El 18 de octubre de 1987, el día que debutó en Primera con 18 años, Boca perdió 3-1 con Platense en Vélez y Diego Latorre metió el gol. Clarín lo calificó con 7; La Nación, con 3. Nunca se explicó esa diferencia. Al otro día, sus compañeros de Ciencias Económicas de la Universidad de Belgrano, que casi desconocían que jugaba al fútbol, lo recibieron con aplausos. Los lunes a la noche compraba El Gráfico. La primera vez que salió en la tapa, tiró la revista en el asiento del acompañante. Manejaba y la relojeaba. Cuando dobló en una esquina de La Paternal, su barrio, chocó con un patrullero. Fue campeón con Boca y la selección. Y a los 36 años, cuando se retiró como profesional, sintió que había pasado a ser nada, que había quedado atrás lo mejor de su vida. Pero, en verdad, había arrancado su «segunda vida». Su refugio fue leer filosofía; su salida, convertirse en analista del juego. A los 53, Latorre todavía ama al fútbol.

–¿El fútbol te bajó a la realidad, a los 13 años, cuando entraste a las inferiores de Boca?

–A pesar de que no lo razonaba de un modo profundo, me di cuenta de que la vida no era la que había vivido, esa atmósfera irreal, esa cápsula exclusiva. Fue un choque, un contraste cultural. Tampoco mi vida era de reyes, no tengo apellido aristocrático, sino que dentro de una clase media con posibilidades, vacacionaba en Estados Unidos, Japón, Hawai, y tenía una casa en Mapuche, porque mi viejo, gente laburadora, había comprado unos terrenos antes de que fuera country. Cuando entré a Boca me robaron las zapatillas, había chicos con carencias económicas y afectivas, y ahí, de a poco, entré en la realidad de los chicos que se dedicaban al fútbol. Pero el fútbol conecta, más en la adolescencia, por la necesidad de tener amigos, y enseguida se establecieron vínculos que no pasaban por lo económico. Mi viejo me enseñó que el valor del dinero no es esencial. Sí el del esfuerzo, el de las horas que hay que laburar para ganarse el peso, y que eso fortalecía, de alguna manera, la autoestima. Percibí, sin un maestro que me diera lecciones, la realidad que a mí me tocaba vivir y me di cuenta de que formaba parte de la sociedad privilegiada. Que había tenido el ejemplo y la posibilidad de educarme.

–¿El Mundial lo ganó el mejor?

–No siempre lo gana el mejor, pero en Qatar sí. Tal vez sufriendo las consecuencias, lo cambiante que puede ser el juego en una sola acción, que te pone o te saca de un partido por una inspiración individual, un error. Fue gratificante ver a la selección. Derribó mitos establecidos en el mundo deportivo/empresarial/negocio. Scaloni, los equipos de memoria… Los equipos se encuentran, sobre todo cuando no tenés ensayo, partidos encima. Y Argentina lo encontró. Scaloni promovió esas afinidades en el equipo, entendió que la mitad de la cancha es una zona crucial, y ahí radicó el éxito. Francia la despreciaba o no la enriquecía. Argentina puso el acento en el mediocampo, donde se organiza el juego, donde suceden las acciones más preponderantes del juego: la recuperación y la elaboración. Encontró a Enzo, a Mac Allister, creció De Paul, y a Julián, un gran colaborador de todos. Esos fueron los pilares. Después, por otro lado, viene Leo, el crack, y el arquero.

–¿Hubo alguna novedad táctica en Qatar 2022?

–No, lo de la «flexibilidad táctica» son discursos. Hay una tendencia en el negocio del fútbol a arrebatarle el juego a los jugadores, a saquéarselo y disfrazarlo de cosas que tienen un papel muy secundario. Hay táctica, orden, estrategia. Es redundante afirmarlo. Pero en la combinación de jugadores, en la capacidad del entrenador para entender cómo se relacionan entre ellos, está –y va a seguir estando– el fútbol. Hay una necesidad de presumir, de modernismo, de «vamos a ver las revoluciones en el fútbol». Nosotros queremos sobresalir, descubrir algo, establecernos como una casta superior explicando cosas que tienen un efecto menor en un equipo que el de acertar con los jugadores apropiados. La especialidad de la industria en los últimos tiempos es arrebatarle la influencia a los jugadores. No vi novedades y no creo que vayan a presentarse a nivel selecciones, no hay un crecimiento sostenido.

