Impulsado por el Instituto para la Producción Popular (IPP), el proyecto Más Cerca es Más Justo cumplirá en febrero dos años acercando alimentos de pequeños productores de todo el país a los vecinos de CABA y el primer cordón del Gran Buenos Aires, a un precio fijado por quienes los producen, sin intermediarios, ni explotadores.
Esta experiencia busca expandirse en 2018 y replicar su modelo difundiendo una cultura “justa y saludable”, que demuestre que «la producción popular tiene una oferta de alimentos de calidad que puede crear vínculos saludables frente al hábito impuesto de la comida industrializada».

Desde febrero de 2016, los sábados se convirtieron en la cita obligada de centenares de vecinos que retiran bolsones de hortalizas, frutas y otros alimentos, en los puntos de distribución del proyecto Más Cerca es Más Justo. En los días previos, el equipo termina de cerrar acuerdos con productores populares para incorporarlos a la oferta, organiza el sistema de pedidos online, busca nuevos lugares para seguir ampliando la red de puntos de entrega, embolsa las frutas, prepara las entregas y establece la ruta de cada flete. Mucha logística y trabajo en equipo.

La idea nació en diciembre de 2015 en el Instituto para la Producción Popular (IPP), coordinado por el ex Presidente del INTI, Enrique Martínez, y se puso en marcha dos meses después. Desde la organización de las primeras entregas, Más Cerca es Más Justo (MCMJ) supo construir un sistema novedoso que acerca a los vecinos consumidores, productos que no llegan por las vías habituales del mercado de alimentos o que llegan mediante la explotación de los productores y el abuso en el precio, a los vecinos.

Con esa premisa básica de demostrar que se podían cambiar las reglas de juego, MCMJ pasó de un pequeño garaje en el barrio porteño de Liniers, donde se recibían los bolsones preparados por la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT), del Gran La Plata, a su actualidad de 90 puntos de entrega que distribuyen 10 mil kilos de alimentos semanales. “Partiendo de un grupo chico hemos logrado armar una red de pequeños productores y de vecinos, y entre todos buscamos una forma de comercialización alternativa. Arrancamos con bolsones de verdura que traíamos del Gran La Plata, los subíamos a un flete y se lo entregábamos a los vecinos en Capital. Y fuimos sumando productos. Un queso de cabra que viene de Santiago del Estero, un aceite de oliva riojano, un mango misionero; una diversidad que se puede ofrecer a partir de esa red armada”, explica Daniel Cacciutto, el ingeniero que coordina el proyecto.

El primer acuerdo del equipo fue romper la lógica de otros grupos que compraban las verduras en el Mercado Central de Buenos Aires y ofrecían bolsones a bajo precio a los consumidores. Esa práctica beneficiaba sólo a los consumidores, pero mantenía la explotación a los productores de alimentos, que reciben precios miserables por su trabajo. Para eso hubo que crear un sistema logístico que acercara los alimentos a un precio justo para productores y vecinos.

El crecimiento planteó nuevos desafíos, que pudieron resolverse profundizando el carácter de producción popular del proyecto. “Hubo un momento en que supimos que no podíamos seguir en un garaje. Surgió entonces la idea de reconvertir una fábrica metalúrgica de Avellaneda, en el depósito de Más Cerca es Más Justo. Los tornos le hicieron lugar a los alimentos y la Cooperativa La Universal pasó de ser una fábrica de engranajes a nuestro centro logístico. Fue darle un nuevo fin a un espacio recuperado que no tenía producción, forma parte de lo complejo que es construir un espacio de producción popular”, comenta Cacciutto. Otro punto de experimentación fue el lanzamiento del Bono Tomate, en agosto de 2016. Fue la primera experiencia de Agricultura Sostenida por la Comunidad realizada en la Argentina. El sistema, surgido en Japón y aplicado en varios países, consiste en adelantar la compra del producto para que el productor pueda financiar sus cultivos. Unos 214 vecinos participaron de esa prueba y recibieron sus bolsones de tomates tres meses después de haberlos pagado.

En el entramado de MCMJ participan fábricas recuperadas, organizaciones sociales, espacios políticos, clubes de barrio, comercios de productos dietéticos, bibliotecas públicas, asambleas de vecinos; todos unidos por el interés de construir un canal de comercialización en el que se privilegia la atención de una necesidad básica como los alimentos sin el afán de lucro y la especulación que domina el negocio de los mercados concentradores.

“Ahora tenemos que ir por lo nutricional. La producción agroecológica nos puede cambiar la vida si nos alimentamos de una forma distinta, podemos dejar de depender de muchos medicamentos con una alimentación más saludable. Y para nosotros esto debe darse desde un punto de vista popular, no sólo para una elite de consumo privilegiada. El alimento tiene que volver a ser una instancia de encuentro”, analiza Cacciutto. «