Eterna Cadencia acaba de reeditar Varia Imaginación, un libro que apareció originalmente en 2003 a través del sello Beatriz Viterbo. A esta altura, como se ha dicho y repetido, este texto de Molloy, una de las escritoras más importantes de América Latina a la que se nombra cuando se habla de grandes nombres –su literatura es insoslayable- pero se la menciona menos en la charla cotidiana de suplementos y medios especializados.

Apenas unos cuantos relatos breves, de origen autobiográfico, le sirven a esta autora para hacer un libro deslumbrante que conserva su potencia a través del tiempo. La primera de las claves de esa permanencia es, sin duda, su talento narrativo. La otra es el concepto de lo autobiográfico, sobre lo que sin duda, Molloy tendría mucho para decir.

¿Qué es una vida? ¿Acaso puede reducirse a una biografía de textura lisa en que todas las piezas ensamblan perfectamente unas con otras hasta constituir un todo homogéneo? ¿O, más bien, por el contrario, la vida es aprehensible solo a través de ciertos de retazos, girones de recuerdos, elaboraciones todos ellos de hechos que no existieron “en sí” o cuyo “en sí” es irrecuperable porque, como se sabe, el recuerdo no es una instantánea que permanece siempre idéntica a sí misma en la memoria, sino una creación y una reelaboración permanentes. Esos que creemos recuerdos, incluso, pueden no ser más que narraciones creativas que ocuparon el  lugar de una supuesta verdad.

“Plumetí, broderie, tafeta, falla, gro, sarga, piqué, paño lenci , casimir, fil a fil, brin, organza, organdí, voile, moletón , moleskin, piel de tiburón, cretona, bombasí, trobalco, terciopelo, soutache, cloqué, guipure, lanilla, raso, gasa, algodón mercerizado , bramante, linón, entredós, seda cruda, seda artificial, surah, poplin dos y dos, dril, loneta, batista, nansú, jersey, reps, lustrina, ñandutí.” Así enumera, Molly o, más bien, su doble literario,  los retazos que la madre guardaba. Cada uno de estos retazos guarda una textura propia, un aroma, un recuerdo. La literatura los hilvana, les da una forma, los convierte en historia.  Este breve relato casi totalmente enumerativo se llama “Homenaje” y se completa con otras palabras del mismo campo semántico: “Canesú, ranglan, manga japonesa, canotier, talle princesa….”

“Recuerdo estas palabras de mi infancia, en tardes en que hacía los deberes y oía hablar a mi madre y a mí tía que cosían en el cuarto contiguo. Reproduzco este desorden costurero en su memoria.”

Además de ser un hermoso relato, podría decirse que es también una teoría de la literatura o, si se quiere, de una parte de él que es el relato autobiográfico, una forma que poco y nada tiene que ver con la verdad, como suele suponerse, sino tan literaria e inventada como cualquier otra.”

“El desorden costurero” se vuelve orden por mero efecto de contigüidad. Es la contigüidad espacial la que le da orden a una dispersión. ¿No es un libro, en primera instancia, un objeto hecho de contigüidad? ¿Y qué es el yo, sino una dispersión que se aloja en un mismo cuerpo? 

La autobiografía es un género literario que tiene sus propias reglas y estas son ajenas al orden de la verdad acaecida. ¿Cómo podría ser de otra manera siendo el “yo” también una ficción?

Solía decir García Márquez que la vida no son aquellas cosas que nos sucedieron, sino las historias que nos contamos a nosotros mismos acerca de ellas. Molloy, muy posiblemente, podría ratificarlo. La infancia también es un género literario, más allá de los hechos acaecidos “realmente”.

Molloy pasó la mayor parte de su vida lejos de Buenos Aires, en Nueva York. En 2016, la agencia noticiosa Télam la entrevistó durante una de sus visitas a nuestro país y le preguntó si renegaba de lo autobiográfico. Ella conestó: “¡Para nada! Lo que hacés al escribir una autobiografía es construir un personaje que sos vos, pero es como un trabajo de ficción, no es distinto. Una vez, una crítica venezolana especialista en Alejandra Pizarnik me dijo que el personaje de En breve cárcel le parecía Pizarnik y a mí me dio un ataque de furia, pero al mismo tiempo no podía decirle «esa soy yo» porque en realidad no era yo sino un personaje literario con pedazos míos.”  Varia imaginación es un ejemplo elocuente de su teoría acerca de lo autobiográfico. Es, además, un maravilloso libro de relatos que da gusto releer. En él la brevedad y la profundidad son inversamente proporcionales.