Aún no está absolutamente claro por qué existen los “multiclubes” o, mejor dicho, cuál es el propósito ulterior de quienes los compran y conforman.

Está probado que lo que les importa a los empresarios es el rédito económico y/o político y nada o casi nada el deporte. También es posible que en algunos casos quieran lavar dinero de actividades ilegales.

Entonces es más que evidente que la mayoría de esos clubes van a desaparecer o a “fundirse” en uno solo, que es la manera más adecuada de abaratar los costos de mantenimiento de varias estructuras.

Otra posibilidad es que las sucursales trabajen para un club central, enviándoles “mano de obra” calificada, es decir futbolistas de manera gratuita o a bajísimo costo. Esto ya lo hacen algunos clubes chicos y no tan chicos que envían a sus jóvenes estrellas en formación al “pulpo” del barrio, de la ciudad o del país, a un precio vil para que luego en cuestión de meses o incluso días sean revendidos al exterior por sumas importantes.

Ejemplos de esas deshonestas transacciones sobran en nuestro medio. Cuando yo era chico, Huracán tenía un par de “sucursales”; una era Temperley, que le proveía de jóvenes jugadores, y en retribución recibía algún veterano medio de vuelta para aguantar en sus campeonatos. Ahora el Globo se transforma en “sucursal” alternativa de Boca, River o el que venga, según el presidente y el postor.

De algo podemos estar seguros: se eliminará en un futuro próximo al club del barrio, con sus pasiones, sus instalaciones, sus puestos de trabajo y sus ilusiones. Esto ya empezó y le empezamos a ver la punta a la sota hace 30 años, cuando se privatizaba parte de un club -“gerenciamiento”, le decían- y se entregaba para su desaparición definitiva al judo, natación, atletismo y otros deportes.

Entonces el progresismo nos decía: “Traen pérdidas, son insostenibles”.

Ahora hay preocupación.

Le tocaron el culo al fútbol.

Aquí no se salva nadie. Ojalá que estemos a tiempo de salvar algo.

Y algo más personal acerca del “gerenciamiento de clubes”.

En 1987 me fui del Ateneo de la Juventud de Buenos Aires. Alguna vez fuimos el mejor equipo de natación de Sudamérica y habíamos competido en Europa con éxito. Se buscaba entonces “bajar los gastos del deporte para volcarlos a los socios”. Así se eliminaron de a poco ciertas disciplinas, como natación, judo, lucha y luego básquet y vóley. Es decir, todas en muy poco, en cinco o seis años. La Universidad Católica Argentina (UCA) parecía que no lo necesitaba económicamente. Tenía -y tuvo- pesos pesados de amigos, antes en dictadura y luego en democracia.

Pasó que un par de jóvenes y hábiles pseudo empresarioso “representantes”, con un papá banquero, hicieron una vaquita y empezaron a visitar clubes con la cantinela de “cambiaron las costumbres, la gente no va más al club, pide servicio personalizado, aumentan los gastos, etc”. Así convencieron a muchos.

Los tipos en cuestión fueron al Ateneo de la Juventud y les dijeron que ellos iban a pagar el agua caliente y la luz, y que el deporte era una élite, y los curas de la UCA creyeron y compraron como muchos en aquellos años, inicios de los 90. Recuerdo que uno de ellos, que fue gran “canciller honorario” de la UCA, no era un improvisado en la política y llegó lejos: Jorge Bergoglio. Lamentablemente él también lo creyó.

Insólitamente así desapareció un club “concheto”, con el mismo sistema empleado para Unidos de Pompeya o Leales y Pampeanos, y me fui a otro club supuestamente “blindado” económicamente: Obras Sanitarias.

Allí reinaba un “gordo” de los más “gordos” de la CGT, el señor José Luis Lingeri, con su escudero, el ingeniero Miguel Mancini. Aparentemente no había problemas económicos a la vista. Pasó lo mismo. En menos de diez años llegaron “los muchachos gerenciadores” y se terminó todo: la historia deportiva, los equipos representativos, todo.

Primero me dejaron de pagar a mí y a mis asistentes. Seguimos. Luego dejaron de calentar el agua de la pileta y de recircularla. Se pudrió todo, literalmente. Se acabó la natación. El equipo campeón desapareció y el entrenador de 45 años se dedicó a dar cursos de capacitación por diversos lugares y se recicló en lo que pudo.

Aquel equipo campeón se deshizo; algunos dejaron, otros se fueron al exterior. Así fue cómo se refundaron esos nuevos clubes de Argentina que empezaron a funcionar a pleno con Carlos Menem y luego con todos los demás: justos o réprobos, “buenos” o “malos”, kirchneristas o macristas.

Esa es la breve historia del gerenciamiento de los clubes. Destrozaron y destrozan al deporte argentino, que se basa, como en muchos otros países, precisamente en los clubes y su producción para desarrollar a casi todas las disciplinas amateurs.

Se escribió poco de esto y se hizo menos desde el Estado, el Comité Olímpico Argentino (COA), la Confederación Argentina de Deportes (CAD), etc.

Al principio, como el “correctivo” pareció llegar solamente a los “deportes varios” (porque calentar el agua es caro, y el aumento del cloro, y un tatami para que luchen diez judocas, y una pista enorme para que corran tres locos, todo es pérdida), es que se mintió ferozmente acerca de la enorme función social de los clubes y se llegó a la conclusión no dicha en voz alta pero pensada: “Se puede vivir sin natación, atletismo, esgrima o lucha”.

Pero ahora, como en la pesadilla brechtiana, vienen por el fútbol.