–¿Cómo interviene el miedo en el fútbol?

–Hay una penalización del error como si no fuese parte del juego. Entonces el futbolista a veces quiere simplificar su condición y hace lo que más fácil le resulta para quedar como que no tiene responsabilidades. El gran incentivador del destierro del miedo es el entrenador. O el gran generador. La cautela a veces la provoca el entrenador, ese cuidado extremo de los detalles del rival, con el sobreanálisis, quitándole a los jugadores la verdadera propiedad del partido. Hoy se habla de «fuerza», «velocidad», «dinámica», y Messi, con 35 años, jugó el Mundial de su vida con saber manejar el engaño, con cuidar la pelota, cambiar el ritmo, con su inteligencia espacial y su enorme talento para dominar la escena con su visión periférica única que agudizó con el tiempo. Lo que antes era la explosión, una de sus cualidades, le dio paso a saber jugar en toda su dimensión. Y en un equipo que lo protegió, lo potenció. Hay verdades instaladas que no son ciertas cuando la pelota se mueve.

–«Paradójicamente, se está jugando mejor al fútbol, con equipos que juegan muy bien sin grandes cracks«, dijiste pensando en el post Messi.

–Los grandes jugadores van a seguir apareciendo. Los Messi, Maradona, Mbappé, son excepciones. El arte está en que el entrenador debe conocer cómo se perfecciona a un jugador del juego, no del fútbol. Hay una pereza y una falta de capacidad. Nos están devorando también los tiempos, los calendarios apremiantes, y el entrenador no es un artesano del juego y de la construcción del equipo, en el saber identificar quiénes juegan con quiénes, qué virtudes se pueden potenciar y defectos, achicar, dónde encuentra zonas y acciones para explotar. Ahí está la complejidad del fútbol. Y si no lo detecta rápidamente, y detrás de una idea para generar un equipo virtuoso, todo lo demás no tiene significado. El momento del mayor éxito de Messi fue cuando las valencias físicas se están apagando. Entonces razona mucho más, esquiva, protege la pelota, gira sobre su eje, descarga y va a buscar. Quizá podamos tomar como referencia a Messi para entender que el fútbol es interpretación permanente y no correr ni ganar la pulseada física. También deberíamos aprovecharlo como un punto de partida para un cambio de paradigma, cómo Scaloni declaró después de la derrota con Arabia. «Mañana el sol va a volver a salir». Cuando escuchábamos mensajes de «me tiro de un avión». En el fútbol, la derrota es una consecuencia del rival, y puede darse en cualquier momento. Desde la pasión no vamos a pedir que el público en general analice todo esto. Nosotros, los comunicadores, tenemos el deber de sacar conclusiones de lo que sucede, y no de lo que imaginamos.

–El filósofo Byung-Chul Han habla de que «el dataísmo es una forma pornográfica de conocimiento que anula el pensamiento». ¿Y los datos en el fútbol?

–El fútbol es acción creativa permanente y no hay dato que pueda descifrar lo que va a pasar en la próxima jugada. Es una referencia. El dato es una representación lineal de la realidad. El fútbol tiene ese componente de misterio, y al futbolista, dentro de la cancha, de su cabeza, le aparecen imágenes, del rival, del campo, de sus compañeros. Y la cuestión psicológica: no es lo mismo ir a un cabezazo en el minuto 90 que al inicio del partido. Es tan vasto, tan rico el fútbol, que no se puede encerrar en un dato. Puede ser valioso, marca un comportamiento. Pero cualquier entrenador se tiene que dar cuenta viéndolo dos veces seguidas qué es lo que se está haciendo bien o mal. El dato puede reflejar un déficit, pero antes tengo que saberlo en mi análisis. No sé si son 45 o 47 goles errados, pero sí sé que mi equipo no tiene contundencia. Es una tendencia muy de Estados Unidos transformar el juego en números, y eso deshumaniza un poco el fútbol. La industria quiere usurparle el centro de la escena al futbolista. A cada jugador hay que apreciarlo en sus proyecciones, no hay dos iguales. Soy reacio a las comparaciones, que Messi, que Maradona…

–¿Cómo se trabaja en el fútbol argentino?

