En una reciente intervención, el presidente Alberto Fernández describió la actual situación de Argentina y el mundo al señalar que “estamos tratando de superar un hecho trágico de la humanidad, como fue la pandemia (…). Como sobrevivientes tenemos el deber ético de aprender de tanto dolor, de asumir las carencias que el mundo y la humanidad tienen y ver de qué manera ponemos en marcha un mundo diferente”.

Como he señalado en varias oportunidades en esta columna, la crisis sanitaria mundial ha dejado en evidencia el lado más cruel del sistema capitalista. Según datos de la Organización Mundial de la Salud, en el continente africano, además de registrar un bajo nivel de vacunación, existen importantes brechas entre países. Mientras que en Marruecos se vacunó con ambas dosis a un 45% de su población, en Sudáfrica se llegó a sólo un 13% y en Kenya o Sudán sólo 1 o 2 de cada 100 habitantes accedieron a la vacuna. En contraste, a los principales países desarrollados les sobran dosis.

Una vez más queda demostrado que las economías deben ser reguladas por los Estados y que no hay que dejar cuestiones como la salud, en este caso, libradas al mercado.

Estas inequidades, además de perjudicar a las poblaciones de los países sanitariamente más relegados, terminan afectando al mundo entero con nuevas cepas o variantes. Producto de las restricciones que deben aplicarse para minimizar la propagación del virus, se afecta el desarrollo de la economía con altos costos sociales. Varios países ya están aplicando limitaciones a la circulación para frenar la expansión de la nueva variante Ómicron.

Pero estas situaciones no sólo se evidencian en materia sanitaria. La inequidad en la distribución del ingreso a nivel mundial genera situaciones en las que mientras un milmillonario invierte parte de su fortuna para recorrer el espacio o comprar una obra de arte por 35 millones de dólares, cientos de millones de personas no tienen acceso a una alimentación o vivienda dignas.

En definitiva, pedirle al sistema que por sí solo ofrezca un contenido humanista es ir contra la propia lógica del mismo. Esta proposición puede demostrarse, por ejemplo, con los desvíos de los beneficios de las grandes corporaciones hacia las guaridas fiscales, que privan a los Estados donde se generan esas ganancias de los recursos para llevar adelante las políticas públicas necesarias.

Resulta interesante comentar que, según los últimos datos presentados por la OCDE, las estructuras impositivas de los países desarrollados suelen ser más progresivas que las de los países en desarrollo.

El caso argentino es bastante particular. Las voces que alertan acerca de la “gran presión impositiva” que posee nuestro país, si bien son moneda corriente desde hace tiempo, no se condicen con la realidad. Según el citado informe, la recaudación tributaria como porcentaje del PIB en 2019 fue del 28,6% en nuestro país, algo mayor al promedio de Latinoamérica y el Caribe (23%) y por debajo del promedio de los países de la OCDE (34%).

Lo interesante es que, al adentrarnos en la estructura tributaria, se observa la regresividad en la Argentina: mientras que el IVA (impuesto sobre el valor agregado de los bienes y servicios) aportó a un 27% del total de los ingresos en 2019, el promedio en la región latinoamericana es del 22% y en el club de los países de la OCDE (la mayoría, naciones desarrolladas) este impuesto que afecta a los consumidores participó en sólo el 12% de la recaudación total. Por otro lado, un impuesto altamente progresivo, como el Impuesto a las Ganancias que grava a las personas humanas de más altas rentas, fue de sólo el 7% del total recaudado en Argentina, del 9% en nuestra región y del 24% en promedio en los países de la OCDE.

Cabe destacar, no obstante, que si bien queda mucho por hacer, con la actual gestión del Ejecutivo, más las iniciativas del Congreso, se han generado varios cambios que apuntan a una mayor progresividad. Un ejemplo de ello fue la suba de la alícuota del Impuesto sobre los Bienes Personales (a través de la “Ley de Solidaridad Social y Reactivación Productiva” aprobada en diciembre 2019) que se había reducido significativamente durante la gestión de Mauricio Macri. Por otro lado, cerca de 1,3 millones de trabajadores/as en relación de dependencia y jubilados/as dejaron de pagar el Impuesto a las Ganancias. Adicionalmente, se incorporó el Aporte Solidario y Extraordinario para Ayudar a Morigerar los Efectos de la Pandemia, que permitió al Estado auxiliar a los sectores particularmente afectados y destinar una parte a inversiones prioritarias.

Continuando con el tema impositivo, el análisis de los datos de recaudación de los últimos meses indica que estamos dejando atrás el difícil escenario económico que impuso la pandemia. En particular, la recaudación acumulada hasta noviembre pasado se posiciona un 11,5% en términos reales por encima del mismo lapso de 2020 y 2,3% frente a 2019. En noviembre se destacaron los tributos vinculados al comercio exterior, no sólo por el alza de los precios de nuestros principales productos de exportación, sino también por el crecimiento de las cantidades. También se observa una mejora en los impuestos ligados a la Seguridad Social por el alza nominal en los salarios por paritarias y la recuperación del empleo en algunos sectores. En cuanto a los impuestos que le otorgan mayor progresividad al sistema, la recaudación del Impuesto a los Bienes Personales también tuvo un mejor desempeño. A estos ingresos se suman además los $ 246.870 millones provenientes del Aporte Solidario recaudados hasta el momento.

A medida que continúe mejorando el elevado nivel de vacunación en nuestro país, y a partir del importante papel que desarrolla el Estado, las perspectivas de recuperación económica en Argentina para 2022 son alentadoras (siempre considerando la incertidumbre que generan las nuevas cepas de Covid). No hace mucho, en un informe del Banco Mundial se sostenía que los países de nuestra región recuperarían sus niveles prepandemia recién en el año 2025. Sin embargo, en Argentina ya existen varios sectores que superaron los problemas económicos generados por la pandemia sanitaria y comienzan a descontar los daños sufridos por la pandemia macrista.

Quedan aún varios frentes por delante, pero hay algo que no podemos dejar pasar: todo lo que se logró hasta ahora se hizo con el esfuerzo de los argentinos y las argentinas y con un gobierno al que los sectores del privilegio nunca lograron torcerle el rumbo. El Presidente lo dejó bien claro en su reciente intervención en la conferencia de la UIA: “Necesitamos un crecimiento con inclusión, que ponga fin –de una vez y para siempre– a la cultura del descarte. Tiene que ser un crecimiento justo, reparador socialmente, que enfrente a la pobreza y ponga fin al hambre que padecen millones de nuestros hermanos (…). Nosotros queremos un capitalismo de producción, con empleados bien remunerados, con sistemas educativos fuertes, con salud pública de calidad, con fuerte inclusión social, con progreso individual y colectivo y con una movilidad social ascendente. Esa es nuestra forma de luchar para reducir la pobreza”.

Para finalizar, todo indica que el acuerdo con el FMI se encuentra bastante avanzado, y próximamente el Gobierno enviará al Congreso un Plan Plurianual que recogerá las principales líneas que se están discutiendo con el Fondo: un verdadero respeto por el funcionamiento de las instituciones republicanas.«