Uno de los aspectos fascinantes del arte es su capacidad de vencer al tiempo. Por un lado estamos los humanos de a pie: miles de millones, pequeños, efímeros. Por el otro, en el caso de la cultura rock, un puñado de discos capaces de desafiar modas, tendencias y hasta los mandatos de la biología. Estos milagros siempre esperados pero de dificilísima concreción demandan talento, audacia y un equilibrio muy fino entre clasicismo e innovación. El séptimo disco de los Beatles tiene todo eso y bastante más. Revolver no sólo resultó la confirmación definitiva de que John Lennon, Paul Mc Cartney, George Harrison y Ringo Starr habían llevado su música a una cuarta –o quinta– dimensión. También funcionó como una explosión cuya onda expansiva llegó a todo el planeta, alimentó y alimenta hasta hoy géneros, subgéneros, estilos, bandas y solistas. Este viernes 5 de agosto Revolver cumple 50 años y sigue siendo un disco indispensable.

Revolver es eterno. Fue construido en base a canciones exactas que discurren entre el rock, el pop, la música clásica, la hindú, el music hall, el impresionismo y mucho más. E incluye algunas de las interpretaciones más inspiradas de los cuatro Beatles. El paso del tiempo no le hizo perder belleza ni impacto. Sin embargo, para acercarse a comprender su verdadera dimensión, se necesita un ejercicio más profundo de imaginación. Hoy escuchamos un disco único y envuelto en un prestigio social incuestionable. Pero al mismo tiempo nos perdemos una parte de su carácter innovador y desafiante porque lo escuchamos después de haber absorbido un montón de información musical posterior a su edición que se construyó –en muchísimos casos– profundizando caminos abiertos por el propio Revolver. 

La aventura comenzó a tomar forma el 6 de abril de 1966, cuando los Beatles y George Martin entraron a los estudios Abbey Road a cambiar su propia historia. La grabación demandó casi tres meses. Una verdadera locura para los cánones de la época, pero ningún capricho. Con Revolver los Beatles dejaron definitivamente atrás la idea del estudio como un ámbito donde sólo se graban canciones: a partir de ese momento –para ellos y para la cultura rock– se estableció como un espacio para también componer, arreglar y experimentar. El aporte del productor George Martin siempre había resultado vital y aquí certificó que estaba más que a la altura de las nuevas búsquedas de los Beatles. El ingeniero de sonido y mezclas Geoff Emerick también hizo un aporte relevante.

«Hemos sido los Beatles de la mejor manera que pudimos. Ya saben: esos cuatro chicos alegres. Pero ya no somos así», explicaba Lennon. Revolver avisaba desde el arte de tapa. Ya no se trataba sólo de una foto de John, Paul, George y Ringo en una posición más o menos simpática. Ya no oficiaban de muñequitos de consumo para toda la familia. Klaus Voormann –un amigo de la era de Hamburgo– diseñó un collage en blanco y negro que articulaba fotos e ilustraciones. La imagen era dominada por dibujos de las caras de los fabulosos cuatro, pero cada uno miraba para un lugar diferente y entre ellas contenían una pequeña muchedumbre de otros retratos de ellos mismos. La imagen era otra, la música mucho más y todo venía de esas cuatro cabezas que se multiplicaban –y de la nunca pequeña ayuda de Martin–.

Revolver se editó originalmente en vinilo. Sí, esos objetos redondos construidos a base de derivados del petróleo que ahora están de moda y –no es un hecho menor– se venden a precios exorbitantes. En 1966 tuvo su versión mono y estéreo. La edición británica –la «verdadera»– distribuía sus 14 canciones en siete por lado. Revolver no supera los 35 minutos de música. Lo que de alguna manera también expresa que, más allá del abanico de géneros, arreglos y técnicas de grabación que lo sostienen, el disco nunca se desentiende del formato canción.

