Minuto 35 del primer tiempo. Jerónimo Bello, pilar derecho de 23 años, se prepara para jugar un scrum del SIC frente a Newman. Pero la formación, en la que chocan los ocho jugadores más pesados de cada equipo, con más de 800 kilos por lado, colapsa y se derrumba sobre él: mientras todos se levantan, él queda tendido en el piso. No se mueve. El árbitro lo advierte, llama a los médicos, entra la ambulancia y Bello sale en camilla y, todavía consciente, llega a decir que no siente las piernas ni las manos. Lo trasladan al Hospital Austral. El partido –televisado– no se suspende.

El parte médico es el temido: Jerónimo sufrió el desplazamiento de la cuarta y quinta vértebras. Fue operado hace una semana y hasta hoy se aguarda por su evolución para conocer el grado de la lesión, algo que se sabrá cuando la médula se desinflame. Poco a poco deja la respiración asistida y le van sacando la sedación. Bello es el tercer jugador en un año que se lesiona en el derrumbe del scrum: en agosto del 2015 le pasó a Juan Gastaldi, pilar de 20 años del segundo equipo del CASI, y el 3 de septiembre último lo padeció Ignacio Maeder, segunda línea de 23 años de Duendes de Rosario. Gastaldi no volvió a caminar, Maeder sigue en terapia intensiva.

La fragilidad del rugby argentino queda expuesta en un deporte aún amateur bajo exigencias profesionales. Por eso la UAR dio una «solución inmediata». Creó la Comisión de Seguridad en el Juego –integrada por ex jugadores, entrenadores, médicos, árbitros, el propio Gastaldi y Alexis Padovani, ambos en sillas de ruedas tras scrums fatales–, que se reunirá por primera vez el miércoles. Aunque ya hubo un comunicado con ocho puntos, en los que el foco estuvo en que los arbitrajes sean más severos y en concientizar a los jugadores, tratando de evitar las famosas mañas. Medidas –parches– que son insuficientes porque quedan sujetas a la subjetividad del árbitro de turno o a la lealtad de jugadores que practican un deporte siempre al límite.

A partir de lo que sucedió con Gastaldi, en el CASI un grupo de socios estudió las lesiones en el scrum: la mayoría se dieron en menores de 23 años. El informe –sin terminar– se presentó en la UAR, y si bien la edad podría influir en el amateurismo, no parece ser así en el profesionalismo: en Los Pumas hay cuatro primeras líneas sub 23. La cuestión desnuda una estructura amateur que debe fortalecerse desde muchos puntos: jugadores con la condición física adecuada para cada puesto, entrenadores (formadores) que no sean sólo exjugadores y árbitros capacitados en scrums.

Porque no se pueden dar el lujo de jugar a ser profesionales sin las condiciones necesarias. Y si es inviable, si la estructura vernácula no da, el punto de partida deberá comprender –y adecuar– las reglas a lo que se tiene: una competencia amateur. Porque lo único que importa es que el rugby argentino deje de sumar cuadripléjicos.