–Antes que todo, hay un paso en la formación que es indispensable: ayudarlo a querer lo que hace, a sentir pasión. No hay manera de conectarse con el fútbol si no es a través de un modo amoroso. No se puede aprender con objetivos materialistas, para ganar más dinero. Algo se pierde en el camino. Entiendo que el fútbol es un universo de representantes, familias, sueños. Y lo que hay que cuidar mucho es el proceso. Hoy vivimos en una cultura de la hostilidad, de la inmediatez, de la eficacia ya, y eso se le va metiendo en la piel al chico. Y nadie espera, el representante le dice al entrenador que tiene que jugar sí o sí… La gran tarea de los formadores es enganchar desde la pasión al chico-futbolista para que pueda sostenerse, porque la trayectoria es larga. Y no siempre es un camino sin obstáculos. Es el entrenamiento de mañana, el partido del domingo, volver a entrenar a pesar de haber jugado mal o ser suplente o no sentirse cómodo. El futbolista tiene que estar bien formado para que pueda protegerse ante la invasión permanente del mensaje de la industria. Si no servís, no estás. Si tocaste mal las primeras tres pelotas, el público te reprueba. Viene otro pibe y no te renuevan. El fútbol es una picadora permanente del cerebro de un chico. Si el formador, que tiene que ser un pedagogo, un formador de personas, no lo ayuda, el pibe se va a meter en esa picadora y va a perder su naturaleza. El gran problema es que se vuelva un funcionario o un peón dentro de toda esa maquinaria alrededor del fútbol.

–¿Por qué «la dirigencia no cuida el sentimiento del pueblo hacia el fútbol»?

–Durante varios años, el fútbol sufrió una gran indiferencia. Uno de los temores que tengo es que se adueñen del título en el Mundial, que sea una cáscara, que cuando la abrís no haya nada. Hubo un descuido: la economía de los clubes, el hincha que no puede ir de visitante, mantener a las barras como mercancía para ganar elecciones o coraza dirigencial. No sé cuánta gente se atiene a pensar en el presente. Hay una comodidad, sucedió y listo. O algo más simple: si a ese hincha le importa si su equipo juega bien o no. Es el último asalto al sentimiento del fútbol. Le damos para adelante o tapamos. El poder se preocupa por lo más superficial, por el impacto mediático, la propaganda. En un país con más del 50% de pobreza se propone modernizar los estadios para un Mundial, mientras los futbolistas padecen las consecuencias de no jugar en Boca o River. El fútbol es de todos. Hay que custodiarlo como un bien cultural. El Mundial tiene que servir para que crezca no sólo la fachada. Es un orgullo que los chicos estén con la camiseta de Messi, del Dibu, de Julián, porque antes del Mundial la gente se identificaba más con lo ajeno que con lo propio. Hubo una reconciliación entre el público y la camiseta de la Selección, por mucho mérito de los jugadores. Pero el éxito en el Mundial es algo excepcional. Se idealiza mucho, y hay que entender qué hay detrás de un futbolista, porque no siempre se encuentra la recompensa. Tenemos que terminar con los mensajes vacíos que tienen que ver más con el negocio que con un deporte como el fútbol.

–En plena transmisión de Junior-River por la Libertadores 2021, mientras la policía reprimía en las calles y entraba el gas lacrimógeno en los ojos de los jugadores, denunciaste: «Habría que preguntarse por qué el fútbol no tiene la sensibilidad de identificarse con las necesidades del pueblo colombiano. Es hasta irrespetuoso hablar de fútbol cuando están pasando hechos lamentables afuera de la cancha».

–No estoy en contra del negocio: estoy a favor de un negocio más democrático, justo, en el que no se excluya al público, que es el que sostiene el negocio. Estamos en una época en que quizá disfrute más el cliente que el público. El cliente ve el partido por televisión, aporta desde su casa, y hemos expulsado al público, a pesar de que ahora las canchas están rebosantes porque hubo una abstinencia y el Mundial ayudó mucho. Tenemos que recuperar la sensibilidad y ayudar a que el público pueda sentirse parte del juego. Es indispensable. El fútbol es el juego de la gente, donde el futbolista es el actor principal que juega para ser reconocido, sentir el orgullo de la representatividad. El fútbol siempre va a ser un negocio de unos pocos. Pero es tan necesario, por factores humanos, tanto el futbolista de la D como el público. Ojalá se concientice que no todo es el like, el rating, sacarle hasta la última gota al fútbol.