«Llegó nuestra hora. Tenemos una economía organizada y pujante. Brasil vive un momento excelente en un clima de libertad y democracia. Las puertas de Río están abiertas para la mayor fiesta de la humanidad.” Luiz Inácio Lula da Silva se mostraba emocionado en el discurso final de la elección de los Juegos Olímpicos 2016. Ese viernes 2 de octubre de 2009 parece mucho más lejano en el tiempo que los casi siete años transcurridos desde la votación en Copenhague, Dinamarca, donde Río de Janeiro superó a Madrid por 66 a 32 para confirmarse como la primera ciudad Sudamericana organizadora de una cita olímpica. 

El contraste es descomunal. Brasil pasó de ser una de las diez mayores economías del planeta, con una desocupación inferior al 6% y con Lula cerrando su segundo mandato presidencial con un 69% de imagen positiva, a convertirse, entre numerosas diferencias, en un país gobernado por un desprestigiado presidente interino como Michel Temer después de la destitución de Dilma Rousseff. Todo envuelto en una creciente crisis política y social, con la economía estancada en una profunda recesión y la desocupación en aumento a punto tal que ya alcanzó los dos dígitos. “Nadie podía imaginar que cambiaría tan radicalmente el aspecto económico y político. De las expectativas que había se produjo una reversión inesperada”, cuenta a Tiempo desde Río de Janeiro, Nilcéia Freire, quien fue ministra de la Secretaría Especial de Políticas para la Mujer de 2004 a 2010. La doctora, docente e investigadora reconoce con pesar que “los Juegos no están despertando alegría, como era la expectativa original”. Quien también describe el jamás pensado «alegria tem fin», es Pablo Gentili, docente y secretario ejecutivo del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO). 

“Hay una sensación de que todo esto es un fiasco”, sentencia en diálogo con Tiempo Gentili, quien nació en Argentina y hace más de veinte años vive en Río. “Vi muchos eventos y procesos de entusiasmo como en el Mundial. Hoy hay absoluta indiferencia. Acá se paraba todo para ver los Juegos Olímpicos porque el vóley, el judo, las regatas, el fútbol femenino, la natación son deportes populares. Sin embargo, no va a ser así, justo en los Juegos que se harán en Brasil”, afirma. Como cada sede postulada, la estrategia montada por el gobierno de Lula era posicionarse también desde uno de los acontecimientos más significativos. La intención era mostrar a un Brasil diferente, con ampliación de derechos fundamentales; un país desarrollado y moderno, aun siendo del tercer mundo. 

“Esto se fue al demonio, porque ahora se fortalece la imagen previa a la llegada de Lula. Todo lo planificado se desvaneció porque ahora se verá un país con una profunda inestabilidad política y con una institucionalidad democrática con altísima fragilidad”, sostiene Gentili. El alcalde de Río de Janeiro, Eduardo da Costa Paes sostuvo al diario inglés The Guardian que «los Juegos Olímpicos son una oportunidad perdida». La llamativa contraposición de uno de los funcionarios que había demostrado mayor euforia una vez conocida la designación, no sólo se sostiene con el presente. “Como muchos, cambió su mirada optimista para tener una visión pesimista. Aunque también es una posición política. Con las elecciones municipales de octubre y el impeachment a Dilma, se cruzan muchos factores”, comenta la ex ministra Nilcéia Freire respecto a quien, como el actual presidente interino, pertenece al Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB). El propio Paes fue el encargado de la absurda propuesta de regalarles canguros de peluches a la delegación australiana después de la denuncia de irregularidades en la Villa Olímpica, a las que también se sumó el presidente del Comité Olímpico Argentino (COA), Gerardo Werthein. El complejo de 31 edificios tiene 3604 departamentos y ocupa 200.000 m2 en la zona de Barra da Tijuca. Su construcción costó 2909 millones de reales (820 millones de dólares). 

Sin embargo, tenía cañerías tapadas y cables expuestos, entre otras deficiencias. La constructora Carvalho Hosken, de Carlos Carvalho, conocido como «el dueño de Barra de Tijuca», invirtió 500 millones de dólares a cambio de quedarse con las tierras donde construyó la Villa que pasará a llamarse Urbanización Isla Pura. “La falta de entusiasmo también se debe a que la población más pobre sufre desplazamientos para nuevas construcciones para los Juegos”, asegura Freire. Desde que en 2009 se confirmó a Río como sede, más de 70 mil personas sufrieron la pérdida del hogar de manera forzada con la desaparición de la favela Metrô Mangueira, de Vila Recreio II, Vila Harmonia y la demolición de 580 casas de las 600 del barrio Vila Autódromo. 

Las 20 familias que se quedaron pese a la destrucción, lograron la solidaridad de artistas y movimientos sociales que denunciaron dicha demolición como un símbolo del negocio inmobiliario alrededor de los Juegos. El alto índice de contaminación de la Bahía Guanabara donde se disputarán pruebas náuticas y de natación, profundizó el miedo que originó la propagación del virus del Zika, especialmente entre golfistas y tenistas. Más de una docena de clasificados por estas disciplinas no irán por temor a contraer la enfermedad transmitida por la picadura de mosquitos. La sensación de peste medieval y poco ecológica profundiza la imagen negativa que, justamente, pretendió limpiarse. 

El impeachment a Rousseff también provocó una creciente reacción popular. Son especialmente los jóvenes los que se volcaron a las calles para denunciar el golpe de Estado, algo que van a profundizar durante los Juegos con intenciones de revelar la situación ante medios extranjeros y apoyar a Lula y Dilma. Si bien ninguno estará en la inauguración de los Juegos, no es descabellado un resurgimiento del apoyo a los integrantes del PT. De ello también dependerá el desempeño de los deportistas locales, quienes parecen ser los únicos que podrían elevar la autoestima y revertir el actual desánimo que reina en la capital mundial del carnaval.