Giuliano Galoppo expone su nivel de competitividad hasta cuando les firma camisetas con los compañeros a los hinchas de Banfield. “Cada vez que pierdo, me enojo, me pongo loco. Pero en serio. Por eso cada vez que pierdo en algún juego, me cargan todos”. Hijo de Marcelino Galoppo, defensor surgido de Racing de Córdoba con pasos por Platense, Quilmes y Talleres, entre otros clubes, Giuliano Galoppo es la revelación de la temporada 2020/2021 del fútbol argentino: exponente de los mediocampistas que van de área a área –box to box, como los llaman en la Premier League, su liga preferida–, Galoppo metió diez goles en 25 partidos. A los 21 años, se ve con la selección argentina Sub 23 en los Juegos Olímpicos de Tokio. Mientras, Galoppo habla de los golpes que forjaron su personalidad, de las inferiores, del gol y el pase gol, del mediocampo y de la experiencia que le dejó haber estudiado en la universidad.

–¿Cómo impactó la rotura de ligamentos cruzados y meniscos de la rodilla derecha en el cuarto partido en Primera?

–Fue un golpe durísimo, la pasé muy mal. Es la incertidumbre. Surgen dudas de si vas a volver bien, porque no conocés la lesión. En mi cabeza, a pesar del dolor, estuvo recuperarme lo más rápido posible, y no tenía dudas de que este presente iba a llegarme. Me focalicé en hacer una gran recuperación y rehabilitación para disfrutar este momento, y todavía, a casi dos años de la lesión, hago laburos de prevención que me van a acompañar a lo largo de mi carrera.

–¿Qué sentías que la pasaste muy mal?

–La pasé mal por pensar. Antes de operarme, pensaba que iba a estar ocho meses afuera de la cancha, y terminaron siendo cuatro y medio. Ahí jugué un partido en Reserva. Y en Primera, a los seis meses. No sabés cómo te va a reaccionar el cuerpo. Pero nunca tuve dudas de que iba a jugar al fútbol profesional, como no tengo dudas de que más adelante voy a jugar en la Selección y en Europa. Estoy convencido.

–¿Por qué?

–Siempre me tocó pelearla. En inferiores, en Boca y Atlético de Rafaela, no me tocó jugar. Llegué a Banfield y tampoco, y me gané el puesto en Quinta: hice 12 goles. Subí a Reserva, tres meses, y metí nueve goles. Subí a Primera, y estuve seis meses hasta que debuté, con bronca porque iba al banco y no entraba. Esos momentos me hicieron más fuerte. No siento el esfuerzo de pelear un puesto. Sé cómo es el asunto. Si me toca ir a otro equipo o a la Selección, me lo ganaré. Muchos chicos a los que les toca todo de golpe, y viven después estas situaciones, no saben cómo reaccionar. En Boca no jugué, tenía 14 años, vivía en la pensión de Casa Amarilla y veía tres veces por año a mi familia. Lo sufrí, y me ayudó a formar el carácter.

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(Foto: Prensa Banfield)

–Admirás la fortaleza mental de Rafael Nadal, dijiste.

–Y su superación deportiva. Tiene todo el dinero, ganó todos los títulos, y no deja de luchar cada pelota. Hay futbolistas así, como (Arturo) Vidal, un ganador total. De Nadal me leí su biografía. Pero es la actitud, verlos querer ganar, no queriendo perder a nada. Me pasa: no puedo perder a nada. Hasta con mi papá jugando al fútbol-tenis, al pádel. Cuando tenía 12 años, jugábamos, me ganaba, y me ponía a llorar, porque si tenía que hacerme trampa para ganar, lo hacía.

–¿Es una ventaja ser hijo de futbolista?

–Hay ventajas. Y muchas desventajas. A veces se crea una expectativa por ser hijo de tal. No es mi caso: mi papá no fue un jugador tan conocido. Pero del hijo del Cholo Simeone decían que jugaba porque era su hijo. Y no, Giovanni Simeone hizo goles en todos lados, pero primero tuvo que hacer mucho para demostrar que no jugaba porque era el hijo de tal. Mi papá fue coordinador de inferiores en Rafaela y se hablaba mucho. A favor, tu papá te puede dar consejos, marcarte detalles, vos preguntarle, ven partidos juntos, y todo para mejorar.

