En la canchita de la Iglesia Virgen de Fátima de Cochabamba, Bolivia, Patricio Rodríguez corre entre 8 y 12 kilómetros por día, solo con Cristian Díaz, su entrenador en Jorge Wilstermann. Vive con él. Full aeróbico para adaptarse a la altura. Es la pandemia de 2020. Serán 40 días así. Rodríguez había dicho “basta” tras haber jugado en el Moreirense de Portugal. Se había puesto a estudiar diseño gráfico. “No estaba con ánimo, con ganas. Pero volví por mi psicóloga, que la conocí en el Santos de Brasil. No había jugado la Libertadores y me llamó Cristian Díaz -relata Patito-. Era un desafío deportivo y un cambio de vida brusco. Hablé con la psicóloga para ver si realmente quería volver a jugar, por el compromiso que había que tener. La mecha de jugar se había apagado en gran parte por mi no compromiso. Trabajé con ella el tema motivacional, volver a las raíces, el porqué había empezado a jugar, dónde me encontraba”.

Entonces, lo dice así, fue “un renacer” de su carrera. En 2008, a los 17 años, era “el nuevo Kun Agüero”, su sucesor en Independiente, un juvenil de la selección argentina. A los 22 lo compró el Santos. Su compañero era Neymar. Pero ahí fue la primera vez que quiso dejar de jugar. Patricio Rodríguez -33 años, hoy en Bolívar, primero en el grupo C de la Copa Libertadores– no sólo renació como futbolista: administra su empresa importadora en Bolivia. Entre la cultura surf -después del fútbol volverá a vivir con su familia a Campeche, Florianópolis- y el rock -lleva un tatuaje de los Red Hot Chili Peppers-, el Patito dice que su estilo de vida lo separó mucho de la línea a seguir por un jugador: “Y me hizo pensar algo distinto”.

-¿Se prepara a un juvenil para aguantar etiquetas como “el nuevo Kun Agüero”?

-Había una necesidad de buscarle rápido un reemplazo al Kun. Me tocó a mí. Hoy, que soy más grande, no tengo dudas de que las condiciones las tenía para tener un rendimiento más regular. Ahora, arrastraba una situación desde inferiores: nunca había sido titular, y jugué seis meses en Sexta y de ahí me llamaron a la Sub 17 y a la pretemporada con Primera, cuando le hice un gol a Boca. Pasé de no jugar durante seis años a ser, en tres meses, el “nuevo Kun Agüero”. Ningún chico está preparado para ese cambio, o muy pocos, como el Kun. El fútbol carece de esa preparación, de ese acompañamiento desde lo psicológico para saber que vas a vivir situaciones que te pueden sacar el foco de entrenar, de dedicarte a jugar. Llegás a Primera a los 17 años, con todas las cámaras, y se te abren miles de posibilidades extrafutbolísticas. Es muy difícil no marearse. He tenido muchos compañeros con mejores condiciones a los que todo lo extrafutbolístico se los ha comido. El jugador, a esa edad, no está muy abierto a tener un guía. Crees que ya está, soy yo, tengo todo. Y muchas veces caés en el embudo, y dura poco. No sé de qué manera se logra, si con un trabajador social al lado, alguien sincero y transparente que le explique a una familia de clase media con lo que se puede encontrar en el futuro, de qué manera manejarla, ser prolijo con la situación financiera. Son áreas en las que no se prepara al futbolista. Y muchas carreras se desperdician, o se quedan en el camino.

-¿Cómo bancaste eso de que “este año va a explotar el Patito Rodríguez”?

-Una vez respondí: “Las bombas explotan”. Y era chico. El gran problema es que cuando sos chico, en el fútbol argentino, por su idiosincrasia, el jugador se mimetiza mucho con el pueblo, con el hincha, lo que es un error garrafal. Entonces creés que tenés que explotar de verdad, que existe una “explosión”, y eso te empieza a comer. Se utiliza el término explotar por una regularidad de buen rendimiento deportivo. Y decís: “¿Qué es explotar?”. Vos estás sumergido en eso, y más hoy, con las redes sociales, donde predomina el anonimato y la ignorancia. El hincha de fútbol es alguien totalmente amateur que cree que porque los martes a las diez de la noche patea una pelota y come asado con los amigos tiene conocimientos sobre el fútbol profesional. Y está a años luz, pero claro, como el fútbol te da la chance de patear la pelota, creés que sabés de lo emocional, de cómo se maneja a un plantel, de táctica. Y el fútbol profesional es cada vez más complejo. Yo escucho opinar a mis amigos… Los respeto, pero hablan desde el mismo lugar del que yo hablo de la cura de una enfermedad. No tengo la más puta idea pero digo: “Una inyección y estás curado”. Pero jugarlo no es entenderlo. De hecho, como profesional, lo jugué mucho tiempo sin entender el juego. Y ese amigo también piensa que explotar es que te compre el Real Madrid, porque para el argentino sólo existe Argentina y Europa. Al juvenil argentino se le hace creer que el éxito futbolístico es ir al Real Madrid o al Manchester City. Es parte de la educación del hincha, también. Cuando fueron dos, tres a Estados Unidos: “Se pierde, no te ve nadie”. Cuando eran 50, todos decían: “Es una liga competitiva”. Ojo, mi familia opina de esa manera, mis amigos, eh, no los desconocidos que van a la cancha.

