Cristiano Ronaldo defraudó al Estado español ocultando 15 millones de euros en un paraíso fiscal y le pagó a una mujer para evitar que lo denunciara por violación. El 70% de los ingresos entre 2013 y 2016 de la Fundación Leo Messi fueron “donaciones” de Barcelona, club en el que juega Messi. Manchester City, club-Estado de Abu Dhabi, y París Saint-Germain, de Qatar, alteraron contratos para infligir reglas del Fair Play Financiero, con un rol clave de Gianni Infantino, presidente de la FIFA. Los clubes de élite de Europa planean organizar una Superliga cerrada y salir de sus ligas nacionales con más de 100 años de historia. Son algunas de las revelaciones de Football Leaks, la filtración de documentos más grande del deporte. Y cuyo hombre detrás, Rui Pedro Gonçalves Pinto, un portugués de 31 años con aspecto adolescente, encara desde septiembre un juicio en Lisboa, acusado de piratería informática y extorsión. A la luz de los hechos, Rui Pinto es el Julian Assange de la pelota.

En 2015 apareció en la web el sitio Football Leaks, alojado en un servicio de blogs ruso, cuatro meses después del escándalo de corrupción del FIFAGate. La primera gran revelación desnudó cómo Doyen Sports, grupo inversor kazajo, había gastado 300 millones de euros entre 2011 y 2015 infringiendo la prohibición de la FIFA de que un tercero sea dueño de los derechos económicos de un futbolista. Doyen utilizaba a Porto, Benfica, Sporting de Lisboa, Olympique de Marsella y Twente como bases operativas. El presidente del club holandés, excluido de competiciones europeas por tres años, renunció: siete de sus jugadores eran de Doyen. Periodistas enviaron mails a la dirección de Football Leaks, que sumó documentos y correos que exponían contratos confidenciales, comisiones ilegales, cuentas offshore y más propiedad de futbolistas de terceros. Cerraron la página. En 2016, “John” le contestó a Rafael Buschmann, periodista de la revista alemana Der Spiegel. Se encontraron en Budapest. “John” le entregó a Buschmann dos discos duros con 800 gigabytes de datos. “John” era Rui Pinto. Der Spiegel se asoció a 14 empresas de medios de Europa para publicar los negociados del fútbol.

“Para mí, es un genio. Pero la pregunta es: ¿cuál es el otro lado de su personalidad?”, dice Buschmann, coautor del libro Football Leaks. “Cuando lo conocí a principios de 2016, me dijo que quería trabajar como denunciante de irregularidades en la UEFA y mostrarles documentos que acreditaban las cuentas ocultas de los clubes para violar el Fair Play Financiero. Es una pena que nunca se hayan contactado con él, incluso después de su aparición pública”. Rui Pinto creció en una casa en la colina de Vila Nova de Gaia, en Oporto. Aprendió a leer, contó, mientras escuchaba a los comentaristas de fútbol y comparaba los nombres en la camiseta de los jugadores de Porto. Y a trabajar con la computadora junto a su padre, vendedor de antigüedades por internet, como él. Autodidacta en informática, estudió Historia hasta que se mudó a Budapest en 2015.

“En la superficie, Rui Pinto es un millennial amante de las computadoras con un gran interés en el fútbol que se disgustó con la forma en que funciona el juego. Debajo quizá hay una persona más compleja con motivaciones más complejas -dice el periodista Tariq Panja, coautor de Football’s Secret Trade-. Su gran contribución fue confirmar algunas de nuestras peores sospechas. Ha revelado el alcance del dominio del dinero, cómo el fútbol pasó a ser una plataforma para ricos y poderosos, cómo se convirtió en una industria delictiva”. Football Leaks tiene su conexión argentina. Representantes figuraron como parte de una red que usaba empresas fantasmas para triangular dinero de transferencias y evadir impuestos. El semanario italiano L’Espresso incluyó a Marcelo Simonian, Eugenio López, Hernán Berman, Jorge Prat-Gay y a Carlos Rivera y Kresimir Juan Bielic, de la financiera Alhec Tours. Y a Gustavo Arribas, agente de futbolistas y director de la Agencia Federal de Inteligencia (AFI) durante el macrismo, investigado ahora por espionaje ilegal.

Extraditado de Hungría en marzo de 2019, Rui Pinto afronta una acusación de 90 cargos en Lisboa. Y una pena máxima de 25 años de cárcel. Ya estuvo preso 18 meses. La mitad, aislado, sin internet y, durante un mes, sin poder tampoco escribir en un cuaderno. Sin embargo, mantuvo la calma. La necesita: guarda en su cabeza contraseñas de acceso a discos duros con información cifrada. En agosto acordó la libertad a cambio de cooperación con la justicia. Y protección ante las amenazas de muerte. “Los delitos que llevaron a las revelaciones son motivo de orgullo, no de vergüenza -dijo 4 de septiembre, en el inicio del juicio-. Será David contra Goliat. Espero ser absuelto, porque no soy un hacker: soy un denunciante que actuó para mostrar lo que estaba mal en el fútbol, aunque el fútbol es intocable”. Lo defiende William Bourdon, abogado de Edward Snowden, responsable de una gran filtración de documentos de inteligencia de Estados Unidos. Rui Pinto aceptó que transgredió leyes. Su abogado intuye que mitigará la pena porque sacó a la superficie información de interés público. Y porque le temen.

Der Spiegel accedió a 88 millones de documentos. Rui Pinto dice que sólo representan el 14% y que su trabajo continuará. El 87% de los portugueses, según una encuesta, cree que la justicia debería utilizar los documentos. Rui Pinto contó que se contrarió con el fútbol y sus desigualdades cuando Chelsea, propiedad del oligarca ruso Román Abramóvich, se llevó al entrenador José Mourinho después de que saliera campeón de la Champions League 2004 con su Porto, a la vez entregado a Doyen, ahora uno de sus denunciantes. Y dijo que teme ser asesinado por los “No Name Boys”, ultras de Benfica, club más popular de Portugal y centro de la trama de Football Leaks. Hinchadas de la Bundesliga, como la de Borussia Dortmund, exhibieron banderas luego de que se conociera el plan de los clubes de la élite de la Superliga europea. “FIFA, UEFA, Mafia!”. Y exigieron libertad: “Free Rui Pinto!”. Porque el fútbol, coinciden, puede ser mejor después de Rui Pinto.