Entre tantos homenajes que se realizaron el viernes en Nápoles por el segundo aniversario de la muerte de Diego Maradona, el bar Nilo cerró sus puertas por luto. Se trata de un comercio ubicado en el centro histórico de la ciudad que se hizo famoso por exhibir un pelo del astro.

Hurgar en esta muestra de adoración, preguntarnos cómo y por qué alguien atesora un recuerdo así de un exfutbolista en una ciudad tan exagerada del sur de Italia, puede funcionar como una puerta para adentrarnos en una relación simbiótica cada vez más cargada de mitología: Maradona y Nápoles, un historia que entrelaza un amor visceral ligada al icono divino y a la idea de milagro.

«Lo hice por amor. Fue en el año que ganamos el primer título. Es la reliquia de un Santo, o más que eso», asegura Bruno Alcidi, dueño del Nilo. El comerciante cuenta que viajó a Milán un domingo de 1986 para ver al Napoli y al regreso se cruzó en el avión con Maradona. Se tomaron una foto –también está en las paredes del bar– y, en un momento, Maradona dejó su asiento. Ahí, Alcidi notó que había un pelo: «Lo agarré para bromear», recuerda.

Resulta que los callejones de Nápoles históricamente estuvieron repletos de altares con velas, que servían para iluminar las calles cuando no había electricidad. Entre charlas con amigos, el realismo mágico napolitano se encargó de convertir la broma en otra cosa. «Diego era un dios, así que pensé en hacerle este homenaje sacro y profano», dice el comerciante al explicar por qué dedicó un altar al pelo de Maradona.

Alcidi, como tantos otros napolitanos, tiene muy presente aquel 25 de noviembre de 2020: «La gente caminaba por la calle llorando. Perdimos un familiar». Para enmarcar la trascendencia del ídolo, el comerciante recuerda que en los años ’80 se hablaba de Nápoles por la mafia: «El turismo no existía. Este era un lugar muy peligroso». Maradona, dice, decidió venir igual a esta ciudad olvidada y rescatarla: «Nos dio la posibilidad de ser vistos de otra manera, y eso se lo debemos a Diego. Los napolitanos no habíamos tenido nunca un héroe».

El día del funeral de Maradona en Argentina, en Nápoles hubo luto y los edificios municipales tuvieron las banderas a media asta en homenaje «a uno de los hijos que más honor le dieron a la ciudad en el escenario internacional».

Deberíamos hablar de sociología, psicología y teoría de las comunicaciones de masas para intentar descifrar la relación Nápoles-Maradona. Obsesionada con el ídolo, la ciudad no solo se llenó de murales con su muerte sino que hasta en la Universidad Federico II se lo estudia como fenómeno. Además de ser admirado, Maradona intenta ser explicado en una de las universidades laicas más antiguas del mundo (fue fundada en 1224), y una de las más importantes de Italia.

Nápoles y Maradona, el mito y el deporte, y las dimensiones religiosa y deportiva, fueron objeto de una charla en la que el antropólogo Marino Niola explicó por qué el astro es el campeón mitológico de la modernidad.

«Lo diferente al común de los mortales era el roce entre sus dos cuerpos: en la cancha no era un atleta sino un dios, y afuera era un hombre que cometía errores, como los demás. Este contraste lo convirtió en uno de los personajes más emblemáticos de la segunda mitad del 1900», sostuvo Niola.

No es casualidad, señaló el antropólogo, que desde muy temprano circularan leyendas sobre el astro. El defensor del Milan ,Franco Baresi, solía decir: «Maradona fue el más grande de todos porque hacía con una naranja lo que a los futbolistas nos parecía imposible hacer con la pelota». Esto, sostuvo Niola, es una trama mitológica clásica.

