rómulo Gallegos.

Fabián Casas subraya que este libro muestra que Bolaño era un gran lector de Cortázar, a diferencia de muchos escritores que lo desdeñan: «En Los detectives podés ver la sombra de Rayuela.» La novela se centra en la búsqueda desesperada que lleva adelante una pandilla de poetas marginales por encontrar una escritora, Cesárea Tinajero. En el recorrido, multiplicidad de voces –de esos escritores y poetas– van dejando testimonio de ese personaje que encarna la utopía de unir poesía y vida.

Su monumental obra póstuma 2666 (publicada en 2004), es como de otra dimensión y para leer sus más de 1100 páginas, se necesita algo más que tiempo. A pesar de la extensión, tiene un ritmo vertiginoso, como deslizarse por un tobogán empinado en un principio, parece que no es necesario ningún esfuerzo, pero con el paso de la lectura las historias empiezan a requerir más y más compromiso: es que el destino de decenas de personajes empieza a pesar sobre el espíritu y la conciencia del lector. Desde la tragedia de las guerras mundiales a los femicidios de Ciudad Juárez (Santa Teresa, en su ficción), todas las tragedias parecen arremolinarse en sus páginas. 

Un libro que ya no mira hacia atrás, sino que está escrito por un poeta-vidente que deja salir de los fragmentos de la historia contemporánea lo bello y horroroso. Esta «novela río» sitúa al lector al borde de un precipicio, desde el que puede escucharse el grito de horror que subyace a la historia –y al presente– del neoliberalismo en el que se autodeglute el mundo.

En 2666, Bolaño da una clave acerca del porqué aventurarse en grandes novelas. Amalfitano, uno de sus personajes centrales, reflexionando sobre los lectores contemporáneos expresa la decepción por la prevalencia de los pequeños relatos sobre las grandes obras, de la obra menor sobre la obra mayor. El lector que criticaba «escogía La metamorfosis en lugar de El proceso, escogía Bartleby en lugar de Moby Dick, escogía Un corazón simple en lugar de Bouvard y Pécuchet, y Un cuento de Navidad en lugar de Historia de dos ciudades o de El Club Pickwick. Que triste paradoja, ya ni los farmacéuticos ilustrados se atreven a las grandes obras, imperfectas, torrenciales, las que abren camino a lo desconocido. Escogen los ejercicios perfectos de los grandes maestros. O lo que es lo mismo: quieren ver a los grandes maestros en sesiones de esgrima de entrenamiento, pero no quieren saber nada de los combates de verdad, en donde los grandes maestros, luchan contra aquello, ese aquello que nos atemoriza a todos, ese aquello que acoquina y engancha, y hay sangre y heridas mortales y fetidez.» 

Beno von Arcimboldi, uno de los personajes más bellos y recordados de Bolaño, y tal vez su arquetipo de hombre de letras, es casi un analfabeto que se hace escritor a partir de poseer una mirada singular y una vasta experiencia en la vida como campo de batalla.

Del fondo de la narrativa bolañesca, surge una forma renovada de contar, una mirada sobre la herida insondable que ve el drama profundo del mundo contemporáneo y que encarna ese destino en sus personajes. 

Una mudanza editorial inesperada

Desde Estrella distante, toda la obra de Roberto Bolaño, aun la póstuma, fue publicada por Anagrama. Su editor, Jorge Herralde, fue también su íntimo amigo. Hasta ahora, era difícil pensar en leerlo en otra editorial, pero el cambio finalmente se dió. Alfaguara –parte del grupo Penguin Random House– compró los derechos a su viuda, Carolina Herrera, cuyos intereses ahora ostenta la gigantesca corporación del agente literario norteamericano Andrew Wylie, conocido como “El Chacal” por su modo agresivo de conquistar autores: representa a más de un millón de todo el mundo. Entre los hispanoamericanos, Jorge Luis Borges, Antonio Muñoz Molina, Guillermo Cabrera Infante y Rodrigo Rey Rosa son algunos de los más notables. A esa lista se suman Bolaño y sus 21 libros, más dos inéditos. La presentación de uno de ellos, El espíritu de la ciencia ficción, está prevista para la Feria de Guadalajara de este año.