Desde hace medio siglo su figura interviene en nuestra existencia haciendo de la música un vehículo de conmoción social, a remolque de las más hondas alegrías, frustraciones y emergencias colectivas. Pero la interiorización de su obra es tan profunda y cotidiana que no resulta sencillo comprender su verdadera dimensión. Es Charly: todos sabemos de quién se trata. Siempre está, nos orienta, nos vive. Este sábado 23 de octubre, Carlos Alberto García Moreno cumple 70 años. Y con el hecho, con la cifra, la obra de una de las mayores referencias de la música popular argentina de todos los tiempos se nos vuelve a presentar con una fuerza inagotable, con una vigencia histórica de la cual muy pocos artistas pueden preciarse.

Es cierto que se puede teorizar, diseccionar sus formas, su estética musical, su lírica… Pero al mismo tiempo hay un pálpito que nos atraviesa, más allá de todo: ¿dónde termina su influencia, dónde empieza nuestra vida? La respuesta a tal pregunta, si la hubiera, tendría que dar cuenta de lo que él ha hecho de nuestro mundo: de por qué Charly nos enseñó cómo sentir al unísono la belleza y la precariedad inmensurables del aquí y el ahora. Su encuentro con la verdad del arte ha fusionado amor y dolor, deseo y realidad, poder y destrucción, consagrando el más acabado mapa del sentir porteño, argentino y moderno. Su oído absoluto no es solo una excepción técnica: es, primero, un modo de receptar el inconsciente colectivo, el magma subterráneo de la sensibilidad social y de la música como actividad crítica, intempestiva, litúrgica. Sí, “La locura es poder ver más allá” (“El tuerto y los ciegos”).   

De Sui Generis a su etapa solista, García ha sido un maestro a la hora de orientarse en el arte del sonido, haciendo de la canción un emblema con el que mantener la mirada a la oscuridad del presente. En cada momento de nuestra historia, de su historia, ha sabido conjugar su más íntimo desgarro con una sociología de gran singularidad, demoliendo los prejuicios de un sentido común anquilosado y perverso: “Este mundo te dirá que siempre es mejor mirar a la pared” (“Ojos de videotape”). Charly siempre ha hablado de sí mismo, pero con la gracia de ser siempre otro, un dispositivo de amor y de resistencia. Su precisión narrativa es la de quien observa y es observado: la de quien puede objetivar el mundo y al mismo tiempo estar en vilo. De ahí que su yo podamos cantarlo casi siendo él, lo cual reviste algo mágico, explosivo, único: “Será que nací en el sur, será que encendí la luz de tu amor” (“Piano bar”).

Los Beatles y Los Gatos

Hijo de una familia acomodada de Caballito, los García Moreno, sus innatas aptitudes musicales lo llevaron a estudiar piano en el conservatorio Thibaud Piazzini, donde a los 15 años ya se había graduado. Luego, tal como le pasó a Luis Alberto Spinetta, llegarían los Beatles y todo cambiaría. “Soñaba que tocaba con ellos”, contó. El posterior descubrimiento de Los Gatos, Tanguito, Moris, Almendra y Manal también será clave para impulsar con Nito Mestre, y con el apoyo de Billy Bond y Jorge Álvarez, su primer proyecto: Sui Generis. Archiconocidos y celebrados hasta hoy, Vida (1972), Confesiones de invierno (1973) y Pequeñas anécdotas sobre las instituciones (1974) retratan una cotidianidad idílica, no menos díscola, que irá madurando hacia una mayor complejidad. Aquello fue “una ínfima revolución en la historia argentina”, según Charly. Una visión de la música como antítesis del autoritarismo. El futuro la haría no tan ínfima.

Tras la disolución de Sui, a finales de 1975 se une a Oscar Moro, Carlos Cutaia, Gustavo Bazterrica y José Luis Fernández, y forma La Máquina de Hacer Pájaros, banda cuyo encanto instrumental no exento de melancolía luce una complejidad armónica y rítmica inauditas. La formación dio a luz dos álbumes notables (el disco homónimo en 1976 y Películas en 1977), marcados por una riqueza instrumental subyugante y una mayor unidad entre composiciones y arreglos. Si bien hay en La Máquina un tono de ficción, la historia impone un dramatismo que se deja ver en los climas y las letras. Es la época de Invisible, Crucis, Alas, Espíritu, Bubú y MIA, un magnífico elenco progresivo que preanunciaba una vuelta de tuerca: Serú Girán.

