Hace un mes, en Moscú, un hombre rompió el cuadro de Iván el Terrible y su hijo que está en la Galería Tretiakov. Es una pintura dramática de Illiá Repin, un artista del movimiento de los itinerantes, referente del realismo en los años soviéticos. El cuadro muestra a Iván el Terrible, el primer zar ruso, con su hijo agonizante en brazos. Le había pegado él con un bastón en un ataque de furia. Cuando tomó conciencia de lo que había hecho, ya era tarde. Su hijo murió. Iván el Terrible se golpeaba la cabeza contra las paredes cada vez que hacía memoria del episodio. El hombre que rompió el cuadro, al que le hizo tres tajos con un fierro, también dijo que estaba arrepentido, que había tenido un arranque de cólera después de haber tomado unos tragos de vodka. Pero no era la primera vez que la obra era vandalizada. Sectores nacionalistas lo hacen cada tanto como reivindicación a Iván IV Vasílievich, el Terrible, el déspota que formó el Estado ruso, que conquistó Siberia y también Kazán, la capital de la República de Tartaristán, el lugar hacia donde este sábado la Argentina busca ampliar sus fronteras mundialistas.

La larga marcha argentina hacia Kazán tuvo momentos desesperados en Moscú, desde donde partió la mayoría de los hinchas. Estaban los que no tenían entradas, por las que se llegaban a pedir mil dólares en la reventa, pero también los que tenían pero no sabían cómo completar los más de ochocientos cuarenta kilómetros que unen la capital rusa con la ciudad donde la selección jugará este sábado con Francia por los octavos de final. En el Mundial de los audios de WhatsApp comenzaron a volar mensajes sobre quién sabía de vuelos, de trenes, de micros, de algo que los dejara en Kazán. Algunos merodeaban el centro, la zona de la Plaza Roja, tratando de juntarse con más argentinos dispuestos a alquilar una combi, a unos cuatrocientos dólares, para hacer el camino por ruta. Otros se entregaban a la travesía del ómnibus. Pero un grupo no estaba dispuesto a que la falta de transporte, o los precios altos, lo dejara afuera del partido. En la estación de Kazansky, en la zona de la plaza Komsomolskaya, segundo anillo de Moscú, los hinchas argentinos empezaron la presión. Hasta que responsables de los ferrocarriles entregaron números, anotaron listas, pidieron los Fan ID y habilitaron más vagones en los trenes gratuitos. Unas cuatrocientas personas resolvieron su salida hacia Kazán con organización.

Rusia 2018 también será recordado como el Mundial del transporte público. El Metro es la salida para cualquier punto de Moscú, con sus líneas circulares, con las que cruzan, catorce en total, más de doscientas estaciones y más de trescientos kilómetros de longitud, además de una aplicación para celulares que resuelve todo. Gratis los días de partido para los hinchas, gratis durante todo el Mundial para la prensa, con escaleras mecánicas de hasta tres minutos, el Metro no colapsa ni siquiera en las horas pico, en los horarios de entrada al trabajo, en los horarios de salida, los días de partido. Nunca. Es un refugio y una conexión subterránea que fluye aceitada a pesar de ser el Metro con mayor densidad de pasajeros del mundo, con una frecuencia de trenes que a veces no llega al minuto.

Pero a Kazán no llega el Metro, lo que llegan son los trenes, los que salen de Kazansky, los que también salen de Leningradsky, la estación que en la década del noventa, los años de Boris Yeltsin, los que siguieron a la caída de la Unión Soviética, fue el hogar de unos treinta mil pibes pobres, sólo una parte del millón y medio de chicos que se habían quedado sin casa, caídas sus familias del sistema, el golpe del capitalismo. De esas estaciones salen los hinchas. El gobierno habilitó vagones gratuitos de dos pisos, compartimentos con literas para cuatro personas cada uno, donde a los viajantes les espera una almohada, las sábanas, un acolchado y una toalla por si alguien decide darse una ducha. Hubo hinchas que fueron previsores: desde Buenos Aires, por internet, reservaron pasajes camino a Nizhni Novgorod, la ciudad donde hubiera jugado la selección si se clasificaba primera en el grupo, pero también a Kazán, donde jugará por ser segunda. Los que no lo hicieron son los que pasaron las últimas horas en estado de desesperación, angustiados por los carteles de pasajes agotados.

Kazán, la ciudad de los tártaros del Volga, descendientes de los búlgaros, una cultura que llega desde Mongolia, su mayoría de musulmanes, mezclados con ateos y cristianos ortodoxos, será conquistada por los argentinos, por la reversión de Cara de Gitana, una canción setentista de Daniel Magal, más pegadiza que el Bad Moon Rising de Creedence, que en Brasil 2014 pretendía mojarle la oreja a los brasileños. El nuevo hit es más amable, más festivo y menos soberbio. La de Kazán será una conquista pacífica, una invasión que no enfrentará a los tártaros sino a los franceses. Que no necesitará de sangre, sólo de fútbol. Y que requerirá de calma, la que no tuvo Iván el Terrible, la que no tuvo el ruso borracho que rompió el cuadro, una obra que todavía intentan restaurar, la misma tarea a la que se sometió en estos días la selección, su restauración.