«En otro equipo Maradona hubiera sido un jugador inmenso, pero no se hubiera convertido en ‘Maradona’. Es el encuentro con Nápoles lo que ha transformado tanto a la ciudad como a él», señaló en una extensa presentación, en la que concluyó que el ídolo, a través de su talento, le dio orgullo identitario y redención social al pueblo napolitano, convirtiéndose «en un mito, uno de los santos patronos de nuestra ciudad».

A 20 minutos del centro de Nápoles está Miano, un barrio pobre que limita con Scampia y Secondigliano. Es una zona peligrosa, donde la Camorra domina el narcotráfico y el crimen organizado, conocida porque allí se desarrolla la película Gomorra, basada en el libro homónimo de Roberto Saviano, el periodista napolitano que vive con paradero desconocido por haber retratado a la mafia local.

En ese barrio hay un subsuelo de un edificio que se jacta de ser un museo maradoniano: camisetas, cintas de capitán, camperas de entrenamiento, botines, pelotas y una copia del contrato de Maradona.

Todos esos tesoros tienen una explicación: Saverio Vignati fue durante 37 años el intendente del estadio San Paolo –actualmente Diego Armando Maradona– y su hijo Massimo se ocupó de reunir todos los regalos que la familia Vignati había ido recibiendo del propio Maradona. Porque, además, Lucia Rispoli, esposa de Saverio, fue la cocinera del futbolista en via Scipione Capece 3A, la casa en el selecto barrio de Posillipo en la que vivió el ídolo. «Diego era simpatiquísimo cuando estaba tranquilo. Si se ponía nervioso, ¡mejor desaparecer!», se sonríe Rispoli, que cuenta que Maradona la llamaba «la mamma napoletana».

En el barrio Quartieri Spagnoli está uno de los murales más famosos de Maradona, con la camiseta celeste del Napoli y la melena enrulada. Es un santuario a cielo abierto desde la muerte de Maradona. «Lo hicimos en 1990, en agradecimiento, tras ganar el scudetto. Nunca en mi vida sentí una emoción tan grande», dice Antonio Esposito sobre el mural pintado por Mario Filardi.

Esposito es el dueño de La Bodega D10S, un pequeño bar frente al mural, pero se hizo conocido como Bostik cuando formaba parte de Teste Matte, un grupo de ultras, como se llama a los hinchas organizados.

«Diego nos llevó arriba. Podría haber elegido la Juventus o el Real Madrid y, en cambio, vino a Nápoles, un equipo de segunda que nunca había ganado nada», se emociona Esposito, que cuenta que Maradona pasaba en auto por la zona en la noche y frenaba para ver el mural.

Gennaro Montuori, conocido como «Palummella», fue el líder de la Curva B, facción de los ultras del Napoli. Testigo de las luces y sombras de Maradona, prefiere hablar sobre las virtudes del ídolo, al que estima como a un padre. En su oficina, en el barrio Capodimonte, hay más de 300 imágenes de Napoli. En unas cuantas fotos se puede ver a Montuori y a Maradona con sus familias en fiestas de cumpleaños y bautismos.

Entre todas, Palummella señala una foto en la que Maradona lo besa en la boca y cuenta la historia: «Fue en 2006, cuando cumplí 50 años. Le pregunté si me quería. Entonces, Diego me miró a los ojos, me agarró la cabeza y me besó. ‘Vos sos mi hermano’, me dijo».

«Palummella» evita hablar de la relación entre Maradona y la mala vida: «Si los ha cometido, los errores fueron forzados por la manera en que le impusieron vivir». Recuerda lo insoportable que era ser Maradona: «Le estaban encima todo el tiempo, ni pis podía hacer. Se veía con mil personas por día. Una vida imposible».

Como cualquier otro napolitano, Montuori recuerda qué hacía el 25 de noviembre de 2020. «Estaba en el auto con mi mujer cuando recibí el llamado de mi hijo mayor. Me deshice en lágrimas. Me puse muy mal. Justo me llamó la RAI y no pude hablar, pero no me di cuenta de que estaba al aire. Diego era un familiar: fue como perder a un padre». «