A estas alturas, la carrera de García se iba haciendo más nítida. Su nueva propuesta, tramada con David Lebón, Pedro Aznar y la fidelidad de Oscar Moro, desencadenaría un fenómeno musical sin precedentes, ya con un perfil más depurado. Editados año tras año entre 1978 y 1981, los cuatro discos de Serú Girán nos siguen iluminando desde el Olimpo de nuestra música popular: Serú Girán, La grasa de las capitales, Bicicleta y Peperina no solamente conservan el temblor del instante, sino que incluso han crecido en su fecundidad, en su belleza, en su ironía. El misterio del tiempo les ha guardado un lugar de excepción, una meta perenne que cumplir tanto por los mensajes solapados que el grupo le enrostró a la dictadura como por haber sostenido sus convicciones durante la penuria genocida. “Eiti Leda”, “Viernes 3 am” (cuya difusión fue prohibida por el Comfer en 1981), “Cinema verité” y, sobre todo, la críptica y acusatoria “Canción de Alicia en el país”, están sin lugar a dudas entre los temas más logrados de nuestro rock.

La nueva ola

Esa profusión que reunía a los Beatles, el tango, el folk, el jazz, la música clásica, Erik Satie y la experimentación progresiva en un itinerario inédito en Latinoamérica, aún no había tentado con aspereza los confines de la subjetividad social. Para ello, ya como solista, a partir de 1982 Charly transmutará en un imperativo de mayor vértigo. Lo cual, tras el nivel alcanzado por Serú Girán, implicará desafíos de fuste: acercarse a la new wave, al mismo pop que había cuestionado, a los sintetizadores y cajas de ritmo, sin renunciar a su enfoque creador e interpretativo.

Aunque fue muy criticado (“Dos, cero, uno. Transas”), con su gran obra, Clics modernos, García salió más fuerte: no solo continuó siendo un altísimo compositor, sino que desde entonces su cuerpo, su carne, sería el centro irradiador del que surgirá todo. Pasando de la épica a la lírica, la indómita luz se hizo carne en él: «Hoy estoy como un jet, perdido entre las nubes sin señales para ver adónde estoy, pero mi corazón no es ciego». También en eso ha sido pionero. En ponerles el cuerpo a las canciones: “Charly es su música”, llegó a decir Spinetta en 1986, tras el célebre proyecto de grabar un disco juntos que no logró concretarse.

La nómina solista también es fenomenal, difícil de igualar no solo acá, sino en el mundo: Yendo de la cama al living (1982), Clics modernos (1983), Piano bar (1985), Parte de la religión (1987), Cómo conseguir chicas (1989), Filosofía barata y zapatos de goma (1990), La hija de la lágrima (1994), Say no more (1996)… Y así hasta Random (2017). Entretanto, el encierro al final de la dictadura; Malvinas; las promesas de la democracia y su declive; cientos de colaboraciones; su excelencia al producir a Los Abuelos de la Nada, GIT, Los Twist o Suéter; el Himno; su “Tango” con Pedro Aznar; Serú en el ’92; su Alta fidelidad con Mercedes Sosa; la reunión de Sui Generis en el 2000, y los peligros del solipsismo, la autoinmolación y el escándalo que ya quedaron atrás.

Charly es un ser icónico, un contemporáneo que se ha dejado la piel en el trip de percibir la época desde las profundidades del subsuelo: “El rock en el fondo es angustia. Es angustia ante un mundo que es injusto, corrupto y pervertido”. Pero también: “La alegría no es solo brasilera, no mi amor” (“Yo no quiero volverme tan loco”).

Obra descomunal

Resulta inviable resumir una obra tan descomunal en unas pocas palabras. Con todo, se puede decir que su enorme capacidad como compositor, su gran audacia y su prodigiosa convicción como cantante, conjugada con su forma de hallarle el sonido a los tiempos que corren son valores que distinguen a Charly de cualquier otro músico o compositor de este planeta. ¿Quién canta con su capacidad de persuasión, con el tono de quien nos interpela al límite de sí mismo? El vínculo subterráneo entre su figura y un público que también ha fecundado su creatividad con una escucha devota, sintoniza la decisiva influencia que viene teniendo en el rock y el pop en castellano desde hace casi medio siglo. No es extraño que la palabra corazón esté tan presente en sus letras, porque de ahí viene su obra, y allí mismo se dirige. Donde ya no hay género, ni concepto, ni estilo. Solo hay música: solo está Charly. «