Azucena, su madre, fue jugadora de básquet de la selección de Tucumán. Eduardo, su padre, arquero de fútbol en Sportivo Guzmán (y entrenador de básquet). Su pareja, Paula Palomares, es entrenadora de la selección española 3×3. Y Carlota -su hija, ocho años- ya juega con la pelota naranja en Madrid. “Esto viene de sangre, el deporte nos moviliza la vida -dice Lucas Victoriano-. Es un sacrificio pactado: si quiero escalar el Everest, la voy a pasar mal. Elegí alejarme temporalmente de mi hija, pero quiero subir”. En la ascensión, Victoriano -44 años, base subcampeón en el Mundial Indianápolis 2002, parte de la Generación Dorada- se convirtió en el primero y único en ganar la Liga Nacional como jugador y entrenador. Adentro de la cancha, con Olimpia de Venado Tuerto en 1996, antes de llegar a los 19 al Real Madrid, donde una lesión crónica de espalda le cambiaría la carrera. Afuera, hace menos de tres meses, en junio de 2022, con Instituto de Córdoba, primera Liga del club en la historia. Después de que su equipo comenzara con dos triunfos la defensa del título en la nueva temporada de la Liga, Victoriano habla de la locura por el básquet, de sus pilares como DT, del entorno y las redes sociales, de los clubes de barrio y de la selección argentina.

-“El entrenador está recontra loco”, dijiste de vos.

-Somos personas fuera de un status social “civilizado”, de la estructura de trabajar una cantidad de horas y el descanso el fin de semana. No tenemos horarios, cumpleaños. Estás 24 horas pensando en capacitarte, atento. Termina un partido y cómo jugamos. Hay un curso de psicología o inglés y lo quiero hacer. Y hay pocos entrenadores que pueden vivir de su sueldo. La mayoría tiene otro trabajo. Hoy los entrenadores de Liga y asistentes full time están bien económicamente. Pero somos 40. La masa tiene que subsistir. Y muchos, en la sombra, en divisiones formativas, tienen la misma pasión y dedicación que yo, y no reciben lo que merecen. Sin embargo le meten a esta locura llamada básquet, porque queremos conocer algo que es incierto. En el básquet no sabés dónde vas, no hay situaciones parecidas, es difícil encontrar nuevas fórmulas.

-¿Cuáles son tus pilares como entrenador?

-La figura del entrenador en Argentina está muy bien vista desde nuestro gran León Najnudel, que creó la Liga Nacional. Pero en términos de importancia en un organigrama no estamos valorados. Es como contratar a un ingeniero para que arme el edificio y que muchos albañiles cobren más que el ingeniero, como pasa con los jugadores, lo más importante del circo. Como en Argentina casi no existe la figura de “general manager”, el entrenador tiene que hacer más que entrenar. En Argentina estamos lejos del valor que le damos a un entrenador. Pero se está creciendo. Tácticamente no podemos envidiar muchas cosas.

-“No sabía que estaba deprimido”, dijiste sobre aquellos tiempos iniciales cuando llegaste con 19 años al Madrid.

-No estaba preparado para estar en un gigante como Real Madrid. Tenés que aprender sobre la marcha. Venía de Olimpia de Venado Tuerto. Me había ido a los 15 de Tucumán. Te das cuenta por haber sufrido, por experiencias, por habértela puesto. Cuando sos joven tenés el físico… Tenía más ofertas cuando no sabía jugar al básquet, cuando empecé, que cuando creía que sabía jugar, cuando estaba por terminar. No había muchos, y acudí a un psicólogo deportivo para conocerme en otro espacio, el de que las cosas no me vayan bien. Desde pendejo todo iba para arriba, cada año satisfacciones. Y cuando ves que la vida no es así, querés encontrarte con vos. Pude ayudarme, aceptarme tal cual soy, lo que no tenés. Y pude cosechar lo que sembré, sin darme cuenta. No miraba a un entrenador con la intención de ser entrenador pero inconscientemente absorbía esa experiencia. Hoy, si se me presenta un problema similar, algo sé de cómo solventarlo.

-Dijiste que el “entorno” te ponía más en la NBA de lo que te sentías cerca de la NBA. ¿El deportista actúa para satisfacer a los demás?

-Que te alaben te hace pensar que estás en un lugar donde realmente no estás, y más a los 19 años. Era consciente de que era más una necesidad de Argentina de poner un NBA, o del periodismo. Aprendí que es imposible satisfacer al mundo. Vivimos en un país en el que se cuestionaba a Messi porque no cantaba el himno. Vas aprendiendo a no hacer cosas por lo que vuelva, sean halagos o críticas. Hacés algo que te haga bien a vos, das tu 100 por ciento. Y que lo que venga, venga. Ese entorno en los deportistas profesionales hoy está peor. Si uno consume redes sociales puede pensarse que es Maradona o que se tiene que retirar, dependiendo de un partido. Los jóvenes necesitan apoyo para tener ese equilibrio, si es que no tienen un entorno familiar acorde. A veces la familia intenta salvarse con vos, pone todo el peso económico en tus piernas, y te perjudica.

-¿Hasta qué punto afectan las redes sociales?

-Los pibes hacen un streaming como si fuese importante. Los respeto, pero no es importante. No quiero no entender a los jugadores aunque no entiendo a un tipo que hace un streaming sin ninguna información. Intento adaptarme, conocer. Tenemos que tratar de que los chicos se interesen por otras cosas. Que no sea tabú hablar de política. Hoy en el deporte no se puede hablar de nada, enseguida te etiquetan. Si te ven un día tomando una cerveza, dicen: “Es un borracho”. Todo se magnifica. Las redes sociales agigantan: te hacen crecer el culo para que sean más grandes los azotes.

