En los potreros y los barrios más populares de Buenos Aires se esconden muchos talentosos del fútbol que durante 90 minutos amagan a vivir como profesionales: por única vez son retribuidos económicamente por su juego. Entre apostadores y pocas luces, exhiben sus mejores gambetas y se calzan la 10.

En un principio, las apuestas en el fútbol amateur se originaron en los campeonatos de penales, donde se apostaba dinero y el equipo con mayor efectividad se quedaba con el pozo. Actualmente, en muchos barrios de Buenos Aires, ese formato fue desestimado: ahora, las apuestas duran 90 minutos y, para llevarse el dinero, hay que jugar un partido entero.

Rodrigo Ovejero, un amante del fútbol amateur, fue el pionero que creó “Partidos Mano a Mano”, un torneo que se juega y financia con apuestas (@PartidosManoAMano en Instagram).

Se realiza con equipos de distintas localidades del Gran Buenos Aires o de barrios de la Ciudad Autónoma que desean anotarse. Desde sus comienzos, tienen su versión femenina y masculina. La particularidad es que, una vez por año, también se organiza un evento masivo en el que, en un cuadrangular, se enfrentan los mejores equipos que hayan participado durante el año.

La última edición se realizó en octubre de 2021 en un predio de Hurlingham y tuvo asistencia récord: la final la vieron más de 2000 personas. En esa ocasión, se enfrentaron Grand Bourg, los Pakos, la Sub 21 y el Ciclón de Burzaco. Si bien no es el único campeonato de apuestas que existe en la zona, es el más convocante y el que más antigüedad tiene.

En lo cotidiano, en estos partidos se dan dos tipos de apuestas en simultáneo. Por un lado, la que se hace “en la base”, es decir, la que realizan los futbolistas dentro de la cancha cuando apalabran el pozo que se llevará el equipo ganador. Por otro lado, la que se hace “fuera de la base”, que es la que realizan los vecinos que miran el encuentro.

De las apuestas que acuerdan los espectadores del partido, los futbolistas no obtienen ninguna ganancia económica. En estos casos, los apostadores pueden jugarle a un futbolista, a un equipo completo o directamente arrojar un resultado tentativo. Las condiciones las regulan, también en el momento, quienes participan.

Cristián Balanza (@NegritoCristian10) juega al futsal en la primera de Atlanta y vive en Fuerte Apache desde que nació. Hace ocho años que participa de los mano a mano con los Papers, su equipo amateur. En este momento, no tiene trabajo. Por lo tanto, ganar un encuentro puede cambiarle el día.

“Nosotros tenemos un amigo que oficia de lo que nosotros llamamos sponsor, que sería como un representante. Él nos gestiona cuándo y dónde jugamos. También es el que pone la plata para las apuestas que se hacen dentro de la base. Si ganamos, se lleva la mitad de todo lo que se recauda”, explica.

En Fuerte Apache se calcula que, por partido, hay entre 500 y 600 personas apostando. En algún punto, el mecanismo de acción que se usa es similar al de las subastas. “Siempre afuera de la cancha se apuesta mucha más plata que adentro. Estás jugando y de repente escuchas ‘voy 5000  a los Papers’ y al toque otro le contesta que va por más”, comenta Balanza.

En la misma línea, señala: “La gente se entera cuándo jugamos porque nosotros lo difundimos por WhatsApp y por redes”. Sin embargo, lejos de ser una cuestión improvisada, este tipo de encuentros tienen una logística. Durante el año, las localías se van alternando. Al ser un torneo interbarrial, los equipos suelen turnarse. 

En muchas ocasiones Cristián y sus amigos deben oficiar de visitantes por el estigma contra Fuerte Apache. “Nadie quiere venir a jugar a nuestro barrio porque los noticieros escrachan el lugar. Terminamos yendo nosotros. A los pocos que aceptan venir, les pasamos la ubicación y los esperamos en la puerta. El que quiera conocer va a ser bienvenido acá”, resume.

En algunas oportunidades, los vecinos dejan “propina” cuando el equipo por el que apostaron los reditúa económicamente con goles. De esta forma, los futbolistas encuentran otra manera de sustentarse. Para ingresar no se cobra entrada, por lo tanto dependen del partido y de la generosidad de quienes los van a ver. Entre risas, Balanza cuenta: “Por suerte, nos sigue mucha gente del barrio. A veces, en chiste, cuando no nos dejan nada, les decimos ‘te hicimos ganar plata y no nos dejaste ni para el jugo’”.

En estos casos, las apuestas terminan siendo un sustento económico ante la adversidad, tanto para quienes juegan los partidos como para quienes se acercan a participar. “Me da una gran ayuda jugar por plata”, reconoce Balanza.

Al mismo tiempo, en las canchas también se presentan vecinos que solo desean pasar un buen rato. Por eso, muchas veces, los equipos mandan a hacer réplicas de los conjuntos que usan para venderlos. “Shorts y camisetas siempre nos encargan un montón. Esta semana vendimos 130”, comenta Balanza.

Nestor Ortigoza, referente de San Lorenzo, comentó varias veces que su gran técnica desde los 12 pasos la adquirió en este tipo de partidos. Alan Díaz, arquero suplente de River, es otro ejemplo: también llegó al profesionalismo y comenzó en torneos de estas características, el profesionalismo posible para cientos de futbolistas amateurs, acaso la contracara de la denuncia por la que este año el club El Porvenir, de la Primera C, apartó a cinco futbolistas de su plantel profesional porque supuestamente estaban involucrados en las apuestas en perjuicio de su propio equipo. «Acá somos distintos: en los barrios se juega siempre a ganar», se jactan los organizadores. «