Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir”, dice Ítalo Calvino en su libro Por qué leer a los clásicos. Gustave Flaubert, de cuyo nacimiento se cumplieron recientemente 200 años, es en este sentido, un clásico de clásicos. Autor que escribió en el siglo XIX, ha atravesado el tiempo para llegar hasta nosotros sin agotar lo que tiene que decirnos que, por supuesto, no se circunscribe a  un mensaje cristalizado de una vez y para siempre, sino que se renueva en cada época. Eterna Cadencia acaba de publicar la versión más completa en castellano de la novela inconclusa de Flaubert, Bouvard y Pécuchet, con traducción, prólogo, notas y selección de comentarios del poeta y traductor Jorge Fondebrider. Esta es la publicación más exhaustiva en nuestra lengua de un clásico que habla de la estupidez humana.

Este libro, según lo dice Fondebrider en el prólogo, se cocinó “a fuego lento”, ya que “antes de que hubiera un plan, hubo indicios”. El primero de ellos tiene lugar cuando Flaubert  tenía apenas 16 años y publica en la revista “Le Colibri” donde describe  “desde una perspectiva ‘fisiológica` qué es un empleado administrativo”.

Este indicio tendrá distintos desarrollos a través del tiempo hasta comenzar a plasmarse en la novela que quedaría sin terminar, debido a la muerte del autor, acaecida el 8 de mayo de 1880.

En la reciente reedición, la segunda parte de esta novela tiene su versión más completa en español que incluye textos que hasta el momento  habían permanecido inéditos.

Por otra parte, las notas –nada menos que 1500- reponen información clave para su lectura. Tiene, además, tres apéndices, uno de los cuales consigna  todas las ediciones, parciales o completas, que se realizaron en castellano de este texto.

Un clásico de clásicos

“A diferencia de otros libros, que se leen sin dificultad dice Fondebrider en el prólogo–  Bouvard y Pécuchet es una novela que fue construyendo poco a poco a sus lectores. Pero también podría decirse que, en paralelo, generaciones de lectores fueron construyendo su importancia e imponiendo la idea de que se trata de un libro del todo singular dentro de la historia de la literatura mundial. Entre otras razones, porque a ella se le puede aplicar el planteo que Michel Foucault formuló para La tentación de San Antonio: se trata de un libro escrito sobre la base de una biblioteca.”

Bouvard y Pécuchet son dos grises copistas abrumados por el trabajo monótono de la oficina en que desarrollan sus tareas. Hasta que uno de ellos recibe una herencia que les permitirá a ambos abandonar el oficio que realizan hasta el momento y mudarse al campo, donde con el objetivo de dar respuesta a distintos problemas, se dedican a leer libros de libros sobre agronomía, pero eso los lleva a otra disciplina, la geología y así continuarán abordando distintas disciplinas: la literatura, la historia, el teatro, la gramática, el arte…En su afán de conocimiento se vuelven dos enciclopedistas de la vida. Sin embargo, la cultura libresca no les sirve para dar solución a los problemas reales. Flaubert esboza en esta novela una sátira graciosa sobre las obsesiones que desvelan a la burguesía de la época, sobre su confianza absoluta en el progreso de la ciencia.  Sus intentos de dominar el conocimiento los conducirán al fracaso y terminarán como empezaron, es decir, siendo dos grises copistas.”

Dice Fondebrider en el prólogo refiriéndose a otra de Flaubert, Madame Bovary  “que sobrevivió al tiempo, no por los hechos que se refieren, sino por la forma en que éstos fueron contados. Así, partiendo de una noticia policial y de unas memorias mal redactadas, el autor escribió su novela casi como una bravata: quiso demostrar que un tema, que para él era del todo intrascendente, podía convertirse en arte a través del estilo. Pero en ese trámite sumó un dato que iba a estar presente desde el principio al fin en toda su obra: Flaubert consideraba como parte constitutiva de la condición humana la estupidez. Ésta, desde muy distintas perspectivas, se repite una y otra vez en todos sus personajes, con todas sus posibles variantes y matices. Acaso donde más claro sea es en Bouvard et Pécuchet, la novela póstuma muy poco mencionada por los periodistas culturales durante el mencionado bicentenario.”

Esta novela contaba ya con por lo menos una traducción célebre a nuestra lengua,  la que hizo Aurora Bernárdez y prologó Borges. Por este motivo, la presente edición es doblemente valiosa, ya que Fondebrider, profundo conocedor de la obra de Flaubert, se planea un nuevo desafío.

Si el autor francés trabajó 6 años sobre Bouvard y Pecuchet, el traductor de la reciente reedición le dedicó 3 años a la traducción, según manifestó en una entrevista aparecida en La diaria Libros.

Afirmó en esa entrevista: “Mi sistema de trabajo tiene que ver con el texto. Cada texto te pide una traducción particular, además de pedirte una atención particular. Tomemos a Flaubert, por ejemplo. Flaubert es perfecto. Su estilo es maravilloso, es uno de los escritores más grandes de la historia, no hay con qué darle. Pero tiene sus mañas. A Flaubert no le gustan las cacofonías ni las repeticiones. A veces se tomaba quince días para escribir media carilla. ¿Quién soy yo para liquidar una página suya en quince minutos? A Flaubert lo traduzco en voz alta para evitar las cacofonías, para ver cómo suena.”

Sin duda, esa traducción anotada y comentada de Bouvard y Pécuchet será imprescindible en la biblioteca de quienes saben que los clásicos continúan diciéndonos cosas diferentes a través del tiempo.