-¿Qué rol ocupan los clubes de barrios? “Solo iba a mi casa a dormir”, dijiste en relación a Alberdi de Tucumán.

-El club siempre fue la segunda casa, y hoy está más complicado sacar a los pibes de su propia casa, de su tablet. Y después la vida de un club cambió a todo nivel. Antes podían ir cinco amigos que no tenían ni para el fin de semana. Hoy poner en funcionamiento un club sale muy caro. Tenés que buscar ayudas sociales, provinciales. Y por cómo está la sociedad, con ese miedo de salir a la calle, tendría que ser al revés. Tendría que haber una política deportiva donde cada barrio tenga su cancha y cada lugar tenga su club en los que se pueda proteger a los chicos, porque es salvar vidas. El sedentarismo no solo ocupa al deporte, si no a la salud. Si tenés una sociedad sentada, dentro de 20 años vas a tener un millón de problemas. Si tenés una sociedad saludable, menos. El deporte no es solo jugar. Es inclusión, igualdad entre hombres y mujeres. Antes en un club decían: “El femenino puede venir de 16 a 17”. Hoy hay clubes en los que hay más participación femenina que masculina. Pero se necesita más infraestructura, más Estado, más canchas, materiales, más económicamente para los profesores, enriquecer a los clubes con psicólogos deportivos, médicos, charlas. Hoy no ir a un club le hace a los jóvenes muchísimo más difícil socializar.

-¿De qué te nutrís para comprender el básquet?

-Cuando tenés algo en la cabeza todo te parece que va en esa dirección, sentís que todo es comparable. En cualquier partido de cualquier deporte veo el lenguaje corporal. Estudio, analizo. Por qué hicieron tal ejercicio, por qué atacan por tal lado. O busco expresiones, una palabra. Escucho a líderes políticos, cómo son capaces de llegar. Mi tío era radical de Alfonsín y me hablaba de chiquito. “No me interesa la política”, le dije. Me miró mal: “Te tiene que interesar porque es la vida”. Cristina me parece una líder para ponerla en un libro y estudiarla. Es diferente. Hay cosas en que no estoy de acuerdo. Y otras con las que te quedás admirado, cómo llega con el mensaje en cinco palabras, dos arengas, las pausas y los tiempos. A Macri le costaba desenvolverse hablando. Velasco, Bielsa, te hipnotizan. Otros entrenadores no son genuinos. Ser genuino para un entrenador es todo, llegás con todos tus errores y defectos. Pero si edulcorás, te sacan la ficha. Los jugadores entienden más de lo que los entrenadores pensamos.

-¿Cuál es tu manual de conducción?

-Hay que orientar las energías, prepararse al 100%, el equipo es sagrado. Las excusas, incluso aunque tengas razón, te debilitan. Un grupo es como una sociedad y tratás de que todo sea justo. Muchas veces utilicé excusas que me hacían sentir satisfecho en el momento, porque perdía la culpa, pero no me mejoraban. En el básquet o en la sociedad vas a encontrar rápido una excusa. De hecho hoy no se juzga si roban o no en el país, si pasó o no, sino quién lo hace, si es o no de mi agrado. No hay ningún entrenador que haya dicho: “Ganamos por el árbitro”. Nosotros, como Generación Dorada, dejamos de tener excusas cuando fuimos a Mina El Aguilar, a Humahuaca, a casi 4000 metros y no podíamos ni respirar, previo al Sudamericano juvenil 1994. Ahí empezamos a crecer. Ese equipo no tenía la palabra “excusa” en la cabeza.

-¿Qué es la Generación Dorada?

-A medida que pasa el tiempo descubro cosas diferentes. Antes no dimensionás. A veces pienso que no soy del núcleo de la Generación Dorada. Otras, que soy uno de los fundadores. Fue un grupo que el destino hizo juntarse a todos con un talento especial en posiciones diferentes. Scola, Ginóbili, Pepe Sánchez, Nocioni. Y desde que empezamos nos enseñaron que había que hacer mucho sacrificio para ganar, soñar medallas en lugar de algo más cercano para que sea más real. Y la educación. Fuimos casi todos a Europa. Tuvimos una conexión en el Cenard, de cinco meses entrenando como si fuese el servicio militar. Teníamos ganas de estar juntos, conociéndonos. Nos respetábamos y queríamos. Eso facilita para dejar los egos. Dentro de lo más complejo, fue lo más sencillo. Todos hacíamos lo mejor para el otro.

-¿El legado de la Generación Dorada sobrevive, más allá de que Pablo Prigioni sea ahora el DT de la selección, con el que ganó la AmeriCup?

-El legado está, va siendo traspasado. Es el primer año que no está Scola pero Laprovittola, Campazzo, Deck, la organización, la camiseta, ya lo consumió, sabe lo que es. El subcampeonato en el Mundial China 2019 se pareció mucho a Indianápolis 2002: un equipo compacto, valiente. Es difícil igualar la materia prima, no estamos generando ese talento todo unido. Pero lo global quedó. Cuando conocés la selección, compartiste, peleaste, escuchaste el himno, no hay manera de que no quieras volver de lo que sea. Es lo máximo para un entrenador, pero no me desespera. Hoy tengo que estar preparado, pero no tengo que mirar lo que pasa a diez cuadras, sino a la baldosa de adelante. Es mi filosofía de vida.