Las fábricas recuperadas por sus trabajadores fueron y son un fenómeno social que marca el ritmo del país y sus singularidades económicas. A veces los empresarios se llenan los bolsillos y se van, quedan las deudas impagas y los empleados en la lona. Algunos de ellos le hacen frente y deciden resistir, quedarse y formar una cooperativa. Pero no siempre lo que hay que recuperar son maquinarias, papeles y un galpón. Las escuelas privadas, cuando dejan de ser un negocio rentable para sus dueños, también sufren procesos de vaciamiento, abandono y cierre. Y los que quedan en la calle, además de los trabajadores, son niños y niñas en edad escolar, con su derecho a acceder a la educación totalmente vulnerado.

“Nosotros éramos empleados en relación de dependencia. Trabajadores que un día nos quedamos sin trabajo. Elegimos hacernos cargo de un proyecto y ser dueños de nuestra escuela. Ese fue un cambio movilizante que nos hizo salir de cierta comodidad en la que estábamos. Lo conseguimos y el triunfo fue doble: conservamos nuestras fuentes de trabajo y los chicos recuperaron su escuela”, cuenta Romina Orlando, tesorera de la cooperativa que gestiona el Instituto Comunicaciones. El colegio nació en 1990 como un proyecto lucrativo del club porteño que lleva el mismo nombre, y diez años después presentó la quiebra. En 2003, por decisión de docentes, padres y madres, empezó a funcionar como cooperativa. Hoy cuenta con 75 asociados y más de 450 alumnos pasan por sus aulas y el campo de deportes. “Acá todo lo que se genera con las familias y los chicos tiene que ver con un trabajo colaborativo y solidario. Y el plus de estar dentro de un club hace que el deporte colectivo sea fundamental”, agrega.

Actualmente, el modelo de gestión social de la educación, que integran las cooperativas, cuenta con 450 establecimientos iniciales, primarios y secundarios en todo el país. Son entidades sin fines de lucro donde familias, educadores y alumnos trabajan horizontalmente en la toma de decisiones. No son escuelas públicas. Tampoco privadas. Son autogestionadas y funcionan como tales. La educación que allí se brinda parte de los principios de solidaridad y trabajo colectivo: buscan cambiar las formas tradicionales de educación.

Las escuelas recuperadas surgen por iniciativa de la propia comunidad y a partir de una necesidad concreta: que el primer espacio de pertenencia para tantos chicos no desaparezca.

“La recuperación se dio en un momento interesante donde la comunidad vio en la cooperativa un modelo de gestión para salvar a la escuela. Acá conviven distintos universos culturales: los que la eligieron porque es una cooperativa y los que aprendimos de ella desde la experiencia”, asegura el docente Javier Lamónica, actual presidente del Nuevo Guido Spano. Allí tampoco tuvieron opción. Era la autogestión o el cierre definitivo de la institución. Tras un siglo de historia, el colegio del barrio de Palermo se convirtió en cooperativa en 2014. Hoy tiene más de 300 alumnos y su masa trabajadora creció: de 50 empleados pasaron a 70 asociados.

El cooperativismo aparece como una alternativa válida a una ecuación por demás conocida en los manejos de una empresa privada cuando quiere cerrar sin cumplir: vaciamiento, quiebra, deudas impagas y trabajadores desocupados. Allí donde la especulación del mercado y la inercia del Estado dejan su marca, puede nacer una forma distinta de gestionar y educar. Colectiva, más libre y solidaria.

Sin apoyo

El Instituto Comunicaciones, el Guido Spano, la escuela de cine Taller Imagen, el Instituto Excelsior y la Escuela Cooperativa Fishbach, entre otras, eran establecimientos de gestión privada que estuvieron por cerrar y terminaron constituyéndose en cooperativas de trabajo. Ninguna de ellas recibe ayuda del Estado debido a la falta de regulación para las escuelas de gestión social en la Ciudad de Buenos Aires. Se presentaron varios proyectos en la Legislatura porteña pero ninguno prosperó.

Los chicos también deciden

Muchas familias se acercan a las escuelas de autogestión en busca de un proyecto distinto, donde la diversidad de ideas tenga lugar en el quehacer cotidiano. Y la pregunta es inevitable: ¿es posible la democracia directa en instituciones educativas? “Las escuelas de gestión social son básicamente colectivas –nos explica Serena Colombo, directora del nivel primario de la Escuela Cooperativa Mundo Nuevo–. “Hay muchas experiencias distintas pero todas tenemos en común una mirada atenta al ser humano y a lo social, con espacios compartidos donde los chicos también deciden. En estos proyectos formamos otro tipo de ciudadanos, con un pensamiento crítico. Eso es posible”.

Y agrega: “Nosotros tomamos posición sobre el entorno social en que vivimos. No una posición partidaria, pero sí ideológica bien clara. La política si no entra por la puerta, entra por la ventana. Está en cada cosa que hacemos”.