–¿Qué importancia tienen las inferiores?

–En el caso de Banfield, muchísimos chicos subieron y llegaron formados a Primera. El club los pone, como Vélez y Lanús. Son clubes que apuestan mucho a los juveniles. En Boca no ponían muchos chicos de inferiores. Ahora se dio el caso de Medina, Varela y Almendra. En Boca aprendí mucho, a nivel táctico, entender el juego. Pero haberme ido me sirvió. Por ahí si llegaba hasta Cuarta en Boca habría terminado en un club chico del Ascenso, como les pasó a muchos de mis excompañeros.

–¿De dónde viene la facilidad para el gol?

–Es convicción, creer que la pelota va a caerte a vos y estar listo para definir. Es leer la jugada, ver cuándo tu compañero va a tirar el centro, cuándo puede quedarte un rebote, a dónde puede tirar el córner. Es convencimiento, por más que muchas veces la pelota no te cae. Es seguir yendo y creer que va a quedarte para el gol. Aprendí mucho con (Hernán) Crespo a nivel táctico, de movimientos. Y en inferiores era enganche, y de chico siempre quería hacer goles. En Quinta le sumé goles de pelota parada. En Primera, los primeros cuatro goles fueron de cabeza. Todos me cargaban: “¿Y para cuándo con el pie?”. Es una característica de mi juego que entreno y trato de depurar mucho.

–¿Y el pase gol?

–No voy a decir que el pase gol me gusta más que el gol porque hacer un gol es hermoso, pero dar un pase gol da una satisfacción única, como me pasó en el clásico ante Lanús. A nosotros nos cuesta más. Somos un equipo más directo, que trata siempre de atacar, y en la gestación no toco mucho la pelota y, cuando la toco, es para definir. Ahora me toca más llegar como un finalizador que como un armador.

–“Me gusta mirar mucho fútbol”, dijiste. ¿Es atípico en un juvenil?

–Me gusta mirar a los mediocampistas para aprender y para entender. Si miro un partido de Europa y después otro de Argentina, me quiero matar, parece otro deporte. Pero analizo el juego, aunque sean diferentes. Espacios, marcas, cómo defienden y atacan, cómo un jugador recibe la pelota, perfiles. Y trato de aplicarlo después. Gündoğan, De Bruyne, Vidal, Barella y De Jong son mis espejos. Me identifico con ellos. Hacen las dos funciones: atacan y defienden, recorren muchos metros, hacen ese esfuerzo enorme que a veces mucha gente no ve, porque es invisible, y ocupan los espacios.

–¿En la mitad de la cancha se decide el juego?

–En Banfield fue la base del equipo. El semestre pasado, con Corcho (Rodríguez), Martín (Payero) y yo. Y ahora con el Colo (Cabrera), Martín y yo. Al ser un equipo muy directo, la mitad es una zona de transición, y atacamos muy bien los espacios. Pero la mitad es donde se gesta el juego, donde se deciden los partidos, el equilibrio de dónde está parado el equipo. Antes existía el enganche, el jugador que decidía, y ahora está desaparecido, ya casi ningún equipo juega con enganche, o la mayoría se reconvirtió en interno, doble cinco o punta.

–¿Cómo bajás de tanto fútbol?

–Leí la biografía de Kobe Bryant, dos libros de Guardiola. Aunque ahora leo menos, me gusta. Estudié dos años Administración de Empresas en la Universidad de Lomas. No pude seguir online, quedó stand by. Quería hacer algo más que el fútbol, no tener tanto tiempo libre, y más cuando no jugaba, que no tenía viajes ni partidos entresemana. Me sirvió, me abrió la cabeza, me hizo conocer otra gente. Dormía la siesta en el predio, me tomaba el colectivo o me iba caminando, porque tenía 20 minutos. Fue un esfuerzo grande. Todo suma.