-¿Hacia dónde te lleva el ambiente? Hablaste de la “boludés” y los egos del futbolista.

-Alguno se va a enojar: ser jugador de fútbol es ponerte un aro con brillos, una remera Dolce & Gabbana en el pecho y comprarte un Mercedes con el primer sueldo. Eso es lo que te hacen creer, el estereotipo. Ahora en serio: el objetivo del jugador es salvarse económicamente, te educan para eso. ¿Qué es? Generar una economía con la que puedas vivir el resto de tu vida de una manera tranquila, generando un ingreso que te permita solventar tus gastos y tu estilo de vida. ¿Qué pasa cuando ese ítem, en el que te hacen poner el foco cuando sos chico, se corta a los 20 años, o a los 23, como me pasó cuando firmé mi contrato por cinco años con Santos? Yo ya no jugaba por nada. “Ya tengo el auto, el departamento, dinero”. Y ahí empezó mi dejadez, llegué a un momento que quería largar todo a la mierda, porque el desinterés es lo peor, lo más duro. Comía mal, tomaba alcohol. La pasé mal. Hoy veo todo desde otra perspectiva. El futbolista no tiene educación financiera, en general, ni contención psicológica. Sólo en Santos tuve un área psicológica. Hasta que no me fui para el lado empresarial, no tenía ni idea de lo que era un Excel, lo más básico. La carrera de futbolista no es para toda la vida y ahí hay un déficit enorme en no preparar al jugador, porque cuando sos jugador en el nivel que me tocó a mí, te hacen todo. Sos totalmente inútil.

-“Déjenlo que madure”, dijiste por Valentín Barco, el juvenil de Boca que juega en la selección Sub 20. ¿Qué le dirías a un chico que le dicen que es “crack” y que “tiene futuro en Europa”? Fuiste citado al Mundial Sub 17 de Corea del Sur 2007 y, al final, saliste de la lista por lesión.

-Cuando me citaron para ese Mundial tenía un cuñado, Diego Tobio, trabajador social, muy centrado, nutritivo. Vino a mi casa con una lista en tres hojas A4 con el nombre de más de 50 jugadores que habían competido en Mundiales Sub 17 con Argentina y que no habían llegado a hacer carrera en Primera. Onda: “Mirá que esto no es nada, eh, andá, disfrutalo, hacé lo mejor que puedas”. Te confunde mucho ponerte la camiseta de la selección con 17 años, con proyección; es todo un movimiento que hace parecer que ya estás, y estás a años luz. A la mayoría los inflan más. Convivís con eso, con la expectativa de los otros, porque creés que tenés que cumplir lo que se dice, y es una estupidez. Cargás con la alegría o la tristeza de mucha gente. Y el jugador no se separa del ser humano, somos emociones. Tenés un montón de problemas, pero como la clase media y baja es muy grande, y la mayoría de los problemas viene a raíz de lo económico, de no llegar a fin de mes, se cree que el que no tiene problemas económicos no tiene problemas. No es así.

En 2020, un juvenil de Colón y uno de Aldosivi a los que los clubes habían dejado libres se suicidaron. En 2022, otra vez: un juvenil de Aldosivi. ¿Qué está pasando?

-Son casos extremos, pero agarrá a los miles y miles de pibes que en Cuarta quedan libres. Salen a la vida sin estudio, sin una carrera universitaria, sin estar preparados para hacer nada más que jugar al fútbol. Gran error. Soy muy crítico con esa frase hecha: “Tenés que ser agradecido al club que te dio todo”. No. El club me dio porque vio que le podía dar. Es recíproco. Ningún club, de onda, agarra a mi primo de 16 años que no sabe parar la pelota y dice: “Vení igual, te vamos a dar todo”. Ningún jugador le debe nada a ningún club. Sí, te da la chance de jugar, de mostrarte en inferiores. Pero te abre las puertas si sos bueno, si le servís. El club te da una posibilidad y si le servís, la va manteniendo hasta llegar a Primera. ¿La situación de Independiente? Estoy entre los exjugadores que se juntaron para intentar hacer algo para aportar. Mi papá tiene una deuda. Mi parte, una retención de AFIP, la había cedido con la anterior dirigencia. Nadie lo dijo. Pero para muchos mi papá y yo somos uno.

-¿Cómo maduraste como futbolista, ahora que entendiste el juego además de jugarlo?

-El cambio que se hace cuando se va siendo más grande es en tiempo y espacio: por dónde sí ir, por dónde no, cuándo acelero, dónde está el espacio, qué está pasando. El análisis de estar adentro de la cancha y automatizar. “Cuando sale el nueve, el central que sale a tomar marca está dejando un espacio porque el lateral no cierra”. En eso se madura, en la toma de decisiones. Empezás a tener un tiempo más como jugador, pensás antes. Son diferentes detalles que te hacen mejorar tu juego, ser más productivo para el equipo. Messi jugó su mejor Mundial a los 35 años. Y es un deporte de equipo, que dependés de un contexto que te sea favorable o no. Los buenos rendimientos grupales destacan individuales. Cuando conseguís resultados, cuando todo fluye, lo individual empieza resaltar solo en la cancha.