Cara a cara con Revolver

El Lado A abre con «Taxman» (Harrison), un ritmo que juega casi entre el Batman original y un beat cortante, mientras George se queja del sistema impositivo inglés–; «Eleonor Rigby» (McCartney) es una balada/símbolo de gran profundidad, que se hace inolvidable gracias al extraordinario arreglo para octeto de cuerdas, mientras Paul reflexiona sobre la soledad; «I’m Only Sleeping» (Lennon) brilla desde su ritmo cansino y casi flotante coronado con las guitarras invertidas de Harrison; «Love You To» (Harrison) es un mantra envolvente y psicodélico construido desde la cítara de George; «Here, There and Everywhere» (McCartney) retoma cierto espíritu más clásico de los Beatles, pero Paul se distingue con un tono agudo, una melodía agridulce y una letra reflexiva –Lennon la definió como una de sus canciones favoritas de los Beatles–; «Yellow Submarine» (McCartney) transformó con la voz de Ringo y efectos varios una tonada de taberna en la más famosa canción para niños; y como cierre, «She Said She Said», una trama psicodélica que evoca un ¿diálogo?, LSD mediante, con Peter Fonda en una fiesta.

La cara B tampoco tiene fisuras. La apertura corre por cuenta de «Good Day Sunshine» (McCartney), comandada por la voz y el piano de Paul que recrean un clima optimista entre aires de music hall; «And Your Bird Can Sing» (Lennon) avanza desde el riff deslizante de Harrison y la voz de John le da elegancia y emoción; «For No One» (McCartney) es una balada exquisita de Paul, con aires barrocos por el clavicordio y el emotivo solo de corno francés de Alan Civil –Paul le silbó exactamente como quería que sonara–; «Doctor Robert» (Lennon) tiene un tono más rock, está dedicada a un Dr./dealer e incluye un coro celestial acompañado de un armonio– que reza «Well, well, well, you’re feeling fine»; «I Want to Tell You» (Harrison) es otro de los valiosos aportes del guitarrista, cantado impecablemente sobre un groove espeso y un piano obsesivo; y «Got to Get You into My Life» (McCartney) oficia de canción de amor a… la marihuana con vientos y espíritu soul entusiasta. El final del disco es otro punto altísimo y emblemático: «Tomorrow Never Knows». Una canción compuesta sobre un solo acorde, donde pasa absolutamente de todo. El sonido de la batería, la forma de cantar de John, los zumbidos, las supuestas gaviotas, las cintas en loop (una idea de Paul). Todo se conjuga para dar con una de las canciones más sorprendentes y estimulantes de la historia.

¿Puede existir algo tan concluyente como el mejor disco de la historia? No existe ningún método razonable como para certificar una afirmación tan categórica más allá del terreno de lo lúdico. Pero hay álbumes que se sostienen en canciones únicas y desafiantes, capaces de vencer al tiempo y tomar forma de símbolo. Revolver es un disco con 50 años sobre las espaldas y una vitalidad que no decrece. Pero también es un emblema –y eso lo hace todavía más eterno– de cómo un grupo, incluso desde el corazón de la industria, puede retarse a sí mismo, desentenderse de gran parte de las presiones del entorno y construir una obra maestra. Y aunque ni ellos mismos lo hubieran imaginado, desde el 5 de agosto de 1966 el mundo es un lugar –aunque sea– un poquito mejor.

Los nombres que no fueron y otras curiosidades

–Se barajaron varias opciones antes de bautizar al disco Revolver. Algunas de ellas fueron Abracadabra, Freewheelin’ Beatles (un guiño a Dylan), Aftergeography (una parodia a los Stones), Bubble and Squeak, The Beatles On Safari y Four Sides to the Circle.

–La edición en los Estados Unidos no incluyó los temas «I’m Only Sleeping», «And Your Bird Can Sing» y «Doctor Robert» –ya conocidos en ese país gracias al compilado Yesterday and Today–. La era del CD universalizó la edición inglesa.

–Los coros de la canción “Yellow Submarine” incluyeron la participación de Marianne Faithfull, Pattie Harrison (esposa de Harrison y luego de Eric Clapton), George Martin y Brian Jones (The Rolling Stones), entre otros.