“No se puede evitar la política”, dice Johan Cruyff en pleno Camp Nou en 1976. Lleva tres años en el Barcelona. Es el capitán. En su primera temporada (1973/74), el Barça ganó la Liga después de 14 años. Cruyff mira flamear las banderas catalanas, la senyera independentista. Y cuenta que, cuando salieron campeones tras la hegemonía madrileña, no entendía por qué, además de “felicitaciones”, le decían “gracias”: “Por eso el Barcelona es más que un club, porque todo lo que he explicado no tiene nada que ver con el fútbol”. Con sus vaivenes, el Barcelona es aún un club asociación civil. Y Cruyff es el holandés que lideró a la Naranja Mecánica subcampeona en el Mundial de Alemania 1974, cuando le metió dos goles en el 4-0 a Argentina. “Cuando Alemania en el 74 le hizo cuatro goles a Argentina, Cruyff la rompió”, confundió Javier Milei en el debate, antes del balotaje del domingo que definirá al presidente argentino, en su intento de comparar a la guerra de Malvinas con un partido de fútbol. Y a su “gran líder” Margaret Thatcher, con Cruyff. En Malvinas murieron 649 argentinos. Y 454 excombatientes se suicidaron después, abandonados por el Estado. No hay guerra en el fútbol. Ni olvido.

Al día siguiente del debate, en su oficialización como candidato a vicepresidente de Boca en las elecciones del 2 de diciembre, la confusión atrapó a Mauricio Macri, jefe del candidato de la Libertad Avanza. En otra comparación absurda (con Andrés Ibarra, su exministro ahora candidato a presidente de Boca), Macri habló de “la rabona” a Mario Yepes de Juan Román Riquelme, quien, agregó, le dio el pase-gol a Martín Palermo en el primer gol ante Real Madrid por la Copa Intercontinental 2000. Así como fue un caño, el del centro-gol fue el Chelo Delgado. Milei es la continuidad del macrismo por otros medios, del sueño húmedo de aplicar a rajatabla el ajuste neoliberal de Thatcher en Inglaterra. También en el fútbol con su proyecto de convertir a los clubes asociaciones civiles sin fines de lucro en sociedades anónimas deportivas. “¿Por qué restringir la posibilidad de tener clubes que sean sociedades anónimas? ¿Cuál es el problema si alguien quiere que su club sea como el Manchester City?”, insistió Milei después de que el fútbol argentino, en bloque, comunicara su “no” a las SAD.

“Qué cosa de negros es el fútbol, qué ajena a todo ese circo de simios. El rugby es de más nivel, de caballeros”, tuiteó la negacionista de la dictadura y candidata a vice de Milei, Victoria Villarruel, el día que comenzó el Mundial (de fútbol) de Brasil 2014. El lunes 6 de noviembre pasado, de regreso de Brasil después de la final de la Libertadores, fui escucha involuntario durante un vuelo São Paulo-Buenos Aires de un monólogo de un exrugbier que jugó los Mundiales 2015 y 2019 con Los Pumas. El sujeto yoico de músculos prominentes, que alardeó visitas a “Mauricio” en la quinta Los Abrojos de Los Polvorines junto a su pareja, una influencer culinaria, había encontrado los oídos de un par. “Mauricio se siente un fracasado. Quiso poner una cuota de realidad y no pudo -arrancó el exPuma-. Tiene que venir un Bukele y Milei es eso, un loquito de mierda que puede poner mano dura. Yo quiero que haya un cambio. Pero le van a robar la elección. Y si gana Massa, lo destroza a Mauricio. El sorete (Sergio Massa) es buenísimo en oratoria”. No cuesta mucho imaginarse lo que habrá experimentado el domingo.

El 2 de mayo de 1982, Thatcher ordenó hundir el ARA General Belgrano, fuera de la zona de exclusión, mientras se negociaba la paz. “Crimen de guerra”: 323 argentinos muertos. El thatcherismo (1975-1990) triplicó el desempleo y derrumbó la industria. En el fútbol preparó el terreno para la Premier League, que nació en 1992, cuando los clubes de primera división se separaron de la Football Association (FA) y firmaron un contrato millonario con la TV paga. En 1989, 96 hinchas del Liverpool habían muerto, aplastados y asfixiados en una tribuna del estadio de Hillsborough. “Hooligans”, acusó el gobierno de Thatcher, con la complicidad de la prensa, aunque la “tragedia”, según la investigación oficial, fue provocada por la policía. Thatcher fomentó los créditos públicos para modernizar los estadios y desreguló la financiación, que atrajo a los capitales extranjeros. La Premier “sacó” a los hooligans, pretexto para relegar a los hinchas de clase trabajadora a los pubs de cervezas y partidos por TV. En su “Programa para el futuro del fútbol”, de 1992, la FA ya avisaba: atraer a “más consumidores pudientes de clase media”. Las entradas populares desaparecieron: entre 1990 y 2008, el precio medio subió un 600%. Ahora tampoco hay jóvenes y familias en las canchas: la edad promedio del hincha se acerca a los 50 años.

A “la gran líder” de Milei, los hinchas del Liverpool no la olvidan. “When Maggie Thatcher dies, we are all havin’ a party! (¡Cuando Maggie Thatcher muera, todos tendremos una fiesta!)”, cantaron hasta su muerte, el 8 de abril de 2013. En las canchas del fútbol inglés no hubo minutos de silencio. Los del Liverpool celebraron: “Maggie is dead dead dead!”. “En la época de Thatcher -dijo Michael Robinson, exfutbolista campeón con el club de la Copa de Europa 1983/84-, Liverpool era la única ciudad que yo conocía en la que los niños salían a la calle a morder a los perros. Aquello era duro y nosotros fuimos la única buena noticia que tenía esta gente”. En Anfield, durante años, una bandera envió un mensaje: “Exponga las mentiras antes de que Thatcher muera”.

Durante Qatar 2022, nuestro Mundial, escuchamos en loop que “en Argentina nací, tierra de Diego y Lionel, de los pibes de Malvinas, que jamás olvidaré”. Y que al “Diego, en el cielo lo podemos ver, con Don Diego y con la Tota, alentándolo a Lionel”. Milei, que alguna vez llamó “Mardedroga” a Diego, amenaza con hacer la Thatcher en la Argentina. El 3 de enero de 2009, en el Barcelona-Mallorca por la Liga, a Maradona alguien le tocó la espalda, llamándolo mientras bajaba una escalera del Camp Nou. Diego era el DT de la selección. Había ido a ver a Messi (un tal Lionel Scaloni jugaba en el equipo visitante). Era Cruyff, el holandés.